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Tribuna:LA REINA DE INGLATERRA, EN LA CAPITAL CATALANA
Tribuna
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Pasamanería fina

A eso de las once y media de la noche del jueves los componentes del grupo folclórico Esbart Dansaire de Rubí recibieron una llamada inesperada. A lo que se ve, la prima Lilibet, como gustan llamarla desde hace una semana tantos conversos a la moda del corte inglés, quedó prendada de los faralaes sevillanos e incluso lo debió comentar en voz tan alta como su estirpe. Oyeron su comentario en Barcelona y alguien debió pensar: "sevillanas, en Sevilla. Pero aquí, sardanas." Pues eso, que a las doce de la noche los del Esbart Dansaire de Rubí sacaron su barretina sucia de tanto actuar, fueron implorando a su lavadora y, como en el anuncio televisivo de Wippexpress dijeron: "Mamá, tengo partido". Nunca se habían bailado sardanas de urgencia, pero ayer, mientras prima Lilibet prestaba la mano a sus invitados en el Palacio de Pedralbes, los sardanistas de Rubí se sentían algo así como los Boinas Verdes del folclore catalán. Se acababa de constituir la Brigada Sardanista de Intervención Inmediata. Velaban armas en los jardines del palacio de Pedralbes. Y en el interior pasaban manos sobre blancas manos. Aquellas que, según la tradición, nunca ofenden.El pasamanos barcelonés fue breve, y en consecuencia, bueno. La doble pareja real, local y visitante, se alineó en la sala del trono y dejó fluir a un centenar de personalidades sometidas al difícil menester de saludar tantas toneladas métricas de historia en el breve espacio de tres metros lineales. ¿Cuántas manos da una reina por jornada? ¿Qué pensamientos cruzan por las cabezas soberanas ante el contacto efímero de tantos peces fuera del agua? Al fin y al cabo, saludar es un acto propio de la especie humana. Es muy fácil. Se acerca el invitado al anfitrión, junta los tobillos, inclina la cabeza y así hasta cuatro. Todo eso en teoría. Pero el ballet cortesano no estaba ayer muy engrasado. Sólo unos cuantos consiguieron una sonrisa real, un gesto de campechanía deportiva, una sonrisa de complicidad por quién sabe qué broma privada. Los otros, sorprendidos por la mirada taxidérmica de los alabarderos, pasaban ante el ilustre grupo casi de puntillas. Apresuraban el paso hacia la salida y olvidaban a sus esposas en el páramo alfombrado que se abría entre las majestades del salón y las trivialidades de pasillo. La mayoría salía del trance con la mirada iluminada por los claroscuros de tanta dinastía. Y sólo al final, la juventud de Sito Pons o de Emilio Sánchez Vicario permitía descubrir entre las comisuras un amago de risa incontinente. Aquella risa que, lejos de la burla o del chiste, surge de las profundidades del alma para decir que las fronteras del hombre son más flexibles que las genuflexiones a destiempo.

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Luego resultó que a la prima Lilibet le encantó el menú. Loles y Josep Mª Boix, los egregios restauradores de Martinet de Cerdanya, confeccionaron un almuerzo a base de carne y sólo entonces se descubrió que Su Graciosa Majestad detesta el pescado. A los postres aparecieron los del Esbart de Rubí, y el presidente Pujol instó a los presentes a bailar una sardana que fue punteada por alcalde, consejeros y presidenta. Lilibet lo contemplaba con su única cara de pepona añeja. Tal vez reía.

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