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Milanés

Tengo por Pablo Milanés un antiguo enamoramiento desde la primera vez que escuché Yo pisaré las calles nuevamente, una de las dos canciones políticas que más amo; la otra es Laffiche rouge, de Leo Ferré, sobre un poema de Aragon. Curioso que mi querencia por Milanés y mi antiguo conocimiento de la canción no me impidieran el lapso de atribuírsela a Silvio Rodríguez, muy recientemente, en unas crónicas chilenas publicadas en este periódico. La fidelidad y el adulterio se integran siempre en una misteriosa unidad de contrarios.Escuchando a Milanés en vivo durante la barcelonesa fiesta de Treball presencié la estatura de un creador auténtico. Canto individual y canto coral, intimismo y solidaridad, esa unidad de aparentes contrarios que afecta a lo mejor de la poesía contemporánea: el temblor del miedo individual y la esperanza en una, posible, salvación colectiva y anónima. También tuve claro una vez más, tantas como escucho a grandes poetas cantores, por qué la función social de la poesía ha sido sustituida por la canción. La poesía libresca se ha vuelto onanista e insonora, lo que no la excluye, simplemente la relega a laboratorio de palabras y traspasa a la canción la función de laboratorio de emociones corales mediante la palabra y la música.

Y ahí está, en el ejemplo de Milanés y un puñado más, la posibilidad de defender una lengua dignamente frente a colonizaciones que no es necesario impugnar dogmáticamente, sino situar en una exacta dimensión empobrecedora o enriquecedora. Las culturas no son cotos vedados, pero tampoco moteles de carretera, y dentro de España tuvimos el ejemplo de cómo la nova cançó fue un instrumento capital para el renacimiento cultural catalán en el bajofranquismo. Tan plural ética y estéticamente que nada de lo humano ni lo colectivo le es ajeno, la canción de Milanés es una muestra de cultura popular positiva y elaborada, exigente de sí misma, heredera de una gran tradición poética y al mismo tiempo capaz de meterse en las venas y los músculos de cuerpos contemporáneos.

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