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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un gesto

HUBO UN tiempo en que ETA tenía la preocupación de justificar moralmente sus acciones. Incluso por adelantado: su primer atraco, en 1965, fue previamente anunciado en su boletín mensual de propaganda, argumentando que la requisa que se realizaría en las siguientes semanas no podría ser considerada un robo, sino la "recuperación de una parte de la plusvalía obtenida por los capitalistas". Los primeros secuestros de ETA posteriores al juicio de Burgos, los de los industriales Zabala y Huarte, fueron justificados por la existencia de sendos conflictos laborales en las empresas Precicontrol y Torfinasa, respectivamente, propiedad de los secuestrados. Incluso cuando, a fines de los setenta, el componente mafioso era ya dominante en los comportamientos de ETA, sus dirigentes se consideraron obligados a advertir, mediante un comunicado, que, por una serie de razones, pensaban poner en práctica el cobro del impuesto revolucionario.

Desde hace años, sin embargo, ETA no considera que deba justificar prácticas como el chantaje económico o el asesinato indiscriminado. Sencillamente, divide a los seres humanos en dos categorías. Los que pueden pagar un rescate por su vida y los que no pueden hacerlo. Porque, por lo demás, todos son víctimas potenciales. Por ejemplo, el propietario de un bar de Santurtzi, abatido villanamente a tiros el pasado fin de semana.

El próximo viernes se cumplen siete meses desde que Emiliano Revilla fuera secuestrado por un comando de ETA. Entre quienes participaron en la manifestación realizada el lunes en Madrid, en solidaridad con el industrial soriano y su familia, figuraba Joseba Elósegui, el antiguo gudari, veterano de la resistencia antifranquista y que en los primeros años setenta compartió las celdas de la dictadura con numerosos presos de ETA. El hoy senador manifestó lo siguiente: "A alguno podrá sorprender que un nacionalista vasco venga a Madrid a protestar contra ETA, pero es que hay que estar en todas partes frente a esa gente". Y también: "Ante el terrorismo, la única salida es que todos los demócratas nos unamos".

Ni el antiguo capitán de gudariak, ni ninguna otra de las 25.000 personas que se manifestaron en silencio en el centro de Madrid o de las que se concentraron ayer en Bilbao, se llamaba a engaño sobre la posibilidad de que su gesto fuera atendido por los terroristas o quienes de una u otra forma se van a beneficiar del pago del rescate. Si los salvapatrias del tiro en la nuca consideran superfluo justificar su recurso a métodos mafiosos, es lógico que una manifestación les deje insensibles e incluso provoque su sarcasmo. Pero su mueca es el reflejo cabal del vacío moral en que se mueven y que se expresa, casi en forma caricaturesca, en las declaraciones de un portavoz abertzale que consideró el secuestro de Revilla "la consecuencia lógica de la intransigencia del Gobierno".

Manifestarse no sirve para que ETA renuncie a seguir torturando a un ser humano. Pero sí para demostrar que la ciudadanía no ha sido ganada por la indiferencia o la insensibilidad. Pero, por lo mismo, no resulta nada deseable que las manifestaciones se hagan desde el poder, sino desde la calle. La demostración del lunes en Madrid respondía a una preocupación patente y a una angustia real de la población. Se trata únicamente de un gesto, pero de un gesto necesario que expresa la conciencia de resistencia colectiva contra los terroristas. La movilización, sin embargo, buscó rentabilidades políticas añadidas, y gozó de un padrinazgo municipal que ha llevado a la policía a hinchar las cifras de asistentes por encima de las que declaran los propios organizadores. ETA merece y recibe la repulsa popular de los españoles desde hace ya muchos años, y por muy bienvenidos que sean los gestos, no son éstos, sino las decisiones políticas y la eficacia de la policía las que han de devolver la libertad a Revilla y la paz a Euskadi.

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