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La estrategia del palo y la zanahoria

EE UU aprueba una ley comercial que Europa y Japón juzgan desleal y restrictiva

Después de casi tres años de negociaciones legislativas, varios proyectos diferentes y un inicial veto ejecutivo, el presidente Ronald Reagan decidió esta semana estampar su firma, en mitad de una adversa campaña electoral para su partido, en la polémica ley comercial. Más de 1.100 páginas de artículos y cláusulas, algunas especialmente restrictivas y otras honestamente liberalizadoras, entran en vigor bajo una filosofía que no se aleja mucho del tradicional lema El palo y la zanahoria. Es decir: vale todo mientras el burro ande.

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Una mezcla de sanciones, amenazas y medidas liberalizadoras

Apenas unas horas después de la firma presidencial, Japón y la Comunidad Europea (CE), los dos principales socios comercia les de Estados Unidos, han amenazado a Washington con someter la nueva ley, o algunos de sus capítulos, a la consideración del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), en el convencimiento de que el texto legal viola algunos de los compromisos liberalizadores del comercio mundial, acordados dentro de dicha organización supranacional.Japón, incluso, ha anunciado su intención de considerar las sanciones a Toshiba, uno de los aspectos más perjudiciales para el país asiático, dentro de la filosofía del Cocom, el organismo de las naciones occidentales que regula el comercio de alta tecnología con los países socialistas.

La Comunidad Europea ha dicho que el próximo 26 de septiembre sus ministros de Asuntos Exteriores estudiarán las "acciones concretas" a adoptar para ,, defender sus legítimos intereses contra acciones que no están de acuerdo con el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio".

Reacciones orquestadas

La orquestada reacción japonesa y europea está, sin embargo, condenada al fracaso, al menos por el momento. Y por una simple razón: nada va a hacer cambiar de opinión, en la atmósfera electoral que vive estos días Estados Unidos, a un presidente como Ronald Reagan, que ya tiene sus maletas preparadas y que ha tenido un último gesto de claro apoyo hacia George Bush, el candidato republicano que según las encuestas últimas tiene muchos boletos para quedar el segundo en noviembre.La ley comercial se ha convertido, para la América recalcitrante y monroniana, en un símbolo sintomático de sus actuales males: 171.000 millones de déficit comercial en 1987, elevado desequilibrio fiscal y una deuda exterior y nacional que pesa como una losa en cualquier intento bienintencionado de poner orden a los desajustes generados por una política expansiva indudablemente exitosa.

Son muchos los que, a nivel popular, piensan en Estados Unidos que esta ley va a resolver de la noche a la mañana los problemas comerciales, e incluso estructurales, de la industria norteamericana.

Pero nada más lejos de la realidad. Allen Sinaí, uno de los gurus de Wall Street y jefe de economistas de la Boston Company, una filial de análisis de Shearson Lehman Hutton, comentaba, en una reciente entrevista con este periódico, que los beneficios de la ley comercial tardarán años en notarse en la economía norteamericana, precisamente porque el texto legal es, ante todo, un instrumento cuyas consecuencias dependerán de la filosofía con la que lo use el presidente.

"La ley comercial es, sobre todo, neutra, ni proteccionista ni liberalizadora", decía a su vez uno de los principales redactores del proyecto aprobado por la Administración que dirige Ronald Reagan, ayudante de un senador demócrata sureño. "La filosofía general puede aparentar ser restrictiva, pero si se analiza bien se comprobará que nuestra intención es abrir los mercados y estimular el comercio mundial. Lo que sucede es que, quizá, a la Administración, y al representante comercial del presidente, se le concede demasiado mano libre", añadía la misma persona.

Es por eso que los expertos estiman que, con un presidente y Administración de corte liberal la ley será liberalizadora, al imponer tales criterios en las negociaciones multilaterales pendientes en el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (la ronda Uruguay) y otros foros. Pero con un Gobierno atado de manos por el lobby proteccionista, la ley puede ser todo lo contrario.

Aparte de su neutralidad como resultante final, que algunos ponen en duda, especialmente fuera de Estados Unidos, es cierto que la idea de una nueva ley comercial surgió como un intento catalizador de la propia Administración de Ronald Reagan para frenar la creciente inclinación proteccionista de los medios políticos y económicos norteamericanos.

Caballo proteccionista

El Gobierno de Reagan, con las primeras cifras adversas sobre comercio exterior hace ya unos años, prefirió montarse en el caballo del proteccionismo galopante antes de ser arrastrado por el mismo.Y, además, lo hizo con cierta habilidad al defender, como filosofía subyacente de la nueva ley, la idea de que resultaría mucho más eficaz, en lugar de cerrar las fronteras a las importaciones, estimular las propias exportaciones mediante un complicado entramado para romper las barreras de los demás. Es decir, aplicarle al burro la zanahoria pero sin olvidar el palo.

El problema es que el calendario de la nueva ley ha coincidido, en el momento de la ratificación presidencial, con una campaña electoral que , por razones que no vienen al caso, se le ha complicado demasiado al partido en el poder.

Tras unas primeras refriegas con los defensores de la ley y con algunas victorias parciales y mínimas, Reagan ha preferido dar un regalo a su vicepresidente, y candidato republicano, aprovechando la idea restrictiva y proteccionista que el norteamericano medio tiene de la nueva ley.

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