La última ronda
"Andes por donde andes, en Irlanda nunca estarás lejos de un pub". Me lo dijo Kevin, creo que ya un amigo para siempre que hice en Cleggan, un pueblecito de Connemara al que fui a pescar truchas y pesqué una cogorza. Por supuesto, estábamos en un pub, porque dónde si no íbamos a contrastar mejor nuestros respectivos planes para los anzuelos que pensábamos cada uno llevar a la excursión del día siguiente. Fue en ese momento cuando apareció su esposa, pero para entonces llevábamos no menos de seis pintas de cerveza y el proyecto de conversación intacto, con lo que nos las prometíannos muy felices. Todavía vaciamos una jarra antes de que mi compañero derramase asimismo el contenido de su ira sobre la mujer. "Volveré a casa cuando no quede una sola gota de guinness en la región", dijo retirando la espurna del bigote con su manaza inmensa. "Tu compadre Bob ha muerto", contestó ella. Kevin parecía muy afectado cuando se fue a mear. Yo la miré e hice un gesto estúpido como si pasara por ahí. Luego precisé: "Quizá debió decírselo antes". Ignoro si ella quiso trarquilizarme cuando me acluió: "Ninguna mujer podrá meterse nunca entre un irlandés y y su copa".Desde luego yo no quería ir al velatorio, pero creo que Kevin era ya un amigo para siempre, y no era ceisa de dejar a un amigo en un momento como ese. Además, me dijo: "lt'll be a grand funeral" ("Será un entierro estupendo"), para hablarme luego de la generosidad del finado.
Fue un entierro estupendo. Hubo jamón asado, verduras, patatas, carne fría y tartas. No sé si se me obáda alguna vianda, pero lo que es seguro es que había cerveza, whisky y hasta poteen, un licor de patata artesanal y prohibido que aparece sólo en las grandes ocasiones (un velatorio) y que es capaz de tumbar a una. mula. Como buen irlandés, Bob había dejado sui dinero para no incurrir en la vergrderiza de despedirse sin invitar a la última ronda, y los numerosos acompañantes correspondían al adiós con toda su sed. La gente se saludaba y se decía: "La bendición de Dios, en el alma de los muertos", y luego se atizaba otra copa. Pienso que Kevin se cabreó citando le infórmé de que me iba a pescar truchas. La juerga bien podía continuar dos días enteros: "Los amigos duran hasta que dura la bebida", me señaló. Lo malo es que encima no fui capaz de capturar ni una trucha.
Tal vez fuese la frustración, pero cuando volví a Dublín no tenía ninguna sed. Lo que sí tenía era una eita con el alcalde de la ciudad, el judío Ben Briscoe, que no dudó en ofrecerme una copa. Dije que me conformaba con un té con un chorrito de limón. Entonces me contó la historia esa del cura en el púlpito que en pleno sermón grita a sus feligreses: "Pero, decidrne, ¿es que hay algo peor que la bebida?". Y salta uno de ellos: "La sed, padre, la sed". Al parecer, ni siquiera las religiones están en Irlanda lejos de los pubs. Sirva saber que en Dublín hay uno, McDaid's, que fue iglesia, y una iglesia, la del Blessed Sacrament, que fue pub. Estaba tan corfundido que con un "Ave María Purísima" me despedí de Briscoe y me fui al hotel a ver la tele. Por cierto, que el intento de subida del precio de la pinta de cerveza en tres peniques seguía acaparando la atención informativa. Después de ver el telediario estaba todavía más embriagado.
Philip Casey, el poeta con el que me vi luego, es un tipo cordial: él pagó la primera ronda. Me recibió con el habitual: "Let's go to have a jar" ("Vamos a tornar una jarra") y como me notó cara de vomitona se puso a explicarme que en su país estaría muy mal visto que alguien rechazase una copa. Hasta el más pobre de los pobres tiene el orgullo de comprar su ronda, y el que no sepa corresponder con otra, el que tenga el bolsillo profundo, será tomado por indeseable. Además, rechazar la bebida sería tanto como rechazar la conversación, de cuya capacidad las gentes de este país alardean, y que demuestran sobre todo en el pub. Nadie que se tenga por articulate (capaz con la palabra), es decir, por irlandés, se resistirá a la prueba suprema de la barra del bar, donde la facilidad para encontrar interlocutor resul.ta sorprendente. Sólo el tañido de la campana que pone cierre al establecimiento puede terminar honrosamente una discusión. Aquí lo de la última copa no es una metáfora.
"El vino entra por la boca, / el amor entra por el ojo. / Es lo único cierto que sabremos antes de envejecer y morir. Levanto la copa hacia mi boca, te miro a ti / y suspiro". Los versos de Yeats que recitó Philey a una compañera suya que se acababa de unir en los postreros momentos a la juerga tuvieron el poder de sacar lo mejor de mi nacionalismo. Entonces canté a la chica lo de "el vino que tiene Asunción...", y se quedó tan contenta. Por supuesto, mis amigos, que confesaron conocer el rioja, nada sabían del vino de Asunción. Pero lo lógico era hablar de sus esencias.
Los irlandeses presumen de haber inventado la soda, aunque en la consideración de los numerosos logros que han sabido meter en un vaso, ya dijo lord Byron que eso era una simple sofisticación. Del pacheen ya hice referencia, y basta ahora decir que, puestos a hacer poesía hasta con las palabras que se beben, este pueblo de poetas y bebedores le da además el nombre de moonshine (luz de luna). Su capacidad de embriagar es tal que durante la epidemia de gripe española que hubo a primeros de siglo, el licor alcanzó fiterte popularidad en la seguridad de que "emborrachaba hasta al virirs". Para el whisky también hay, una. nominación lírica. En gaélico se dice uisge beath (agua de la vida), por más que contradiaa el final de aquel poema de Yeats: "Un borracho es un hombre muerto, / y todos los hombres muertos están borrachos". Irlanda está orgullosa del whisky, al que hace tres destilaciones -una más que el resto de los países productores- antes de embotellarlo. Se dice que es demasiado bueno y que no todo el mundo lo merece. Que se conformen los tontos con el escocés, que deja las, piernas zambas.
Pero la bebida nacional es, sin lugar a dudas, la cerveza. La cosa está tan clara que para homenajear a este país, de suelo de césped y cabeza de, espuma, el Día de San Patricio se vende en numerosos bares de América una cerveza verde. Venderla negra tampoco sería, sin embargo, un mal homenaje. Y es que, desde que en 1759 la familia Guinness se puso a fabricarla con granos tostados, es decir, desde que inventaron la pólvora, pedir una pinta es decir una guinness. El logro ha dado a los productores los mayores honores políticos y sociales que cabe alcanzar. Ellos han dado a los consumidores un bálsamo que cura cualquier necesidad. En Irlanda se dice, por ejemplo, que "con la guinness se come y se bebe". También que es la única solución al problema del Ulster, pues si el Reino Unido decretase alguna vez un embargo comercial sobre la República, protestantes y católicos unirían sus destinos por primera vez porque ninguna de las dos comunidades resistiría sin guinness.
La definición de un homosexual irlandés es: "Aquel hombre que prefiere las mujeres a la bebida". Casey y yo seguirnos bebiendo solos una buena parte de la tarde. Éramos muy hombres, y la chica nos salió rana, pues resultó miembro del Pioner Total Abstinence Association, una organización fundada por el father Mathew hace un siglo y que funciona como un verdadero ejército en la lucha contra el alcoholismo. Un ejército de traidores. Ella quería, nada menos, que nos fuésemos a su casa a ver el próximo telediario. Pero eso emborracha a cualquiera. Anduvimos en pubs tan significativos como Neary's, The Bailey, Dauy Byrne`s, McDaid's, etcétera, cada uno con una leyenda y también con una realidad. Nombres de borrachos *ilustres y de borrachos ariónimos hacían su historia y su presente.
Hay razones elocuentes para recordarles, pero es seguro que en Dublín nunca se perderá la memoría de hombres como Brendan Behan o Patrick Kavanagh, siquiera sea por su afición al drop, a la gota. La lista ya citada de los pubs tiene su referencia vital con la misma intensidad que las páginas de sus libros. Ambos lideran toda una generación que periclita con sus vidas en la década de los sesenta y cuyo rastreo está envuelto todavía en ese atractivo cóctel de exhibicionismo, discusión y alcohol.
Behan es uno de los grandes dramaturgos del siglo, y su recorrido vivencial fue apasionante. Intentó luchar en la guerra de España al lado de las Brigadas Intemacionales con sólo 14 años, y luego peleó por su causa de libertad al lado del IRA. Glotón empedernido, cocinaba sus guisos en la baflera que conservaba de niño; jodedor de sexos indiscrin-iinados, se le decía capaz de "montar el trasero de un autobús"; borracho sin límite, bebía el aftershave en los aviones que no daban servicio. Era un character, y su muerte la lloró la ciudad en un entierro impresionante. Paddy Kavanagh también lo era. Como poeta consiguió la atención favorita de Eliot y Ezra Pound, y eso quiere decir algo; como beodo, la atención de los hípódrorri.os, donde acostumbraba a interrumpir las carreras colándose en las pistas en estado de total embriaguez. Murió atormentado por el pecado de regatear la propina a la camarera que le sirvió el último whisky. Rebosaba dignidad.
Casey y yo tomamos la copa de la puerta (la última) in the middle of nowhere (en medio de ninguna parte). Irlanda era para entonces un vapor sofocante que traté de quitarme a la mañana siguiente con una caja entera de Alka-Seltzer, para empezar a describirla luego en estas páginas que ahora cumplen. Desde entonces estoy a horchatas y granizados de limón. Creo que, de no sentir vergüenza por mi comportamiento, levantaría por aquel país los restos de este agua de chufas que tengo en para él el brindis en él que me enseñaron: "Que la salud del salmón esté siempre contigo: una vida larga, un corazón lleno y una boca siempre mojada". Mojada, sea de lo que sea.
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