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Levántate, Bush

El vicepresidente muestra una imagen de líder superior a la esperada por una Prensa hostil

Francisco G. Basterra

George Bush, contra casi todos los pronósticos, parece haber capeado la tormenta levantada por su número dos, el senador Dan Quayle, y, por primera vez desde hace semanas, supera a su rival demócrata, Michael Dukakis, en las encuestas. El vicepresidente, sin la sombra de Reagan encima, está demostrando una imagen de líder y una capacidad de hacer campaña muy superiores a las esperadas por una Prensa mayoritariamente hostil a este político, al que presenta poco más o menos como un pelele.

Y cuenta con la ayuda del presidente Reagan, que ya ha prometido 15 discursos por todo el país en la campaña electoral y con cuyo tirón Bush espera ganar California, el Estado más importante, con 47 votos electorales. El vicepresidente, en un intento de que se le pegue la popularidad de Reagan, acudió el miércoles a Los Ángeles a un mitin político conjunto a la sombra de Reagan. El mismo día, el candidato demócrata obtenía el tradicional apoyo de los sindicatos, una fuerza que cada vez pesa menos en EE UU, donde sólo el 17% de los trabajadores está sindicado.Dukakis, confiado en el lanzamiento que le supuso la convención de su partido en Atlanta, ha detenido en seco su ascensión y no se ha aprovechado de las desventuras de Quayle y de lo que su designación como vicepresidente por los republicanos puede decir sobre la capacidad de juicio político de Bush. Está a la defensiva, sin abrir nuevas líneas de ataque, limitándose a insistir en que la prosperidad económica -principal bandera de los republicanos- es un espejismo y que la renta familiar, en términos reales, es la misma que hace 20 años.

El escándalo se desvanece

Tras una semana de ser el pim-pam-pum nacional y el chiste de todos los programas de variedades en televisión, el escándalo Quayle se desvanece. Los norteamericanos, en su mayoría, parecen dar la razón a los republicanos, que desde el principio denunciaron a una Prensa liberal, claramente partidaria de un triunfo de Dukakis en noviembre, como la culpable de la desgracia del joven senador por Indiana. Pasado el vendaval de periodismo inquisitivo sobre Quayle, su escapada legal de Vietnam, vía enchufe de familia rica, para entrar en la Guardia Nacional, los mismos medios de comunicación comienzan, en algunos casos, a preguntarse si no han ido demasiado lejos. Lo que hace sólo siete días nadie se atrevía a predecir -la continuidad de Quayle como candidato republicano a la vicepresidencia-, parece- ahora confirmado. Salvo nuevas y graves revelaciones -el supuesto escándalo sexual que contará en el próximo número de Playboy la relaciones públicas y modelo Paula Parkinson, que afirma que Quayle quiso llevársela a la cama-, el fotogéinco y ultraderechista Quayle no acabará como Eagleton en 1972 y podría ser vicepresidente o incluso presidente de Estados Unidos.Éste es el fondo de la cuestión -no el favoritismo no suficientememte probado para hacer la mili en las oficinas mientras americanos menos privilegiados combatían y morían en Vietnam- que Quayle no logra responder. La investigación periodística de este halcón con aires kennedyanos ha producido, si no una pistola humeante que fulmine su carrera política, sí un cuadro demoledor con datos abundantes sobre la mediocridad intelectual, la vaciedad, la falta de carácter y de peso específico de este joven cachorro del reaganismo.

Ya no hay casi nadie en este país, salvo George Bush, que asegure que Dan Quayle tiene el carácter y la preparación necesarias para sustituir al presidente en caso necesario. Desastroso estudiante, "amigo del golf, las mujeres y la bebida", según sus compañeros, incapaz de conseguir nada sin la ayuda de su familia, inédito prácticamente en el Senado e hipócrita en su defensa retórica de Vietnam, comparada con sus esfuerzos por evitar la guerra, no hay nada en su biografla que respalde que dentro de 70 días sea elegido para estar a "un latido de corazón" de la presidéncia. Dukakis y los demócratas no han sabido aprovechar el caso Quayle. Incluso, gracias a insinuaciones de los estrategas republicanos, el candidato demócrata ha tenido que defender que no utilizó una prórroga de estudios para escaparse de la guerra de Corea. Y su vicepresidente, Lloyd Bentsen, debió explicar que no hizo nada incorrecto para que su hijo hiciera la milí en la Guardia Nacional.

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Ataque como mejor defensa

La intensidad del debate -las revistas nacionales han sacado en portada a Quayle, los telediarios han abierto con sus trapisondas toda la semana- sólo ha perseguido hacer luz sobre lo más anecdótico. Pero pocos han sido los que han presentado el caso como un ejemplo peligroso de lo que es capaz de hacer Bush cuando se enfrenta a una decisión importante. El vicepresidente ni siquiera fue capaz de entrevistar personalmente a Quayle, dejando la decisión más importante de su vida política en manos de terceras personas.Algunos críticos, como el columnista James Reston, advierten del peligro de que este precedente sea un anticipo de la forma como Bush actuaría y elegiría a los cargos más importantes una vez en la presidencia. Pero los republicanos, utilizando el ataque como la mejor defensa, después de dar unos cursos rápidos a Quayle en Washington advirtiéndole que sólo hable del futuro, han lanzado al senador a hacer campafía, solo, por todo el país.

Habrá, sin embargo, que esperar a los debates entre los candidatos -Bush ya se ha negado a acudir al primero, precisamente sobre política exterior, el 14 de septiembre- para evaluar con más precisión que los sondeos de agosto las posibilidades de Dukakis y Bush en una elección que puede ser la más reñida desde que, en 1960, Kennedy le ganó la presidencia a Nixon por unos miles de votos en el Estado de Illinois.

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