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Tribuna:VIAJEROS DE VERANOFARSA Y TRAGEDIA DE LA CIUDAD DE MÚNICH / 3
Tribuna
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Construcción de la ciudad

Félix de Azúa

En todos los órdenes se ha procedido del mismo modo, aprovechando una inercia antigua, inveterada y originaria. La corona bávara, los celebrados Wittelsbach, fueron los constructores de la capital; pero todavía en 1815 apenas si existía vida urbana. Tan sólo un 25% de la población alemana vivía en ciudades, dando el nombre de ciudad a cualquier aglomeración con más de 2.000 habitantes; el conjunto de la población urbana alemana no sumaba ni la mitad de la parisiense (1). En consecuencia, la ciudad es una creación de la segunda mitad del siglo XIX y sus actuales habitantes son urbanitas de tercera o cuarta generación. El aspecto campesino del muniqués, su herencia rural, es aplastante. La corona creó caprichosamente una imitación de ciudad histórica allí donde no había nada; puso Grecia y Roma, Bizancio, románico, gótico, Renacimiento, neoclásico, eclecticismo y lo que hiciera falta. La corona creó una escenografía histórica para uso de unos campesinos enriquecidos a escalofriante celeridad; la primera línea de ferrocarril alemana, por ejemplo, se construyó en Baviera, en 1835, entre Nuremberg y Fürth. Decir la corona quiere decir Maximiliano I y el conde americano (un aventurero que dotó a Múnich del Englischer Garten, el más grande de Europa); quiere decir Luis I y Von Klenze y María Montez; quiere decir Luis II y Wagner y Cosima Liszt; quiere decir Hitler y Troost y Speer. Un mismo empeño y técnicas diferenciadas.Todo tirano posee el alma de un arquitecto y se desdobla en su arquitecto. De Le Brun a Speer, siempre hay un arquitecto a la sombra del tirano. No en vano Le Corbusier adulaba a Mussolini; no en vano dedicaba La Ville Radleuse "a la autoridad, mayo l933". Luis I contó con uno de los arquitectos más geniales para Ja mediocridad que jamás haya existido: Leopold von Klenze (1784-1864). Este hombre, responsable del primer edificio neorrenacentista europeo (el palacio Beauharnais de 1816, según Pevsner), realizó él solo todo el decurso de la arquitectura occidental en Múnich; falsificó para la ciudad toda la arquitectura de la que carecía. El Pabellón de los Generales (Feldherrenhalle) es la loggia de las lanzas de Florencia; la Residencia es un cruce del palacio Pitti y el Rucellai; el palacio Moy es Brunelleschi con cubierta a cuatro aguas; el Monopteros es un templete griego que responde a su nombre; el Obelisco es un obelisco egipcio; la Gliptoteca es un templo jónico; el Propileo es la Acrópolis, más Tebas de Egipto; la Alte Pinakothek es un palacio renacentista; el Ruhmeshalle es un templo dórico... y así hasta completar la historia de la civilización. Toda escuela de arquitectura debiera llevar a sus alumnos a Múnich y de ese modo ahorrar tiempo y dinero; una vez vista la obra de Von Klenze ya no es preciso viajar a París, Florencia o Atenas. Aquí está todo.

Con una particularidad: Klenze era un arquitecto como la copa de un pino; las colosales viviendas de la Ludwigstrasse, una avenida principesca que recuerda el San Petersburgo de Catalina la Grande, es una de las piezas arquitectónicas más severas, elegantes y menospreciadas de todo Europa. Klenze, como Schinkel, fue un ídolo del greek revival inglés (2), pero me inclino a creer que las viviendas de la Ludwigstrasse son una prueba de talento muy superior a cualquiera de sus admiradas resurrecciones.

¿Y la Iglesia? ¿Qué modelo de disfraz, qué técnica de disimulo ha empleado la autoridad religiosa bávara9 En las iglesias de Múnich el desconcierto es aún mayor que ante los edificios de la aristocracia, pues ninguna de ellas coincide con lo que estamos habituados a considerar un templo.

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El catolicismo bávaro posee peculiaridades que lo hacen notablemente diverso del catolicismo intelectualista francés o del cinismo financiero español e italiano. La Reforma luterana dio lugar a un cristianismo desnudo, servil con los príncipes, enemigo de la imagen pagana y víctima de una orgía de luz y música. El catolicismo bávaro, visceralmente enfrentado a la Reforma, ha sido igualmente servil con los príncipes, pero éstos han remunerado tanto servilismo con preciosos templos pagados por el pueblo; el catolicismo bávaro ha sido un lujo de los sucesivos tiranos, una caridad de señores feudales para sus siervos. Las iglesias católicas de Múnich poseen un aire palaciego, cortesano y festivo que es lo más alejado que quepa imaginar de los siniestros templos de la Contrarreforma latina.

Faunos de Boucher

Los ángeles que coronan el altar de la iglesia de Santa Ana son faunos escapados de un grabado obsceno de Boucher. La Asamkirche, es decir, la iglesia de San Juan Nepomuceno, es una copia del boudoir de madame Pompadour; su forma de bañera invertida y el pequeño formato de la planta le hace a uno sentirse como un espectador en algún teatrito rococó donde actrices y actores tienen el aire tránsfuga de un drama de Bergman. El ambiente festivo, las retorcidas columnas de nata y fresa, el oro, la plata, el mármol y el no despreciable hecho de que la iglesia se encuentra adosada al domicilio privado de la familia Asam (a decir verdad, los financieros del templo; por una vez, de iniciativa privada), una de cuyas fachadas está dedicada al mundo cristiano, pero la otra a Apolo, Palas Atenea, Pegaso y Cupido, hacen de este templo un paradigma de disimulo.

Hay ejemplos más próximos a nuestra cultura religiosa, como es natural. La Michaelkirche, imitación de barroco romano, es simplemente grande, con unos retablos adosados de cualquiera manera, porque en realidad no son necesarios; es un interior de palacio y no un centro de oración. A la puerta de esta iglesia asistí a otra magnífica operación de disfraz: el coro de la policía de Múnich, en uniforme de servicio, interpretaba lieder de Schubert, mientras un cuarteto de trompas, calzado con botas y espuelas, ponía la nota cinegética a aquel conjunto de agentes del orden disfrazados de monaguillo. Por cierto, cantaban como jilgueros.

Aun cuando algunos templos se han contagiado de sobriedad protestante, como el Dom, es decir, la catedral de Nuestra Señora, cuyas torres acebolladas son las huellas digitales de Múnich, incluso éstos no pueden evitar una exudación peculiar. El interior del Dom parece una pintura de Saenredam, un monstruo blanco, septentrional y pietista, pero la restauración lo ha dejado todo perdido de elementos modernoides de estilo francés (entre nosotros, montserratino), a saber, espiguitas, palomitas, ciervos que beben en la fuente y mariconería de los años sesenta que contrasta escandalosamente con las pocas vidrieras góticas conservadas (del siglo XVI, como es lógico), escaparate de terribles guerreros armados hasta los dientes. Pero por lo general los templos son recintos apastelados, salones de algún príncipe frágil y galante, como esa magnífica iglesia del Espíritu Santo que es más erótica que un Fragonard y en la cual el panfleto de monseñor Escrivá de Balaguer que se ofrece a la entrada suena como un chiste baturro.

No, no hay resquicio para orientarse eclesiásticamente en Múnich. Es imposible averiguar, por los templos, en qué relación se encuentra la población con el Altísimo. En ocasiones esa relación parece una serenata nocturna de Mozart; a veces, un funeral masónico; otras, una asamblea civil de homenaje al príncipe elector. Pero ¿y el segundo fundamento del Estado? ¿Y el Ejército? ¿Es posible por lo menos que el Ejército conserve sus rasgos a las claras, sin disimulo, con una encarnadura verdadera?

Estetas

Tras la derrota, el Ejército alemán, máxima creación artística de Hitler (a sus generales les concedió, magnánimamente, la dirección técnica del mismo durante unos años, pero luego los despidió y confió la dirección de la guerra a los estetas del partido nazi), no tuvo más remedio que pasar a la clandestinidad. Los ciudadanos europeos suponemos que en cualquier momento puede la República Federal de Alemania levantar un Ejército capaz de ponerse en Moscú en dos semanas, pero sólo es una suposición. Oficialmente, tal cosa es imposible. Por tanto, no hay en Múnich rastro alguno del Ejército. Insistamos, a riesgo de ponernos pesados. La ocultación quiere decir: "Yo no tengo pasado, porque me doy el pasado que mi voluntad decide en cada momento". Durante el período de construcción urbana, la voluntad de la Corona y de la Iglesia constituyó un pasado ficticio, gran bacanal artística de elementos muertos. Tras las grandes guerras, esa historia hecha a medida de la voluntad entró en trance. El nihilismo se elevó al cubo. He aquí una muestra: en toda la ciudad sólo hay una ruina. La única ruina de la ciudad, el único edificio en ruinas, es el antiguo Museo del Ejército.

Esta mediocre construcción de enormes dimensiones, proyectada y realizada por Ludwig Mellinger en 1900, cuya cúpula recuerda la del Sagrado Corazón de París, ostentaba en su portal una leyenda clásica: "Armis et letteris", la tradicional advocación al oficio guerrero y literario; el sueño de Escipión en versión castrense. Pues bien, Javier Vilaltella me lo mostraba con un deje de perplejidad en la voz: "¿Qué lees tú ahí?", me decía. Nos encontrábamos a cierta distancia, junto al monumento de los caídos en la guerra del 14-19. No puede uno acercarse más, pero el actual letrero es bien visible: "Amore et letteris". Javier y yo nos mirábamos atónitos. "¿Verdad que dice amore?". No cabe la menor duda, dice amore. Javier chasqueaba la lengua. "¡Lo han cambiado!".

El conjunto está ahora en restauración porque Strauss, con agudo olfato simbólico, quiere convertirlo en el nuevo Parlamento bávaro. No cabe imaginarse nada más disimulado: el templo democrático en la antigua sede del Museo del Ejército, con el monumento de los caídos a sus pies y con un armis travestido en amore. Sensacional.

1 A. J. P. Taylor, The course of german history, Methuen, 1964, página 5. 2 J. Mordaunt Crook, The greek revival, Murray, 1972.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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