Las hijas del 'rock'
Le escribo en relación con el artículo de Leonor Taboada sobre las que llama hijas del rock, con su denuncia generacional contra los hombres que las desechan por otras más jóvenes y complacientes. El artículo parte de la creencia de que la generación del rock fue una estampida completa de liberación femenina, que no está siendo continuada por las mujeres más jóvenes.Discrepo de la afirmación de que esa liberación fuera completa nunca. La diferencia social básica que siempre hemos tenido frente a los hombres radica en que éstos han sido obligados durante años a mantenerse solos sobre sus pies. Incluso para encontrar mujer tenían que triunfar primero. Por contra, la mujer ha tenido secularmente en la pareja la plataforma de lanzamiento para poder comenzar a desplegar su vida.
El logro de las hijas del rock consistió en comenzar a desplegarse cada mujer en cuanto quiso, sin esperar a acumular méritos en esa carrera por el matrimonio. Pero el mito del salto no se superó nunca del todo: muchas hijas del rock, que sonreían (o se entristecían) ante la secretaria modelitos que se casaba con su viejo jefe, se entregaban admirativamente en parejas similares (actrices noveles con un consagrado compañero, jóvenes artistas de vanguardia con una firma acuñada, etcétera).
La obra recóndita a menudo requiere años, y esas parejas eran ocasionalmente desiguales, no sólo en méritos, sino también (aunque no necesariamente) en años. No estoy en contra de las parejas desiguales por sistema, sino contra la tendencia femenia ¿consagrarse?, ¿usufructuar? (quizá ambas cosas) el trabajo de otro como horizonte y apoyo vital.
Quizá la mujer conocida que más luchó contra los demonios de este tipo de pareja haya sido la Beauvoir en su relación con Sartre, y es curioso que, en ese libro autobíográfico que resultó ser Los mandarines, la protagonista descubre cómo para elevar su vida intelectual (la que aparentemente la hubiera salvado como ser humano) se ha aferrado a un hombre con el que nunca ha conocido el amor real. Su fracaso existencial final deriva de haberlo descubierto y contribuir a abortarlo con sus prejuicios de mujer tradicional (apoyada en un hombre-destino).
Esa seducción del no arriesgarse a perder el amor de dos seres plenos (ese que sólo surge desinteresadamente) puede y debe cambiar la actitud ante la pareja de toda mujer de cualquier edad, aunque sólo fuera por esta causa.
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A las últimas atraídas por la, por otra parte, poco sospechosa por atávica, erótica del poder sólo queda recordarles el principio general de que los méritos ajenos no sólo no se hacen propios, además nos devoran-
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