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El nacimiento de una hinchazón

Hasta el día de ayer, las barrigas, me refiero concretamente a su versión protuberante, me resultaban indiferentes. Había tropezado con ellas, como todo el mundo, sin que llegaran a despertar un sentimiento específico. No veía en ellas ni signo de opulencia (en algunas zonas rurales sin barriga, el prestigio social se pone difícil) ni desarreglo estético (esa fealdad intrínseca de un abombamiento donde debería imperar la tersura). Una barri,ga era una barriga y un beso era un beso. Lo que sí es cierto es que esas panzas eminentes parecían pertenecer al otro lado del mundo, al lado de las cosas que no conciernen, La clase de objeto que nunca entraría en casa, como el bidé por aspersión.Hasta el día de ayer, ya digo. llorque en el día de ayer, cuando me estaba probando un país de conjuntos playeros cuidadosamente escogidos, encontré una entre la punta del esterrón y el asunto púbico, Cluiero decir entre mi esternón y mi asunto púbico. Su aspecto general era el de un globo de feria, medio hinchado, con gesto triste y que miraba hacia abajo. La primera reacción fue la de estirarme bruscamente para devolver a su escondrijo aquella especie de alienígena que buscaba la superficie exterior. Ni se inmutó. Puede que estirase un poco la sotobarba, pero el resultado globill fue despreciable. Estaba instalada. Casi cometo el error de llamar a mi mujer, que andaba en el cuarto contiguo, aunque felizmente controlé este evidente signo de debilidad. La situación era muy grave y sólo debía recurrir a mis parientes cuando el diagnóstico fuera definitivo.

Lo primero que hice fue comprobar el estado de la luna del espejo. Pertenecía a un aparador de principios de siglo y cabía la posibilidad de alguna imperfección deformante. La palma de mi mano no descubrió ningún accidente tranquilizador en la trágica superficie. Repetí la operación varias veces y sin novedad. Reconozco que unas gotas de sudor frío bajaron desde la frente al cuelle y luego fueron a morir a una poquita que babía a principios del estómago y que yo no conocía. Tuve miedo me paralizó bastanLes rninutos. Estuve sentado en el borde de la cama,con el bañador de palmeras y las chancletas a juego, yo qué sé cuánto tiempo. Mi cara en el espejo delataba los rasgos de un hombre sorprendido por una traición en carne propia.

Tuve una ensoñación. Iba caminando por un corredor de espejos en el que los espejos se hinchaban a mi paso y suspiraban con resoplidos de obeso. Intentaba salir y las entradas del corredor estaban obturadas con dos ombligos gigantes. Cuando ablos ojos despavoridos seguía sentadG en el borde de la cama.

Con fuerzas de flaqueza apagué la luz eléctrica, sabí la persiana y con laluz que entraba por la ventana volví a mirarme. La misma barriga de antes. El contraste natural no recortó ni un milímetro el volumen anterior. En situaciones desesperadas, pensé, los hombres deben hacer algo, por inútil que sea. Mientras estos excelentes pensamientos recorrían mi cabeza empecé a moverme con nerviosismo dentro de la habitación. Me sentía preso. Curiosamente., no sólo p,eso de mi hinchazór. sino también del cuarto. El mundo que había más allá de la puerta me parecía inaccesible. Mi mujer había vistio entrar a un ser humano y dentro de poco vería salir a un mutante. Tampoco a mí me pertenecía aquel cuerpo. Mi casa, gobernada por un extraño.

De pronto me vi dando saltos delante del espejo y haciendo furiosas flexiones en el suelo. Había decidido lanzar una ofensiva mortal contra aquel panículo o lo que fuera. En pocos instantes llegué al agotamiento absoluto. Desparramado sobre la moqueta, con el cuerpo dolido y maltratado, confié en haber asestado un golpe, aunque sólo fuera intímidatorío, al feo abultamiento.

Me levanté sin prisa. Asomé primero por una esquina del espejo y luego me enfrenté de lleno a su reflejo. Entonces acabó toda esperanza. Lo crean o no, mi barriga esbozaba una sonrisa amplia, grasosa, con la que se hacía dueña del futuro. Se reía de mí y de todo lo que algún día había significado.

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Mi mujer lleva 18 horas llamando a la puerta. Dice que si me he vuelto loco.

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