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Los otros

Agostear en Madrid tiene cada día más de vocación y menos de obligación. Porque no tienen mal sabor la soledad circulatoria de las avenidas o los conciertos nocturnos para decibelio y calle. Aunque las cosas funcionan peor en agosto, librarse del viejo orden es algo que no tiene precio. O sí: veranear en Madrid.Hay quien suele repetir cada año en voz baja que Madrid en este tiempo es una gollería. Explorador de ruta urbana, el veraneante de la ciudad saborea las mieles de la amnistía circulatoria, educa su trompa de Eustaquio en el concierto de las noches y devora, por fin, sin antesala, cine de calidad fuera de la espesura demográfica. No gozarán, las manadas que han salido del lujo de quedarse en el Retiro sin que te den un pelotazo, del gustazo de regresar tarde a casa sin las amenazas de Pepe (o de Pepita), del relajo de amar sin que haya obligación de madrugar en las mañanas de silencio de este único, anhelado, generoso, mes, en que el sueño de uno (de una) no queda roto por el grifo ajeno. Madrid es hoy un espacio abierto y libertario donde se instaura un nuevo orden, con casi todos (familias, porteros,jefes y Gobierno) fuiera.

Ellos dijeron al marcharse que esperaban mucho de su verano marbellí, tan estresados y cariblancos como iban, apostando fuerte contra nuestra particular debilidad a la caída de la tarde, a la soledad del teléfono y a la¡. degradación de los servicios. Convencidos de que se iban con las llaves de la ciudad, nos desearon suerte para este mes obtuso, con la suficiencia del que ha de retornar, dorado, tras el periplo por la hacinada costa y, eso sí, pos1bílitando nuestra supervivencia socio-cultural con los sabrosos congelados, Boletín Oficial congelado. He aquí el obsesivo celo de nuestros titulares en todas y cada una de las imprescindibles expendedurías. Debieron entenderque, mientras se recocían en los apartamentos del Mediterráneo, íbamos a guardar su ausencia con la paciencia y la absoluta fidelidad de las que son capaces sólo los subalternos.

Como ostras

En parte han conseguido que los recordemos. Algunos sustitutos de la radio no hacen más que imitar al titular con sonsonetes que repiten cada 10 minutos: "aquí, aburridos como ostras" (¿qué tendrán las pobres ostras para ser las patronas del tedio?), y 11 qué, cómo lo llevas"; el inspector de los servicios públicos hace la vista gorda ante la metedura de pata del temporero inevitable. Yo misma comprendí ayer a una presentadora de televisión cayendo en una risa (relax del audiovisual) y, ya en Colón, a un joven taxista (sustituto total) al preguntarme despistado cómo llegar a la calle de Alcalá. Hasta los perros y los gatos deambulan por Madrid en tanto llegan también sus titulares, los niños... Ya nos hemos acostumbrado.

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Este verano inferior del madrileño tiene también sus novedades. Dejando a un lado los que se quedan por vocación, que van siendo bastantes, en este agosto ha sucumbido uno de los tópicos del verano, el que afecta al Rodríguez, ojeroso y cumplido padre de familia, falto de elemental destreza culinaria y peculiar bastión de la fauna ibérica en estas particulares fechas. Tras muchos años de ejercicio, el Rodríguez tradicional se ha visto herido de gravedad en sus alardeadas expansiones viriles. Aviesa circunstancia de la página de sucesos (asalto y desvalijo en las viviendas y en los cuerpos de ingenuos transeúntes por parte de personal femenino delincuente) ha hecho reaccionar a ciertos redactores de la Prensa semanal -siempre cumplió la Prensa esta función moral- al poner en aviso a los varones que un ejército de mujeres (de la vida) las amenazan con el beso (de la muerte) en esta capital de la gloria. Por tanto, el Rodríguez enternecedor ha dejado voluntariamente en su mayoría la titularidad, boyante en otro tiempo, a favor de su oponente sexual, suyo sector más avanzado se corresponde con treintañera de economía independiente y de estado civil ambiguo en apariencia. Esta es la sustitución más lucida que estrena la ciudad: con burbuja, basquiña y muselina, en nada han de envidiar nuestras contemporáneas a sus tatarabuelas, paseadoras incansables del Prado en la España de Carlos Tercero.

Los sustitutos de esta ciudad caliente sacan al sol de agosto un revés que permanece oculto durante los 11 meses bien planchados del año del derecho. La responsable y bien planchada tabla de lo real formalizado regresará el justo día con sus nombres propios, y entonces habremos de dejar de guardarles la cara, de obedecer sus mandos a distancia. Creo que en el fondo los añoramos y no sabríamos vivir sin ellos, pues son el viejo orden, y el viejo orden funciona un poquito mejor que esto de hoy. Por eso, cuando llegue septiembre, todo será maravilloso y el agostero podrá de nuevo recluirse en esa especie de misantropía invernal, ese segundo plano burocrático, el del menor paternalmente conducido, al que está habituado felizmente.

Sólo han de reconocernos una cosa: que en esto de templar todo tipo de gaitas a los 40 grados los otros (les) hemos ganado la partida.

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