La 'última tentación'
No he visto la discutida película de Martin Scorsese. No necesito conocerla para expresar aquí algunas reflexiones, no sobre el filme mismo sino sobre el debate provocado por dicho espectáculo. De momento, lo que nos llega del otro lado del Atlántico es el escándalo. Como era de esperar, las confesiones cristianas se han puesto de acuerdo para expresar su indignación. Manifestaciones en la calle, declaraciones públicas, artículos de prensa. La protesta gigantesca se desplaza como un marernoto hacia los acantilados de Europa.Lo peor del escándalo social no es el negocio publicitario, inevitable por otra parte. Hace más daño la sensación de su debilidad como respuesta. La potencia envolvente de la imagen blasfema se hace. más provocadora con los gritos contrarios. En el foro de las libertades públicas parece poco razonable negar el derecho de expresión al adversario. Crece la sospecha de que los creyentes no cuentan con otra respuesta más adecuada o de que su indignación bloquea el discurso articulado.
Es posible que Martin Scorsese haya pretendido abrir un debate estrictamente teológico. Pero el medio elegido, característico de las masas, se convierte él mismo en mensaje, desviando la atención del público hac¡a circunstancias y aspectos periféricos a la cuestión propiamente cristológica. El hecho es que todo el mundo cristiano e islamita se ha sentido agredido.
La provocación es siempre una pregunta hiriente y desconsiderada. No hubiera progresado el conocimiento sin preguntas e hipótesis de trabajo atrevidas. La vida y las palabras de Jesús de Nazaret fueron y siguen siendo la provocación más gigantesca de la historia de la humanidad. Sacudieron a los pueblos como un terremoto y no han perdido su poder de conmover las conciencias. En la Carta a los Hebreos se las compara a una espada de doble filo capaz de dividir alma y espíritu, junturas y tuétanos.
No parece descabellado que a los hijos de la liberación sexual se les pida cuenta de una libertad perdida o inmolada en el ara del placer genital. Plantear la posibilidad de que Cristo sintiera también en su cuerpo la tentación sexual equivaldría a afirmar la realidad de su humanidad y los límites morales de la relación sexual humana. Como cuestión teológica no puede ser más actual. Si se niega la misma posibilidad de la pareja para convertir en realidad de este mundo el amor incondicionado, razón de más para que escrutemos cómo se encarnó en el Hijo de Dios, al menos aquellos que creemos en él como revelación del amor del Padre.
Cuando hablamos de tentación debemos distinguir cuidadosamente sus significados: vulgarmente se suele identificar con la debilidad y aun con la degradación del ser humano. Los Evangelios, en cambio, entienden la tentación como una prueba, como un examen de la fidelidad a la propia vocación. "Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo", dice el Evangelio de san Mateo (4,1). El tentador utiliza la debilidad, pero el hombre del Espíritu descubre la falsedad del aliciente tentador. Los tres evangelistas sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, destacan las tentaciones de Jesús en el desierto como una prueba de la plenitud del Espíritu que guió a Jesús en las tres dificiles pruebas a que fue sometido.
Las tres tentaciones del desierto sirven para definir la misión del Salvador y trazan puntos esenciales de su programa o proyecto de vida. Como es sabido, en los Evangelios se recogen las experiencias de fe fundamentales de las primeras comunidades cristianas. No está de más añadir aquí la advertencia de Lucas: "Una vez que dio por terminada toda la tentación, el diablo se apartó de él hasta un tiempo oportuno" (Lc 4,13). Jesús pudo ser tentado de otras maneras.
Los exegetas de la Biblia demuestran cómo las tres tentaciones clásicas de Jesús en el desierto coinciden con las experimentadas también por el pueblo judío durante la travesía de los 40 días por el desierto. Los seguidores de Jesús deben mantenerse en especial vigilancia frente a esas tres posibles desviaciones del creyente o de la propia comunidad cristiana. El hambre de los bienes materiales, la fascinación del poder social o político y el propio orgullo idolátrico.
Nunca se presenta a Jesús de Nazaret tentado por su propia y humana sexualidad. Por el contrario, sorprende que se deje acompañar por mujeres, que se muestre comprensivo con la adúltera y que se deje ungir por una pecadora pública como María de Magdala. No sé si se ha reparado suficientemente en estas relaciones que en aquella cultura escandalizaban lógicamente a los puritanos de la Ley. Introducir en su comunidad a mujeres excluidas por principio de la sociedad religiosa, consideradas como propiedad del varón, lo mismo que los aperos de labranza, fue un gesto revolucionario. Equivalía a reconocer la dignidad personal de la mujer.
Esa relación personal de la pareja humana, desde entonces, se sitúa en primer plano, por encima de la misma acción procreadora y del placer fisico. La Iglesia sostiene con firmeza que toda relación sexual carece de sentido si no respeta la dignidad de la persona y se relaciona directamente con el amor gratuito e incondicionado. Es un acto trascendente, personal. La expresión corporal o es mediadora del amor, tal como se nos revela en el Evangelio, o se aísla en el simple desahogo de pulsiones musculares.
A nadie se le oculta la dificultad de llevar a la vida diaria esta concepción cristiana de la relación sexual. Muchos llegan a pensar que el desafio de la sexualidad ambiental ha llegado a convertirse en la clave de una especie de crisis terminal capaz de acabar con la existencia de la Iglesia. Vendría a ser algo así corno "la última tentación" de todo el cuerpo social católico. Los desanimados, los escépticos y los desertores frente a esta utopía real del amor absoluto son hoy legión.
La prueba del discípulo de Cristo y de toda la Iglesia es evidente. Reincorporación de la mujer al culto y a la vida de la Iglesia. Sentido del celibato de los sacerdotes. Convivencia de la parej a cristiana, limitación de la natalidad, utilización de las técnicas de reproducción asistida, etcétera. En todas estas cuestiones cruciales se mezcla la bondad humana de la sexualidad con el abuso inherente a una dimensión esencial del ser humano.
La provocación de la película de Scorsese no deja de ser pertinente. Me temo, sin embargo, que el medio elegido por el cineasta no nos va a dejar razonar seriamente sobre uno de los problemas más arduos de nuestro tiempo. La imagen audiovisual desborda el lenguaje de la intimidad y provoca más indignación que reflexión. El docetismo o herejía que negaba la reafidad humana de Jesús ha sido condenada siempre por la Iglesia. Nadie tiene derecho a escandalizarse de la hipótesis que pliantea La última tentación. Tentar a Jesús y tentar a la Iglesia no acredita ninguna debilidad. Pero disimular el testimonio del amor, tal como se ha revelado en Cristo, equivaldría a adulterar el mensaje del Evangelio. La representación de Jesús no va a ser más humana por su debilidad, sino por la dimensión revelada de su concepto decil amor humano. La provocación de Scorsese es pertinente. Estimulará la reflexión de los creyentes, desalentará a los pusilánimes y envalentonará a los ciegos seguidores del placer físico. Es una pregunta desafiante a la que hay que dar respuesta eri la práctica de la fe.
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