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Mercadotecnia política

Bush Dukakis dependen cada vez más de sus estrategas electorales para llegar a la Casa Blanca

Francisco G. Basterra

Si a primera hora de la tarde del próximo 20 de enero, George Herbert Walker Bush se sienta finalmente en el despacho Oval de la Casa Blanca, se lo deberá en gran medida a James Baker. Y este abogado tejano de 58 años, que lo ha sido casi todo en el Washington de la era de Reagan, podrá pedirle a su amigo el presidente norteamericano lo que quiera. Y Bush, probablemente, le convertirá en su secretario de Estado.

En una campaña presidencial sin grandes temas, con dos candidatos sin carisma y que no acaban de convencer, la diferencia en las urnas el 8 de noviembre puede estar dictada por la profesionalidad de los hombres que rodean a George Bush y a Michael Dukakis. Y los hombres del vicepresidente le llevan leguas de ventaja al equipo demócrata, al que han obligado a una estrategia defensiva de mera reacción a la ofensiva que dirige Baker.Baker es el hombre que logró el aplastante triunfo electoral de Reagan en 1984, al que convirtió después, desde su puesto de jefe de gabinete de la Casa Blanca, en uno de los mejores presidentes desde Rooselvet. Luego pasó a secretario del Tesoro. Anteriormente, en 1980, llevó la fallida campaña presidencial de Bush, al que obligó a retirarse a tiempo para ponerse a las órdenes de Reagan. Echó los dientes en las campañas políticas nacionales con Gerald Ford en 1976.

Todos los hombres de Bush forman un equipo único por su conocimiento de Washington, experiencia de poder y capacidad de manipulación. El equipo de Massachusetts, Taxachusetts para los estrategas de Bush, ha carecido durante unas semanas claves -las que van desde el final de la convención republicana de Nueva Orleans hasta prácticamente hace unos días- del colmillo retorcido necesario para enfrentarse a los hombres de Bush.

Dukakis puso su campaña en manos de una profesora de Derecho de Harvard de 35 años, rubia y liberal, que aprendió el oficio en las campañas presidenciales, fracasadas, de Ted Kennedy y Walter Mandale. Estrich, si sale Dukakis, podría ser la primera mujer que llegue en su país a fiscal general (ministro de Justicia). Es adicta a jornadas de trabajo de 14 horas y ha pasado a la historia por ser la primera mujer en dirigir una campaña presidencial.

Pero Estrich, confiada en la resurrección de Dukakis con su discurso de aceptación, en julio, en la convención de Atlanta, impuso una estrategia de vivir de las rentas, dilapidando en mes y medio los 17 puntos de ventaja que llegó a tener el gobernador de Massachusetts. Estrich es competente, pero no está preparada para jugar en la misma liga que Baker.

Dukakis, acorralado en la esquina de peligroso liberal, blando con el crimen, ingenuo en política exterior, débil en defensa y poco patriota, opuesto al juramento a la bandera, todo ello estrategia de Baker, decidió que ya estaba bien. Era el 6 de septiembre, el Labor Day. Y acudió a John Sasso, al que recuperó para la campaña.

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El hombre de Dukakis

Pero, de hecho, este político peleón, que no rehúye el juego sucio -fue expulsado por Dukakis en las primarias por haber acusado de plagio, con malas artes, a Biden, un rival del gobernador-, se convirtió en el Baker de Dukakis.Se le considera un cerebro político tras su brillante carrera en Massachusetts y ser elegido tres veces gobernador. Convenció a Dukakis para que se lanzara por la presidencia y es una de las pocas personas que se atreve a decirle al candidato demócrata lo que debe hacer. Otra de las que se atreven es el presidente de la campaña de Dukakis, el abogado griego Paul Brountas, amigo personal y confidente del candidato.

El campo de Bush cuenta con una ventaja. El vicepresidente está se encuentra cómodo dirigido por sus estrategas. Pero Dukakis se resiste a aceptar consejos que mejoren su imagen e insiste en que debe ser aceptado -frío como un témpano, profesoral y a menudo arrogante- como es. Pero la audacia de los hombres de Bush, que se atrevieron incluso a llevar al vicepresidente al puerto de Boston -la casa de Dukakis-, denunciándolo como el "más sucio" del país, y a organizarle un mitin de apoyo de los propios policías de Boston, forzó a Dukakis a adoptar una postura más agresiva.

Sasso, de 41 años, es el responsable de que el candidato demócrata entrara en el juego de buscar la imagen del día en televisión. Le montó en un carro de combate para demostrar que no es alérgico a los militares. Y comenzó a aparecer debajo de grandes banderas norteamericanas, no dejando el monopolio de la enseña nacional a Bush. Sasso, que ha convencido a Dukakis de que debe devolver golpe por golpe, abandonando la presunción de la superioridad moral de su campaña, logró hace unos días abrir, por fin, los telediarios con una frase del remozado Dukakis: "Tengo una pregunta para el señor Bush: ¿No cree usted que ya es hora de que deje de esconderse detrás de la bandera y nos diga qué piensa hacer para proveer de seguridad social básica a 37 millones de norteamericanos que no la tienen?".

La mano de Sasso, cuya ratonería política tiene como primo hermano en el equipo de Bush al joven turco Lee Atwater, capaz de cualquier cosa por ganar un punto en los sondeos, se ha notado positivamente. Pero no es suficiente aún para igualar la dirección estratégica de James Baker, que está consiguiendo imponer la vaciedad de la campaña de Bush.

El gurú de Bush

Y el vicepresidente cuenta además con un personaje mefistofélico y descarado, considerado maestro en la manipulación política de la caja tonta: Roger Ailes, un gurú de Estados Unidos en materia de televisión y su utilización para ganar campañas. Maestro de la publicidad negativa, está haciendo daño a Dukakis con unos anuncios que le presentan como un izquierdista.La campaña de Boston no tiene a nadie que compense a Ailes, pero éste tampoco ha sido capaz de fabricar un nuevo Dan Quayle. El número dos de Bush, sobre todo tras su hundimiento ante todo el país en un debate televisado la noche del miércoles se ha convertido en la última esperanza de Dukakis.

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