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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Un editorial para 1992

Sáhara, Magreb y España. Como resultado del proceso de paz que se inicia en la región a principios del año 1988, hoy, ya metidos en el año 1992, observamos la potente realidad de la Confederación de Estados Magrebíes: paz en los territorios, respeto mutuo entre los Estados miembros, aprovechamiento integral de la potencia económica, una política exterior unificada, etcétera. La nueva situación permitió acometer en el antiguo Sáhara español una serie de transformaciones espectaculares: integración de la economía del fosfato y reapertura de las instalaciones de Bucrá, con capital propio, creación y desarrollo mixto de empresas pesqueras primarias y transformadoras enteramente magrebíes, un cinturón turístico desde Casablanca y Mauritania que ha atraído millones de turistas que en otros tiempos acudieron a Canarias y otras regiones.Y ello por no hablar del prestigio de la diplomacia magrebí y los graves trastornos que ello ocasiona en la defensa españolista de Ceuta y Melilla, hoy ya incluidas -para desgracia del pensamiento tradicionalista español- en la lista de zonas a descolonizar por Naciones Unidas.

En el proceso de integración magrebí, los saharauis deciden renunciar a su segunda lengua: el castellano, e integrarse en la perspectiva francófona de sus hermanos de la región.

Los puestos de trabajo generados en el Sáhara no han sido ocupados por personal de las islas Canarias, sino que han sido trabajadores marroquíes los usufructuarios del crecimiento espectacular del empleo.

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La relación entre los Estados magrebíes y la CE se desarrolla en un plano de igualdad, y los protagonistas europeos del encuentro están hoy en París y en Roma. No ha pasado el suficiente tiempo para ignorar la responsabilidad de los políticos y gobernantes españoles en esta situación. El pensamiento débil de ministros como el señor Fernández Ordóñez hizo posible en su día (agosto de 1988) que la despreocupación, la ignorancia y el recelo ante los cambios que se anunciaban mantuviesen a España al margen de los acontecimientos; sólo se ofreció en su momento apoyo publicitario y alharacas (léase EL PAÍS del 29 de agosto de 1988) y apoyo técnico y accesorio (EL PAÍS del 31 de agosto).

Como ha escrito recientemente un diplomático español que vivió en su día estas tristes circunstancias, "en el fondo, el Gobierno español estaba profundamente interesado en la continuación de la guerra; de esa manera se atrasaba al máximo posible el despliegue de una potencia competidora en lo político, lo económico y lo diplomático".-

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