Los portadores de la muerte hace tres años y medio
Barcelona "¡Mamá!", gritaba desesperado Francesco, medio cuerpo fuera de la cabina de teléfono, la camisa desabrochada, los pantalones rasgados, las zapatillas desatadas y un brazo maltrecho. "Llama al negocio del padre de Antonio y dile que él y su hermano están bien". Francesco, hijo de una familia de Abruzzo, muy cerca de Roma, lloraba amargamente mientras hablaba con sus padres desde una cabina de teléfono, fuera del estadio.Francesco hizo como centenares de compatriotas. Toda Europa acababa de presenciar en directo la muerte por asfixia y avalancha de 39 confiados hinchas ante la atónita mirada de la policía.
Dos días antes, el lunes 27 de mayo, la horda británica había empezado a invadir las calles de la capital belga. 24 horas antes, Bruselas olía a sangre, si no a muerte. Todo el mundo en aquel momento, menos Charles Ferdinand Notthomd, entonces ministro del Interior y reponsable de la policía belga, se convenció de que aquellos tipos, capaces de arrasar los escaparates de la Grande Place en plena borrachera, iban a sembrar la muerte en el estadio.
Louis Wouters, a la sazón presidente de la Unión Belga de Fútbol, aseguró: "Movilizamos a 2.500 policías, pues no podíamos dejar sin gendarmes a todo Bélgica". Horas antes de la catástrofe, centenares de aficionados se aprovisionaban con comodidad e impunemente en los alrededores del estadio. Cargaron litros y litros de cerveza, cajas y cajas. Ni uno solo de los 2.500 policías estuvo allí para impedirlo.
",¿Cómo es posible que nadie se diese cuenta de que estos supporters eran portadores de la muerte?", se preguntaba con razón el diario La Cité. La turba británica fue arrinconando al resto de aficionados en el gol sur -, hasta que cedió el muro. Hasta que unos enterraron a otros. Todo ante los patidifusos policías belgas. Eran las 19.20 del 29 de mayo de 1985. Se fue la luz. Se cortó el teléfono. El parking de autoridades se convirtió en un hospital de campaña. Los porteros en ATS. Los taxis en ambulancias.
A las 21.30, una vez recogidos los cadáveres, Phil Neal y Gaetano Scirea se acercaron a la megafonía del estadio. "No hagáis caso de los provocadores. Jugaremos para vosotros". Pero ¿cómo pudieron jugar? Saltaron al césped apartando cascotes, piedras y escombros, con sus uniformes salpicados de sangre. Y jugaron. Y ganó la Juve de penalti inexistente.
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