Vengan ustedes, benditos sean
Ya han vuelto ustedes, benditos sean, con sus coches y sus niños maduritos para el colegio, los desgraciados, y con sus niñas, que traen el paso acostumbrado al descalzo y al desnudo, y están doraditas y se cimbrean un poco más que antes para los ojos de los Nabokov urbanos, que se relamen al ver sus ombliguillos entre el pantalón de corte bajo y la torerilla color pastel.Les hemos estado guardando todo para que la ciudad esté parecida a cuando la dejaron. Perdonen si se encuentran más obras; no hemos podido terminarlas a tiempo. Teníamos pereza. Pero ya ha vuelto el hombre de la marisquería, y le hemos visto subir los precios en la carta que pone en su puerta; ha venido el librero, y el navajero, y las viejas hermanitas gemelas que van a misa; ya están los farmacéuticos guardando bajo nueva llave esas 300 clases de píldoras que, durante el verano, unos reportajes y unos libros nos dijeron que servían para la felicidad y el amor. No es verdad.
En marcha militar
Han venido todos entre ustedes: son ustedes mismos, en buena marcha militar, acompañados por la intendencia. Perdonen si aún hace calor, pero en cambio no tendrán que soportar los espectáculos de los Veranos de la Villa, que humildemente se retiran cuando ustedes llegan, ni las kermesses y sus churros, ni los camareros alquilones que en las terrazas de lujo nos han estado echando la sopa encima o derribando sobre nuestra mesa el carrito de los postres.
Esto funciona mal sin ustedes, que nos traen otra vez las huelgas y las manifestaciones -ya está preparando una el alcalde, que ha vuelto con ganas, para que vayan a protestar contra ETA, si les apetece comenzar a gastar el caudal de su inopia veraniega-, y esos chicos con una banda militar que desfilan por la ciudad detrás de un lábaro en el que se lee Religión, Familia y Propiedad.
Regresan los mendigos que fueron a descansar a Portugal o a Benidorm, y se repliegan de nuevo en su postura oriental, y ensayan su voz lastimera; y las chicas de la calle del Barco, y de la calle de la Victoria, y las que se ponen frente al Castellana Hilton, y los ambiguos que merodean por las callejuelas hacia Serrano que se abren el vestido en la noche ante los automóviles; iluminados por el semáforo rojo, parecen dráculas de barrio.
Ya está el panadero que tiene las tortitas de harina un poco gruesas, espolvoreadas de almendra molidita; pasan las mecanógrafas corriendo hacia el metro, llegando tarde otra vez y siempre, con tiempo para recoger el prospecto que dan otra vez anunciando los cursos de idiomas, con la esperanza de aprender inglés, que es uno de los imposibles de nuestro tiempo.
Estrés y agresividad
Vienen -benditos y muy benditos sean- los compradores de periódicos, y quienes anuncian para ellos y para que uno vaya viviendo de lo que queda de ese dinero. Y en el banco está el empleado que sabe nuestros apuros, y el técnico de televisión que pasará la película sin alterar los rollos. Los ejecutivos están otra vez con su piel antigua -de ocasiones de un buen almacén-, soñando que por fin van a ser yuppies a la americana, palpitando de estrés y de agresividad.
Ha vuelto el Gobierno con sus nombramientos, y los aspirantes a los nombramientos sentados al pie del teléfono, con su barba negra cortada al estilo del partido y su camisa de color rosa, por si hay que correr en cualquier momento.
Aquí, ya ven ustedes, no ha pasado nada. Sin ustedes, aquí no pasa nada. Una ciudad tórrida amenizada por el aire acondicionado, que ha producido algunas gripes -sentimos mucho mantener todavía los virus: pero ustedes vuelven fuertes y seguros-, algunos conciertos de rock -ya han venido algunos de ustedes, con su petulancia verbal, con su señoritismo, a maldecir de ellos en televisión, sin haberlos visto jamás-, algunos ligues de verano que quizá se prolonguen un poco más por debajo de las gabardinas que vienen. Algún muerto. Algún nacido asombrado. Cosas nuestras.
Les hemos guardado todo bien: a ustedes, los médicos, los jueces y los maestros, los empleados de los servicios públicos, los que van a regañar sobre dónde nos venden los bonobús o si tenemos que pagar más impuestos para sus sueldos, los políticos de café -con leche, por favor- y los de verdad, los que nos harán ir de una ventanilla a otra en busca de nuestro expediente perdido en el verano.
Pueden ya volver a la ciudad a contarnos sus noches fresquitas, los pechos desnudos que han visto junto al Mediterráneo, lo groseros que son los franceses, la cantidad de fastidiosos orientales que hay en Londres o la forma en que Venecia ha salido adelante de los malos olores del verano, de las algas de los canales y del exceso de visitantes. Estamos aquí para escucharles.
Nos encuentran en nuestro puesto. Débiles, griposos, insomnes, "fieles, pero desdichados", como dice el escudo de los Marlborough (los señores, no los cigarrillos). Vengan, vengan ustedes a regañarnos por nuestros cigarrillos, por nuestros perros que no hemos abandonado, por nuestro color pálido pero honrado, vengan ustedes con sus conflictos, con sus tránsitos, con sus convenios, con sus colegios dudosos, con los preparativos que han estado haciendo, frente al mar, sobre cómo organizar un otoño caliente.
No se preocupen, que nosotros ya nos iremos incorporando; vengan ustedes tranquilos, querida masa urbana, que somos de los suyos, aunque nos vean exangües y torpones. Gentes de la ciudad. Súbditos, que es una palabra que ya no se dice. Pero se practica. Gracias por venir a visitarnos durante 11 meses.
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