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Interior, en el centro de la crisis

González puso encima de la mesa 20 nombres para resolver el último reajuste

Sólo cuatro ministros del Gabinete de Felipe González pasaron la crisis sin que sus personas ni sus carteras se vieran zarandeadas: Francisco Fernández Ordóñez (Asuntos Exteriores), Carlos Solchaga (Economía y Hacienda), Joaquín Almunia (Administraciones Públicas) y Javier Sáenz Cosculluela (Obras Públicas), amén del vicepresidente, Alfonso Guerra. Todos los demás estuvieron en danza durante tres días, para arreglar una crisis que tenía su epicentro en el Ministerio del Interior.

González abrió consultas el martes 5 de julio, después de un despacho ordinario con el Rey y tras muchas semanas de discretos forcejeos para asegurar que no habría problemas serios entre los hombres fuertes del Gabinete, Alfonso Guerra y Carlos Solchaga, siempre y cuando dejara la relación de fuerzas aproximadamente como estaba.El presidente habló primero con los que iba a destituir. Luis Carlos Croissier, Abel Caballero y Fernando Ledesma fueron directos a la calle: Felipe González no contaba con ellos para ninguna otra cartera, a diferencia de lo que sucedía con José María Maravall, a quien en principio trataba de mantener dentro del Gabinete.

Gran parte de los problemas secundarios giraban en torno a Narcís Serra. El ministro de Defensa deseaba abandonar esta cartera, aunque con poca convicción sobre las posibilidades de conseguirlo; mientras que al ministro de Economía, Carlos Solchaga, no le habría disgustado ver fuera de Trabajo a su colega Manuel Chaves. La solución al primer caso era atribuir a Serra el Ministerio de Industria, pero el interesado planteó la necesidad de potenciarlo con la añadidura de Comercio, según fuentes muy vinculadas a las consultas de la Moncloa.

Por si eso funcionaba, estaba prevista la sustitución de Serra por Julián García Vargas, y la de éste por Manuel Chaves.

La combinación falló. González prefirió no improvisar un Departamento de Industria y Comercio, que además habría afectado a las actuales competencias de Solchaga, y convenció a Serra para que se quedara en Defensa. No era el problema más preocupante para el jefe del Ejecutivo.

Serra salió de la Moncloa el miércoles 6 de julio con la clámide de Defensa a cuestas. Poco después entró Joaquín Almunia, a quien el presidente se limitó a confirmar en su puesto, sin plantearle -en contra de ciertos rumores- la cartera de Interior. Aproximadamente a la misma hora, Javier Solana, ya convertido en ministro de Educación, se reunía con Alfredo Pérez Rubalcaba para diseñar un futuro en común.

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A últimas horas del miércoles 6 de julio, González había tomado todas las decisiones sobre los ministros que se quedaban, y tenía previsto citar a los nuevos para el día siguiente, excepto a Semprún, con quien cenaba esa misma noche. La única dificultad era Justicia, para la cual González barajaba tres nombres, Enrique Múgica el primero. Había un segundo candidato, ajeno tanto al Gobierno saliente como a la judicatura, y si le fallaban ambos, guardaba en la reserva a Virgilio Zapatero. Múgica aceptó rápidamente, con lo cual Zapatero pudo conservar su habitual cara de póquer ante sus intrigados subordinados del Ministerio de Relaciones con las Cortes.

Vera y Colorado

Rafael Vera y José María Rodríguez Colorado eran los candidatos mejor situados para suceder a José Barrionuevo como ministro del Interior. Si hubieran contado con el decidido apoyo de los ministros fuertes y ellos mismos hubieran mostrado gran predisposición hacia el cargo, probablemente uno de los dos lo hubiera logrado.

Pero no sucedió ni lo uno ni lo otro. González había considerado antes la hipótesis de Javier Solana, que quedó descartada desde el principio de las consultas. Hay quien interpreta la repentina agitación sufrida por Carlos Romero en el sentido de que era otro relevo posible para Interior, si bien algunos creen que se trataba de convertirle en ministro de Trabajo, para sustituir a Chaves si hubiera funcionado la combinación antes explicada. Finalmente, el presidente se decidió por José Luis Corcuera, la única persona a quien ofreció, realmente, la cartera de Interior. El ex dirigente de UGT no se enteró en Las Palmas, a última hora, de que iba a ser ministro del nuevo Gobierno. Parece cierto que recibió una llamada del presidente con la confirmación del encargo, a últimas horas del jueves 7, pero Corcuera viajó a Canarias con retraso sobre el horario anunciado, probablemente a causa de conversaciones en Madrid en torno a dicha eventualidad. "Éste es un buen momento para que Pepe [Barrionuevo] salga de ahí", comentó González a algunas de las personas con quienes estudió el cambio. Según el esquema presidencial, Barrionuevo se encontraba en mejor situación que hace un año para abandonar la cartera con dignidad. González se hacía la siguiente composición sobre el relevo: debía ser Vera, o alguien del equipo -citaba a Rodríguez Colorado "como un ejemplo", según una fuente muy directa-, o bien una persona de toda confianza política y personal, entre las que mencionó, "también como un ejemplo", a José Luis Corcuera. El ex sindicalista Corcuera, castellano de origen y vasco de trayectoria, es ministro inpéctore de González desde hace seis años. En noviembre de 1982 le ofreció la cartera de Trabajo, cuando todavía hacía estas cosas desde su pequeño despacho de la calle de Santa Engracia, en Madrid. El entonces dirigente de UGT consultó a Redondo; éste reunió a su equipo de dirección, y se decidió que el sindicato no debía participar en el Gobierno. Corcuera tuvo que declinar el ofrecimiento. Ahora, el ex dirigente sindical no ha dudado en aceptar la oferta de González, aunque sea para una cartera tan difícil. Pero no ha dejado de enviar recados indirectos a su antiguo jefe, Nicolás Redondo, en son de paz. Veinticuatro horas más tarde de tomar posesión, dos de sus funcionarios eran enviados a la cárcel, acusados nada menos que de organizar una banda terrorista. Están las cosas como para molestar, encima, a Nicolás Redondo desde el espinoso sillón de Castellana, 5.

Los que se quedaron en puertas

Algunos viceministros, en expectativa de ascenso, perdieron la oportunidad de sentarse en la mesa del Consejo en los últimos metros de la carrera. Eso afectó especialmente al secretario de Estado de Hacienda, José Borrell, y en parte al presidente del Consejo Superior de Deportes, Javier Gómez Navarro.Según las fuentes consultadas, el nombre de Borrell fue descartado en función del vértigo producido por la eventualidad de un cambio completo en los segundos niveles de Economía y Hacienda. La pérdida simultánea de Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Guillermo de la Dehesa, Rafael de la Cruz y José Borrell era demasiado para la dirección del área económica.

Javier Gómez Navarro -con categoría de secretario de Estado- no planteaba ninguna dificultad en cuanto a la persona, que además tiene pendiente una tarea de reordenación legislativa del deporte en España. Las dudas se referían a la oportunidad de elevar el deporte a rango ministerial. Finalmente, González decidió evitar enfrentamientos estériles, sobre todo con algunas autonomías.

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