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Entrevista:

Shere Hite: "En América no se puede pensar en disfrutar con el sexo"

Shere Hite es una mujer muy guapa. Pelirroja salpicada de mechas amarillas, de piel blanquísima y ojos azul marino bordeados de pestañas cargadas de rimel negro, parece una de esas muñecas barbies americanas que podrían pasar horas sentadas en la barra de un bar tomando bloody-mary. Pero Shere Hite no sólo no bebe alcohol ni fuma, sino que cuando se habla con ella queda bien claro que no es en absoluto la muñeca a la que sus detractores la quieren limitar. Su discurso feminista, que ella enuncia con voz melodiosa y pausada, carece de lugares comunes. En todo momento está dispuesta -o al menos lo parece- a recibir información o dialogar con su interlocutor. De sus tiempos de modelo, Hite conserva y utiliza con gran precisión las mañas para retocarse el maquillaje a toda velocidad y posar siempre con la sonrisa más adecuada desde el ángulo que más le favorece.Pregunta. Su infancia fue un tanto complicada.

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Respuesta. Nací en Misuri en una familia de poco dinero. Mi padre era controlador aéreo. Mis padres se divorciaron, y cuando yo tenía siete años mi madre se volvió a casar y poco después mi padre hizo lo mismo. Mi madre tuvo dos hijos más y mi padre tres. Pero mis recuerdos infantiles se centran en mis abuelos, porque viví con ellos casi siempre. Con mi madre y su segundo marido, que me adoptó y de él conservo el apellido Hite, sólo viví un año, y rápidamente volví a la casa de mis abuelos.

P. ¿No sintió nunca no vivir con sus hermanos?

R. A mis hermanos los quería muchísimo, pero estaba acostumbrada a los abuelos, a su vida tranquila y ordenada. Mi madre siempre estaba en varias cosas, cambiando constantemente de casa, y tampoco le entusiasmaban demasiado los niños. Yo era más tranquila que ella. A mí me gustaba mucho tocar el piano y vi clarísimo que si seguía con ellos nunca podría tener un piano, porque no se podría transportar de una casa a otra, de forma que me instalé con mis abuelos.

P. Parece que no tuvo usted una buena relación con su madre.

R. Ni buena ni mala. Ahora nos vemos alguna vez, y aunque no charlamos como amigas, podemos contarnos nuestras cosas.

P. ¿Qué estudios universitarios realizó usted?

R. Historia y música. Empecé en la universidad de Florida, donde la enseñanza era buena, pero un título conseguido allí no tenía prestigio. Mi abuelo quería algo fijo y seguro para mí, de forma que decidimos que me trasladaría a la universidad de Columbia, en Nueva York. La vida empezó a ser muy diferente. Tuve que empezar a trabajar por primera vez para costearme la enseñanza en una especialidad en la que sólo estábamos dos mujeres. Nada más graduarme dejé los estudios temporalmente y empecé a ejercer de modelo publicitaria anunciando ropas y maquillajes.

P. En ese tiempo usted posó desnuda para varias publicaciones, entre ellas Playboy.

R. Sí. Yo siempre he sido muy honesta y asumo lo que he hecho con mí nombre y apellidos. Posé desnuda porque no le veía ningún problema y porque en unas horas de trabajo conseguía mucho más dinero que durante un mes trabajando como secretaria. No pensaba entonces que 20 años después me preguntarían por ello. Pero todos tenemos nuestra historia, y ésa es la mía.

P. ¿Sus posteriores correligionarias del feminismo no la han criticado por ello?

R. No. Al menos que yo sepa. En cambio, se ha utilizado mucho en las publicaciones de mi país cuando han criticado mis libros antes de salir de la imprenta. No habían leído los informes y se permitían descalificarlos, además de dedicarse a investigar de una manera sucia sobre mi pasado o asaltarme con sus micrófonos en los lugares y a las horas más inadecuadas.

Secretaria estúpida

P. ¿Cómo y cuando se produjo su conversión al feminismo?

R. Es algo que yo había sentido en el colegio, en la calle, en el juego con los niños y luego en la universidad. Pero hay un momento clave, siendo yo modelo y cuando tenía alrededor de 25 años. Estaba yo haciendo un anuncio para televisión de las máquinas Olivetti en el que el lema era La máquina es la inteligente y donde se sugería que la secretaria podía ser bonita y una estúpida, pero que lo de menos era su listeza. Imagíneme yo allí sola rodeada de hombres. Uno se acercaba a retirarme el pelo para parecer más sexy, el otro me bajaba la blusa hasta dejarme con el pecho al aire, un tercero me cogía un muslo y lo ponía sobre la mesa. Había llegado al máximo de lo que nadie puede soportar. Salí poco menos que corriendo. Justo enfrente del lugar en el que yo rodaba el anuncio tenía su sede una asociación feminista. Bajé, entré y me interesé por lo que hacían.

P. ¿No tenía usted miedo de la forma cómo la iban a acoger, teniendo en cuenta la imagen que usted estaba difundiendo de la mujer a través de la publicidad?

R. Sí. Tenía miedo. Pero me recibieron bien porque ellas entendieron que todo el mundo tiene que trabajar en algo para ganarse la vida. Me sentí bien con ellas inmediatamente. Nunca había visto una actividad semejante. No es que estuviera de acuerdo con todo lo que decían, pero sí me sirvió para ver el lugar que yo ocupaba en el universo.

P. ¿De qué se hablaba en ese nuevo universo?

R. De muchas cosas. Desde luego, hablábamos de sexo. Por ejemplo, empecé a oír en voz alta por primera vez que algunas mujeres tenían el orgasmo más fácil que otras. Vi que eran temas que preocupaban mucho, casi con obsesión, y me planteé hacer las primeras encuestas para saber lo que de verdad pensaban las mujeres sobre sus relaciones sexuales.

P. Los resultados parece que fueron demoledores, especialmente para los hombres. ¿No le sorprendieron los resultados?

R. Sí. En parte. Pero sé que eran sinceras. Los primeros cuestionarios que envié a las mujeres ya eran anónimos, y eso hizo posible conocer la verdad. Me animaron a publicar los resultados en forma de libro, y así surgió en 1976 el primer Informe Hite sobre sexualidad femenina.

P. El libro fue un éxito editorial, pero los medios de comunicación no fueron muy amables con usted.

R. Fue impresionante. El libro atacaba la idea falsa y conservadora de la familia norteamericana. Destruía la idea de que todo va bien para explicar los motivos por los que anualmente crece geométricamente el número de divorcios, prueba clara de que todo va muy mal. Los periodistas me perseguían por todas partes. Me aplastaban los micrófonos contra la cara en los sitios más insospechados. Hablaban una y otra vez de mis antiguos desnudos. Todo menos entrar a discutir científicamente los datos que yo presentaba en mis informes.

Sin sexo

P. Especialmente en su tercer libro, Mujeres y amor, usted presenta un panorama auténticamente desolador. El entendimiento hombre-mujer parece imposible.

R. Así parece. Yo me limito a reproducir las respuestas anónimas de 4.500 mujeres. No olvide que mi país vive un fuerte retroceso, producto de la política de Ronald Reagan. En América ni siquiera se puede hablar de sexo, y mucho menos pensar en disfrutar con él.

P. Su caso personal parece un islote en tanta desgracia. Se casó hace dos años con un músico alemán 20 años menor que usted y parece que todo va perfecto.

R. Así es. A veces hay diferencias, pero no son importantes. Nos unió la música y ahora funcionamos como colegas.

P. Se casó usted por primera vez a los 43 años. ¿Nunca antes había vivido con un hombre?

R. No. Nunca me lo había planteado.

P. En Mujeres y amor las relaciones amorosas entre mujeres salen mejor paradas que las de las parejas heterosexuales. ¿Ha tenido usted relaciones homosexuales?

R. No. Todavía no.

P. Hasta llegar a su matrimonio supongo que habrá tenido historias con hombres. ¿Cómo le ha ido?

R. Ha habido de todo.

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