José Manuel Ballester
Pintor clasicista, diseñador funcional
Seducido por Leonardo, Velázquez y Poussin, sus cielos son amplios, y los horizontes, brumosos. Los cipreses de sus paisajes enmarcan edificios clásicos, siempre vacíos de gente. Algunas pinturas de José Manuel Ballester recuerdan al arquitecto Palladio, a Claudio de Lorena y a Giorgione. Los desnudos representan a héroes soberbios mirando el tiempo. Otras obras suyas son fríos estudios urbanísticos para una gran ciudad, propuestas de marquesinas funcionales o jardines botánicos.
Aunque aparenta físicamente una adolescencia de tercero de BUP, José Manuel Ballester nació hace 27 años en Madrid. Con el tiempo no ha perdido ni la palidez extrema de su cara ni un cierto ensimismamiento que le hace pasearse por los circuitos del arte como un ejemplar insólito. Ha venido rechazado sistemáticamente propuestas para exponer por temor a que algún desaprensivo pudiera herir su orgullo de pintor. Tras la concesión en enero pasado del primer premio de pintura Ciudad de Alcalá, aceptó que la Comunidad de Madrid expusiera 47 de sus obras en el teatro Albéniz. La muestra reflejó cómo las arquitecturas clásicas que se fundían en sus lienzos con la naturaleza han dejado paso últimamente a estructuras de hormigón, cómo sus héroes comparten repertorio con las estaciones ferroviarias.En su estudio, entre música de Bach, se acumulan obras inacabadas: desnudos perfilados durante años hasta el último detalle, dibujos de las obras de la nueva estación de Atocha en Madrid y los trazos hiperrealistas del palacio de Linares. Proyectos de un jardín botánico en la plaza de Castilla, en Madrid, y de marquesinas para las paradas de autobús en la plaza de la Cibeles. Ha sido precisamente esta idea de las marquesinas la que lo ha llevado a ser uno de los cuatro españoles presentes en la exposición Jóvenes diseñadores de Europa, organizada en Glasgow durante el mes de abril y patrocinada por la Comisión de la Comunidad Europea. El invento, con forma de caracol, propone que la marquesina contenga una cabina telefónica.
"Durante la mili disponía de mucho tiempo para pensar y pintar, pero carecía del lugar y los materiales precisos. Comencé a trabajar con cosas más reales. Así empecé a dibujar mobiliario urbano. Una parte de mi obra son temas idealizados, con cipreses, columnas y escalinatas, estructuras trascendidas de la apariencia. Les quito el cascarón de la realidad. Otra parte se detiene precisamente en esa realidad, son temas con un soporte funcional".
Su padre es profesor de música; su madre confecciona trajes para montajes teatrales. De ahí que algunos críticos hayan querido buscar descendencias y vean en sus óleos un algo de escenografía teatral. A Ballester, tan obsesionado como está en demostrar su autenticidad, no le gusta la comparación. Como tampoco le gusta desvelar quiénes son los propietarios de sus cuadros: Butragueño, Manolo Escobar y el hijo de Tierno Galván, que se dedican a coleccionar arte de una forma tan aplicada como desconocida.
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