_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Historia, economía, política

Las formas que ha tomado históricamente el crecimiento de la economía española, sobre todo el atraso frente a otras naciones, han sido objeto de numerosas discusiones. El sector agrario como fuente de este atraso, junto al juego de los intereses extranjeros presentes desde siempre en España, o la debilidad del comercio exterior -el miedo a la competencia externa- son los ejes de la más reciente de las polémicas, en la que el autor trata de desmontar algunas de las hipótesis del profesor Enrique Fuentes Quintana.

En un artículo reciente (Los escenarios del atraso económico de España, EL PAÍS del 6 de junio), Fuentes Quintana mezcla, a mi juicio, aciertos y errores.Atina cuando descarta, entre las causas históricas del atraso relativo de nuestro país, a los intereses extranjeros o cuando juzga desfavorablemente el proteccionismo, la autarquía y el intervencionismo que caracterizaron a la política económica española desde finales del siglo XIX hasta hace bien poco.

Yerra, en cambio -siempre en mi modesta opinión-, cuando afirma que la agricultura no frenó el desarrollo económico en nuetro país en los siglos XIX y XX, y sí lo hizo, por el contrario, un comercio exterior insuficiente. Claro que para ello, al menos en lo que atañe a la agricultura, se basa en un libro que acaba de aparecer -obra de un joven y brillante historiador economíco, Leandro Prados- donde alternan también, creo yo, logros y equivocaciones.

País en desarrollo

Dejando, sin embargo, las discusiones científicas concretas para las revistas especializadas, me atrevería a hacer algunas afirmaciones de carácter más general, que matizan o contradicen las conclusiones que, implícita o explícitamente, se desprenden del artículo de Fuentes y del libro de Prados.

1. No es cierto que la simple observancia de las leyes del mercado y del librecambio con el exterior propicie sin más el progreso económico. Basta mirar no sólo a ciertos países actuales poco desarrollados, sino también a la propia historia de España. Porque en buena parte del siglo XIX sí se practicó en nuestro país el librecambismo y se facilitó la entrada de capitales extranjeros. Las consecuencias no fueron negativas -o no lo fueron como para explicar el atraso español-, pero en su conjunto tampoco resultaron positivas, y precisamente el rezago que iba adquiriendo España indujo equivocadamente a políticos y empresarios españoles a practicar el involucionismo económico como defensa iniope frente a un capitalismo exterior más avanzado y competitivo.

2. La evidencia cuantitativa -evidencia, en la jerga anglicada de los economistas, quiere decir simplemente información- que se está allegando sobre la economía de los siglos XIX y XX, y de la que hay que felicitarse, muestra que España fue un país subdesarrollado (o en desarrollo, como con más tacto dicen las Naciones Unidas), aunque no tanto como los países que hoy son realmente pobres, ya que en 1900, en renta per cápita, estaba a la altura de las naciones actualmente en desarrollo de tipo mediano. Su evolución económica, lenta y desigual, no se estancó nunca, salvo en los años treinta y cuarenta del presente siglo. En su conjunto, sin embargo, los datos globales -económicos, demográficos, sociales y políticos- sí que permiten hablar de atraso y fracaso, aunque esos términos sean siempre relativos, claro es.

3. Los economistas, gente útil y sabia, como, por razón de su oficio, se desenvuelven en el corto plazo y muy pegados a la tierra, tienen dificultades para captar la complejidad de la historia, que es otra ciencia distinta, a menudo poco rigurosa, pero de mayores vuelos. Curiosamente eso mismo les ocurre a algunos historiadores económicos, tal vez porque son más economistas que historiadores.

4. Las sociedades humanas -y, por ende, la evolución a largo plazo de la economía- son complicadas. El progreso, económico y no económico, es un difícil empeño y su estudio no lo es menos. Por ello ha avanzado tan poco la teoría del desarrollo, pese a que aborda asuntos de los más acuciantes para la humanidad actual.

Sector público

En el caso de España, ¿cómo no objetar a que se explique su evolución durante un siglo y medio a tenor de unos simples y discutibles agregados económicos, sin tener presentes -entre otras muchas cosas, y para limitarnos a dos sectores fundamentales para la economía- a la demografía o a la Hacienda pública de la época? ¿Cómo un hacendista como Fuentes Quintana puede aplaudir interpretaciones globales de la historia económica que prescinden del sector público? ¿No permite, acaso, lo que se sabe sobre sos dos capítulos, afirmar que España era un país poco desarrollado hasta bien entrado el siglo XX y corregir así conclusiones derivadas de unos datos parcíales, cuyas fuentes y elaboración suscitan, además, serios reparos?

5. Dice Fuentes que las investigaciones recientes de la historia económica confirman lo que han aconsejado algunos economistas desde hace muchos años.

Permítaseme ser escéptico ante tal afirmación. Una cosa es decir que el involucionismo económico que se inició a finales del siglo pasado, paralelo a un involucionismo político más lento en manifestarse, fue malo para el país y otra dar por seguro que todo lo que se hizo en lo pasado o se hace en el presente, por aplicar las reglas de la economía de mercado, es bueno, como así lo demuestra la historia económica seria. Mucho me temo que lo segundo no es científicamente cierto y sí sólo materia opinable que pertenece, además, a la esfera de lo político.

La economía, por causa de la complejidad de las sociedades señalada antes, es ciencia inevitablemente voluble, y donde ayer dijo diego, hoy dice digo. La historia muestra precisamente las vueltas y revueltas que ha dado el pensamiento económico desde Adam Smith y la ausencia de paradigmas únicos en el caminar de los pueblos hacia cotas de bienestar más altas. Buscar en el pasado de nuestro país -aunque sea sensu contrario- apoyos a políticas económicas concretas parece cuando menos excesivo.

6. Nuestro autor asegura así que las "dos grandes operaciones económicas de la España contemporánea, el Plan de Estabilización de 1959 y la definición de una política de ajustes a la crisis de 1977-1985 para Hevarnos a Europa", coinciden con las conclusiones a que llega la joven historia económica.

Otros criterios

También caben aquí algunas dudas ante el aserto de que aquello que hace 30 años y esto más reciente fueron aciertos corroborados por la ciencia. Me limitaré a hacer un contrafactual o hipótesis alternativa de lo que pudo haber sido y no fue, artilugio científico, o semicientífico, al que son muy aficionados, por cierto, los jóvenes y nuevos historiadores económicos. Supongamos que en 1959 no se hubiera aprobado el Plan de Estabilización.

El franquismo no hubiera recibido aquel balón de oxígeno que reavivó su moribunda economía y, asfixiado, habría desaparecido probablemente en los años sesenta. La transición política, sin duda más difícil, se habría adelantado y la económica hubiera resultado más fácil, con un Occidente todavía en pleno auge. Quién sabe, en suma, si hoy no estaríamos mejor.

Y es que la historia, ya lo decíamos, es materia intrincada. Hasta que llegue a ser ciencia más exacta -si es que algún día llega a serlo-, sus conclusiones han de hacerse con prudencia, y aunque vayan acompañadas de mucha evidencia cuantitativa, conviene no tomarlas al pie de la letra ni como leyes científicas que explican el pasado, justifican el presente y aclaran el futuro. Al menos, a Marx se le criticó y se le sigue criticando por hacer eso mismo.

es catedrático de Historia Económica de la Complutense.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_