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Paradojas del Tercer Mundo

Un banquero suramericano me confiaba no hace mucho algo que Unamuno hubiese calificado de repelente paradoja: "Los países avanzados han cortado su relación con nosotros; antes, al menos nos explotaban; ahora comercian entre ellos y prescinden del Tercer Mundo". Tal situación me parece uno de los procesos más significativos de este fin de siglo. Si en 1974 los países del Sur se quejaban del excesivo consumo de materias primas por parte de los del Norte, en 1975 se preocupaban porque el Norte no compraba bastante.Los países desarrollados han reajustado sus economías a la pérdida de las colonias y han logrado mantener su progreso sin ellas. Lo contrario no es cierto: los países subdesarrollados han disfrutado su independencia política, pero se debaten en un círculo vicioso de frenos al crecimiento: mercado pequeño, poder adquisitivo bajo, mala infraestructura, empresariado inexistente -porque no hay empresas-, estructura social conservadora y anticuada.

Todos estos factores están relacionados y deben atacarse conjuntamente, de ahí la dificultad de romper el círculo vicioso y desencadenar los procesos de causación acumulativa que llevan al desarrollo.

Al incorporarse al primer mundo una serie de países de tardía industrialización, la OCDE se ha visto completada y diversificada, de modo que los países desarrollados han podido comerciar entre ellos en detrimento del Tercer Mundo, que tiene realmente poco que ofrecer como materias primas -algunos minerales estratégicos y petróleo- y casi nada en agricultura.

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El Tercer Mundo o naciones subdesarrolladas -eufemísticamente llamadas en vías de desarrollo- presenta mayor heterogeneidad que los países de la OCDE. Difieren en tamaño, historia, dotación de recursos y renta per cápita. Hay casos como China e India cuya renta per cápita es baja -por la gran cantidad de población- y no se corresponde con la capacidad técnica del país, a un nivel muy superior al que dejaría adivinar su renta. Estos países están dotados de una tradición artesanal e intelectual que les favorece para entrar en el proceso de desarrollo. Hay países pequeños y tan mal dotados de recursos naturales que no podrán desarrollarse a menos que se integren en asociaciones económicas y políticas mayores. Hay países ricos en una materia prima -como Venezuela, Libia o los árabes de la OPEP- que no logran difundir esa riqueza hacia una industrialización diversificada. Pero todos tienen en común ese techo a la productividad de que hablaba Rostow y que les impide salir de su economía tradicional para entrar en la modernidad. No han sabido o podido aplicar todavía la tecnología de la revolución newtoniana ni la mentalidad que ésta implica.

El primer mundo se repliega sobre sí mismo y apenas comercia con el tercero. ¿Qué vinculación le queda a éste con los países desarrollados? Unas paradójicas relaciones de amor-odio: emigración, deuda y terrorismo. La emigración, que se contradice con el orgulloso nacionalismo de la recién ganada independencia, delata la ambigua relación entre independentismo autóctono y admiración por el estilo de vida de la metrópolis imperial. Esta actitud queda resumida en la frase que aparecía en un muro de Manila: "Americans go home, and take me with you". El Tercer Mundo no sólo copia los estilos de vida, consume las bebidas y adopta los atuendos y diversiones del primero, sino que en cuerpo y alma se traslada a él. La reciente campaña presidencial francesa delata la ambigüedad, por no decir hipocresía, de los países desarrollados hacia la emigración tercermundista. Las economías ricas acogen interesadamente mano de obra barata que misteriosamente cruza de modo clandestino las fronteras de países tan bien organizados como Estados Unidos o Francia. Con la mano de obra no registrada de chicanos o argelinos se lucran beneficios por plusvalía propios de la época anterior a los sindicatos. Se tolera esta inmigración y su explotación y luego se conducen campañas xenófobas. Situación simétrica de la anterior, tan ambigua en los xenófobos como en los independentistas. La deuda, que en 1987 alcanzaba los 180.000 millones de dólares, obliga a los países desarrollados a danzar en indeseado abrazo con los tercermundistas que no quieren ni pueden reembolsarlos. Es cierto que la City y Wall Street han sabido encajar el golpe creando un mercado que cambia títulos de deuda insolvente a bajo precio, pero la experiencia ha sido penosa. En el primer mundo se considera que la incompetencia, venalidad o ambas cosas juntas, de los dirigentes de los países deudores es algo indestructible y con lo que no merece la pena seguir tratando. La desaparición de fondos o la compra de proyectos que luego no se usan por falta de complementariedades industriales han hecho que el dinero que se prestara al Tercer Mundo no sirviera para desarrollar. Por supuesto, los economistas están divididos en cuanto al juicio. Para Rostow, el subdesarrollo es un estadio inevitable por el que han de pasar y han pasado todos los países, incluso el Reino Unido y Estados Unidos. Para Furtado, subdesarrollo es el impacto del capitalismo desarrollado sobre países indefensos. Si no fuese por el desarrollo de Occidente no habría subdesarrollo. Kuznets vuelve la oración por pasiva y define subdesarrollo como atraso en el nivel y carácter de la actuación económica en comparación con otros países, lo cual genera una tensión al reconocerse los odiosos logros de los otros y la humillante constatación de la incapacidad propia para defenderse contra una agresión real o figurada de los países más avanzados.

El resentimiento que producen estas tensiones lleva al terrorismo como medio de disuasión política. La idea no es nueva, y la historia se repite: cuando no se dispone de un ejército poderoso se recurre a un reducido escuadrón de hombres leales, fanáticos, dispuestos a morir como kamikazes. En el siglo XII un hombre inteligente y ambicioso llamado Hassan Saba, compañero de estudios del poeta Omar Khayan y del político Nizam de Persia, se retiró a una fortaleza situada en las montañas de Korashan, al sur del mar Caspio. Desde su nido de águilas de Alamud consiguió imponer su voluntad por el terrorismo en Oriente Próximo, desde Persia hasta Egipto.

Rumores de este legendario personaje llegaron hasta Europa, donde se le conocía por el Viejo de la Montaña. Marco Polo lo cita en sus escritos de viaje, así como los templarios, que mantuvieron enigmáticas relaciones con esta secta religioso-militar, como una orden de caballería. La orden del Viejo de la Montaña era una secta derivada del islamismo chiíta -¿coincidencia?- que en Europa se conocía como la secta de los asesinos: ellos dieron origen a la palabra, que deriva del hashis. Los hashisins han vuelto. La paradoja consiste en que las pretendidas lacras del Tercer Mundo: deuda, terrorismo y emigración, son esperpentos del primero, la imagen de sus peores vicios deformada en el espejo cóncavo de la debilidad. ¿Es por casualidad que la literatura esperpéntica de Juan Rulfo y de García Márquez, remedo de Valle Inclán, sólo pueda tener su tema en ambientes tercermundistas?

La deuda es producto de la codicia financiera en busca del interés fácil, la inmigración de la codicia empresarial por lucrar plusvalía que los sindicatos habían recibido. El terrorismo es el reflejo de nuestro propio nihilismo. De la cosmología newtoniana no sólo se deriva la teoría que propició la industrialización, sino también el terror de Pascal ante el universo vacío de sentido humano; es "silencio eterno del espacio sideral", ajeno al hombre, vacío de inteligencia o espíritu. Tal cambio en la visión de la naturaleza está en el trasfondo de la situación metafísica que ha generado el existencialismo moderno y sus implicaciones nihilistas, cuya conclusión, por reducción al absurdo, es el terrorismo. Y aquí la repelente paradoja alcanza su aspecto superlativamente macabro: en América el kamikaze se sube a la torre o se echa a la calle y dispara sin ton ni son sobre desconocidos, movido por la desesperación, la angustia o la anomia, y sobre todo para ejercitar la única facultad humana que le resta: la voluntad. En el círculo vicioso de la angustia, la voluntad se cierra sobre sí misma y sólo queda el deseo de desear, puro nihilismo. Al otro lado, en el espejo cóncavo, está el fanatismo como móvil de terrorismo; la misma energía metafísica pervertida aparece por defecto como nihilismo y por exceso como fanatismo.

Creo que la teoría de Celso Furtado intuye el fondo de la cuestión: sin el desarrollo de Occidente -y la proyección deformada de sus peores vicios- no habría subdesarrollo; sin un impacto interesado y despiadado sobre países indefensos no tendríamos esta resaca incongruente y desestabilizadora de paradojas. Adam Smith y los utilitaristas proclamaban las ventajas del interés individual como motor del desarrollo, Darwin amplió su sistema a todos los seres vivos: supervivencia del más fuerte, sin preocuparse de la suerte del menos dotado. Ahora vivimos los coletazos desesperados de los que se resisten a perecer. ¿De qué nos quejamos? Estaba prefigurado en la lógica del sistema, ese sistema que nos resistimos a humanizar con altruismo.

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