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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bienvenida a España

ISABEL II, reina de Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, llega mañana a España en una visita oficial largamente esperada por quienes en nuestro país siempre vieron en aquellas brumosas y ya no tan lejanas islas el modelo de una sociedad que liquidó muy pronto el viejo entramado del antiguo régimen y se encaminó decidida por la vía de la modernidad y de la convivencia civilizada. Hace algo más de dos años, con ocasión de la visita oficial de los Reyes de España al Reino Unido, dos de los tronos más viejos de Europa y del mundo se encontraban por primera vez en más de cuatro siglos: desde la consumación de lo que aquí se llamó "el cisma de la Inglaterra", desde la Invencible vencida por los elementos. En aquellos tiempos, los reyes decidían las paces y las guerras y las religiones y las ideas. A lo largo de estas centurias las monarquías han ido perdiendo su sentido etimológico en favor de sus ciudadanos, que dejaron de ser súbditos. Y así han ganado el valor de la aceptación unánime, y también un carácter emblemático que representa la unidad del Estado, la caracterización de una esencia que supera las querellas, las vicisitudes de la historia, los buenos y los malos momentos de una nación. Se ha visto, en momentos dificiles de cada una de estas dos naciones, brillar ese emblema humano y restablecer por su sola presencia un orden que quería romperse.Faltaba la visita de Isabel II a España para completar ese reencuentro histórico. Y nuestro país recibe ahora en la soberana británica ese emblema de la primera nación del mundo cuyo trono se fue alejando del poder absoluto para dar paso a la democracia y a un conjunto de leyes, algunas ni siquiera escritas, que dan las máximas garantías a sus ciudadanos; recibe a quien también, bajo su propio reinado, fue dejando su imperio a las reglas y las intenciones de quienes fueron sus vasallos. Las circunstancias históricas del presente son muy distintas de cuando el imperio español y el británico se enfrentaron en lo que no sólo fue una lucha de poderes, sino también de conceptos del mundo, de ideologías y de religiones. Hoy las dos naciones pertenecen a alianzas comunes donde se trata de encarar la vida histórica entre todos y donde se fomenta la necesidad de ampliar conceptos, de minimizar diferencias antiguas y rastros de imperios y de hostilidades.

La reina Isabel no inspira hoy en nuestro país más que un enorme respeto a su alta función, que ejerce discreta y graciosamente, de representante de un pueblo amigo con el que se mantienen lazos considerables de carácter espontáneo -dos sociedades que se intercambian, y se visitan, y comercian al nivel de ciudadanos- y negociaciones políticas que tienden a levantar las hipotecas de la antigúedad y a formalizar las líneas de unión dentro de Europa, en discusiones tan decididas y tan claras como la que planteó la primera ministra Margaret Thatcher en su reciente visita a España. El hecho histórico de que ésta sea la primera visita de un monarca británico a nuestro país tiene el mérito de subrayar políticamente la reconciliación, visible y exhibida en numerosos actos oficiales, entre los dos tronos, como hace unos años sucedió con el de Holanda. La historia va disolviendo así malos sabores, malos humores antiguos, y se muestra en las nuevas realidades: tanto las que afectan a las monarquías como institución como las que señalan las relaciones queridas entre dos naciones independientes, a las que los nuevos conceptos de espacio y vecindad han ido uniendo ya.

La bienvenida a la reina Isabel II no puede tener, por tanto, reservas de ninguna clase. Representa una victoria para cada uno de los dos países, que se encuentran hoy por encima de todo lo que les ha separado y aún les separa.

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