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Una docena de heridos en los encierros de Móstoles por las pedradas lanzadas a los toros por el público

Juan Antonio Carbajo

"En los encierros de Móstoles ya no hay cogidas ni heridas por asta de toro. La mayor parte de las curas que hemos hecho han sido por causa de las pedradas". Este es el parte médico coloquial facilitado por un miembro de la Cruz Roja encargado de la asistencia en los dos encierros que el martes y el miércoles pasado se celebraron en Móstoles. Los toros son apedreados a lo largo del recorrido, y las piedras que no alcanzan su objetivo suelen recalar en la frente o la barbilla de los corredores o espectadores.

Durante tres o cuatro horas, dos vaquillas y dos novillos son encerrados en un pasillo de cerca de 300 metros de largo y con una anchura máxima de 10 metros. En la parte superior de las barreras se apostan los más jóvenes. Desde esa atalaya preparan el arsenal que servirá para amedrentar a los astados. Al final, una alfombra de piedras queda como testimonio."¿Y si te tiro yo a ti las piedras?", preguntó Javier, un amante del encierro tradicional, a un joven armado con tirachinas. ¿Qué pasa? Si es un toro...", le respondió casi ofendido el niño. Javier, de 22 años, mecánico de profesión y miembro de la peña La Barbacana, se siente cada vez más impotente al ver cómo cada año degenera el espectáculo.

José Luis Gallego, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento, calificó de salvaje este comportamiento. "Habría que plantearse seriamente si estas muestras de barbarie son buenas para la cultura de un país", dijo. El Ayuntamiento, que organiza los encierros porque en la zona hay cierta tradición, podría plantearse para el próximo año su supresión.

Fuentes policiales aseguraron que entre el millar de asistentes a los encierros se encuentra la flor y nata de la delincuencia de la zona. "Aquí se concentran desde siempre los chorizos habituales, que descargan su energía, aprovechan para hacer algún trabajillo o meterse con nosotros en el caso que intentemos impedir alguna salvajada", opinan.

Lo nunca visto

"Estos encierros, que duran tantas horas, siempre tienen sus brutalidades, aunque yo no he visto ninguno en que apedreen a los toros", comenta un viejo aficionado que alardea conocer desde los de San Fermín a los de Valdemorillo. "Los amantes del encierro clásico ya no vienen aquí, se van a Navalcarnero o Villaviciosa", añade.La crónica de otros años, sin embargo, acumula mayor número de singulares torturas. Hace dos, un toro estuvo todo el encierro con un dardo clavado entre ceja y ceja, y hace tres murió otro estrangulado por las cuerdas con las que le ataron. Previamente había perdido un cuerno. "El año pasado uno que llevaba un tenedor atado a un palo me dijo con la mayor naturalidad que lo quería para pinchar al toro", cuenta un policía municipal. Este año, una de las reses tuvo que ser apuntillada en el recorrido, a la vista de todo el público, ante la imposibilidad de llevarla a los cajones. El lunes, nada más comenzar el encierro, una vaquilla fue embestida y muerta por un novillo.

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Desde que en 1983 el Ayuntamiento decidiera realizar el encierro en las afueras de la ciudad, las peñas festivas se han negado a participar en ellos. "A nosotros nos gusta correr los toros, y esto es una salvajada. Además, el recorrido es mucho más peligroso, apenas tienes sitio para subirte a las barreras", comenta Alberto, miembro de La Barbacana. El distanciamiento de las peñas se hizo mayor desde que hace tres años el Ayuntamiento fue apedreado y la plaza de toros demolida por una multitud descontenta porque las peñas querían cobrar la entrada a una capea. "Pero a eso nos obligó el Gobierno Civil", dicen.

Las manifestaciones a favor del regreso del encierro al centro del pueblo se reproducen cada año desde las peñas. Alianza Popular llegó incluso a recoger este punto en su programa electoral. Sin embargo, los encierros por las calles del pueblo no eran menos salvajes. Luis, un vecino de la localidad, recuerda que entonces había toros que ni siquiera llegaban al final del recorrido. "Morían deslomados. Los mozos se subían encima de ellos". Aquel año la plaza de toros fue incendiada porque el Ayuntamiento se negó a soltar más toros.

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