Café Gijón, el espíritu de la colmena
"Nos vemos en el Gijón". No hay que decir más. Este viejo café es un símbolo de Madrid. Una imagen de otros tiempos y también de los que corren. Matías Antolín, periodista, lo sabe muy bien y lo cuenta en este artículo. Gentes de la pluma, músicos, políticos, actores y personajes mundanos componen su clientela.
Desde los preshakespearianos a los posmodernos, pasando por el lucero del alba, alguna vez en su vida han apuntado en su agenda: "Visita / cita al / en Café Gijón". Viejas glorias y juventudes creadoras se han concitado en este rincón, decente y docente. Una reliquia celtibérica donde antaño hubo capas, y hoy copas. Vencedores y vencidos. Monárquicos y republicanos. Hombres y hembras. Juguetes rotos. Jóvenes ratas (de hemeroteca y filmoteca). Todos van a mirar y ser mirados. Morfología del voyeur...Café Gijón. Café del siglo. Café-cátedra y café-teatro. Poetas, prosistas y papanatas en el salón de exposiciones del paseo de Recoletos de Madrid. Hubo un tiempo en que una silla en una tertulia del café era más respetada que un sillón en la Real Academia de la Lengua. Ayer se fue, Mañana no ha llegado... A principios de siglo existía una suerte de agorafobia, un terror por los espacios abiertos, y el personal se refugiaba en los cafés para comentar los avatares sociales, políticos y culturales. Una extraña amalgama de personas y personajes se arracimaba en estos lugares en concubinato con las ideas más dispares y disparatadas. Todos ponían junto al azucarillo, agua o aguardiente sus apotegmas iluminados por el escombro de las colillas.
Estos cafés eran auténticos centros de conspiración, donde se agitaban genialidades con necedades, fanfarronadas y otras bagatelas. Barbarizar es muy propio del carácter español; así, el tullido mental de turno, desde su cólera sentada en una silla de café, balbuceaba su supina ignorancia. Tontos que se pasaban de listos. Listos que se hacían los tontos. Muchos dogmas blindados se estrellaron contra la tozudez de los soldados bizantinos que blandían el arma dialéctica de la demagogia amenazando con las cucharillas. Salía la palabra a borbotones, embestían como toros, heridos de alcohol o cafeína maltosa, en cuanto algún provocador mostraba el pico de la muleta. Se maquinaba, se hacían cábalas, y en ese catabolismo mágico se producían algunos excrementos mentales cuando la diarrea era crónica entre adefesios y cantinflas, entre cavernícolas y cíclopes con un solo ojo y vena encefálica idiotizada. Románticos y revolucionarios de salón. Presuicidas, ex seminaristas, asesinos de verbos, sembradores de frases, toreros de postín, gentes de capa y espada, ateos arrepentidos, parados aburridos, ecologistas vegetarianos, carnívoros, sotanofaunos, flamencos y otras gentes de rompe y rasga invocaban a las musas y redactaban sonetos asonantes en las servilletas.
Tragicomedia de la vida española escenificada en un salón de columnas, divanes y espejos. Mucho humo y poco humor. No estaban las cosas para andar con coñas, por lo general (y por El General).
Todo parece -¿parece?- parado desde hace un siglo. Siquiera es la primera sensación para los excursionistas al Café Gijón. Pero hay que pasar muchas horas de polizón a bordo de este arca de Noé para observar el espíritu de esta colmena de poetas de verso libre, pintores, cómicos, periodistas, locutores, tartufos, chupatintas, subsecretarios, ministrables, pajarillos y pajarracos nada pasolinianos, gorriones, gorrones, Dulces Irmas, Giocondos con bufanda, domadores de caracoles, algún soldado desconocido, novilleros de ideas con los cuernos afeitados, síndicos de la Bolsa, sindicalista de la vida, ligones, galanes, galenos, vividores, bebedores, bobos esteparios...
Luces de bohemia
Como versificaría Anna Rosetti: "No siempre has de creer lo que el espejo dice. Su rostro verdadero puede ser cualquier máscara". Máscaras baratas. El Café Gijón nos recuerda un foro romano, a veces un zoco árabe para judíos o un mercado de ideas idealistas. Siempre un juguete cómico, casi un sainete arnichesco. Carnaval de caretas. Ni lonesco testimoniaría tanto absurdo.
Café borgiano donde cohabitan inquietorros con consumidores de alienación, o conservadores que te cuentan el descuento de la lechera (la leche merengada es la especialidad de la casa). Terreno ubérrimo para ordeñar la ubre de esta vaca asturiana que ríe y cocea como un bisonte, sin filtro, filtrado en esta cristalería de espejos y espejismos. Si acercas la oreja, escuchas la carcajada trágica, los chismes de envidia, los rumores de celos, la espuma de lo agrio y cítrico. Gigantes de las Letras y Cabezudos de la Nada. La estirpe del Café Gijón la configuran personajes de tasca valleinclanesca. Soledades. Fingimientos. Arte y artificio. Todos de palique con su sombra, asombrados de sobrevivir. Todo el Patrimonio Nacional ha aparcado alguna vez su esqueleto en este centenario local.
Alfonso es el guardaagujas del café. Orienta a los que brujulean por su terreno con querencia a tabaco, cerillas, Prensa, teléfono, aspirinas... Su ojo escrutador hace radiografía a cada cliente.
¿La tertulia de los poetas, por favor?... La mesa del fondo, a la derecha. Vasos comunicantes en varias generaciones que se trasplantan, injertan, venden/compran sus ideas. Han sentado culo y cátedra por estos andurriales para cafetófilos, gijonadictos tan notorios y notables como Cela, Fernán-Gómez, Perico Beltrán, García Luengo, Pepe Díaz, Umbral, Quirós, Garciasol, García Nieto, Buero Vallejo, García Pavón, Fernández Santos, Leopoldo de Luis, Clemente Auger, Alvaro de Luna, Raúl del Pozo, Manolo Vicent, Arturo González, El Estudiante...
¿Dónde está el poeta maldito Carlos Oroza?... Sandra viene poco por el café del que fue musa reina para pintores y poetas. Cenizas de un fuego. La tentación vive arriba. La cultura abajo, en la cripta (restaurante) del Gijón, su caverna platónica (de Platón), donde los comensales son más Alonso Quijanos que Quijotes. El escaparate reside arriba, en el mármol: son los Mata Haris y Hamlets expuestos como cadáveres exquisitos para consumo inconsumible de consumidores de mitos. Café Gijón. Café de citas (literarias, por supuesto), regentado por los primos Pepito (José López Brito) y Pepote (José López García)... Paisaje con figuras. Personajes de nave felliniana. Fábrica de sueños. Odysseus Elytis podía haberlo descrito... "Parece un jardín abandonado por los pájaros. Parece un canto en las tinieblas". Cualquier día, Manolo Vicent enciende con la cerilla de su prosa una falla e inmortaliza este carro de fuego que transporta poetas y prosistas al Olimpo. La carcoma de los años no ha herido su rancia madera. Cien años de solemnidad.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.