Los 'no alineados'
HACE TRES décadas, el mundo era escenario de los episodios más duros de la guerra fría. La muerte de Stalin y el proceso de revisión abierto en la URSS no contribuyeron en modo alguno a modificar la extrema polarización y la política de confrontación que dominaban las relaciones de las grandes potencias y sus aliados más directos. De hecho, las crisis más graves para la todavía precaria paz mundial fueron protagonizadas por dos líderes -Jruschov y Kennedy- que habían despertado las esperanzas de sus países y del mundo. Simultáneamente, la resistencia de algunos Estados a esa política de bloques y la dinámica, extra ordinariamente sugestiva desde el punto de vista de las relaciones internacionales, puesta en marcha por el fenómeno de la descolonización hicieron emerger una serie de líderes de enorme carisma y atractivo, capaces de arrastrar tras de sí a otros países en un movimiento que se pretendía autónomo y que reclamaba un papel que desempeñar en la escena mundial. Tito, Nkrumah, Sukarno, el Fidel Castro de los comienzos... simbolizaban una generación de dirigentes dispuestos a disputar el monopolio de las grandes potencias sobre los destinos del mundo. Han pasado 27 años desde la fundación formal del Movimiento de Países No Alineados en Belgrado, y, desde entonces, la situación internacional ha cambiado considerablemente. Los delegados de la novena sesión ministerial del Movimiento de Países No Alineados, que concluyó ayer en Chipre, fueron invitados por el presidente del país anfitrión a estudiar el futuro del movimiento "en el contexto de la nueva situación internacional". No parece haber sido ése el objetivo de la reunión, cuyo único punto importante en el orden del día era la elección de la nueva presidencia. Mientras la conferencia se disolvía en sesiones de rutina, a sólo algunos centenares de kilómetros se comenzaban a desmantelar misiles de alcance intermedio estacionados en Europa.
La política que justificó la aparición del movimiento ha sufrido un giro que podría ser irreversible, y los grandes dirigentes del pasado han sido sucedidos, en demasiados casos, por camarillas de poder que han ejercido sobre sus pueblos una tiranía no conocida durante la época colonial. Los loables propósitos enunciados por sus fundadores quedaron heridos de muerte cuando la lógica de bloques se introdujo en el seno de la organización a través de países no integrados en un pacto militar, pero alineados con la política de uno de los bloques. La prueba más clara de la inoperancia a la que ha llegado el movimiento está en la sarcástica paradoja de que los conflictos regionales de los que han sido víctimas o actores los propios países no alineados han sido solucionados antes por la intervención de las grandes potencias que por los buenos oficios del resto de los miembros del grupo.
La propuesta para que Yugoslavia presida durante los próximos años a los no alineados podría simbolizar una suerte de vuelta a los orígenes; pero no para empezar otra vez desde el principio, sino para adaptar a los tiempos que corren una instancia internacional que, a pesar de todo, dispone de una notable envergadura -99 países, más delegaciones de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y de la Organización Popular del África del Suroeste (SWAPO), que constituyen las dos terceras partes de la ONU y representan a 2.000 millones de personas-. Lo que une a esos países no es ya su equidistancia respecto de los bloques en un momento en que las grandes potencias hacen tabla rasa de sus diferencias ideológicas para dialogar sobre el desarme. El peligro para la paz mundial no viene determinado ya tanto por las pruebas de fuerza entre el Este y el Oeste como por los alarmantes desequilibrios que existen -y que no hacen sino ampliarse- entre unos pocos países privilegiados y la inmensa mayoría de naciones del mundo. En la dialéctica Norte-Sur es donde tendrán que encontrarse los equilibrios necesarios para preservar un orden internacional estable, y, a ese respecto, existe todo un programa para los años por venir: deuda externa, desigualdad en las relaciones de intercambio, distribución de la riqueza internacional, grandes migraciones... En ese terreno, las naciones que ahora integran el Movimiento de Países No Alineados tienen muchas más cosas en común que su no adscripción formal a un pacto militar.
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