Dos testigos oyeron gritos de auxilio desde la habitación contigua del hotel donde mataron a una prostituta
El juicio contra el ingeniero de la empresa McDonell Douglas David Baxter Noyes, de 29 años, acusado del asesinato de la prostituta Rufina Sanz Caviedes, de 35, quedó ayer visto para sentencia. En la sesión final, dos mujeres que ocupaban la habitación de al lado en el hotel Miguel Ángel de Madrid, donde ocurrieron los hechos, declararon ayer que oyeron los gritos de auxilio.
María Vísitación de Miguel García y su hija María Sonsoles Plá de Miguel, que la noche del 2 al 3 de Marzo de 1987 se encontraban alojadas en la habitación contigua a la que ocupaba el ciudadano estadounidense, testificaron ayer en el juicio que a las tres de la madrugada oyeron una voz femenina que gritaba: "¡Socorro, auxilio, ayúdenme!".Las dos mujeres relataron que sabían que eran las tres de la mañana porque miraron la hora y telefonearon a la recepción del hotel para avisar de los gritos. Después volvieron a acostarse y al poco rato oyeron cómo en la habitación de al lado tiraban repetidamente de la cadena del retrete.
Madre e hija precisaron que creían recordar que habían oído un golpe seco sobre las cinco de la mañana, que podría coincidir con la caída de la prostituta desde la ventana.
Baxter, para el que el fiscal pide 20 años de cárcel por asesinato con la atenuante de trastorno mental transitorio, estuvo como en las jornadas anteriores inalterable, elegante y frío, y no quiso decir nada cuando el presidente, acabado el juicio le preguntó si tenía algo más que añadir en su defensa.
Conciencia de sádico
La fiscal, Julia del Rosal, relató el proceso que siguió Baxter para estrangular a Rufina Sanz; cómo, a su entender, le quemó los pezones con un cigarrillo cuanto todavía estaba viva, le seccionó los pechos y el sexo después de muerta y, posteriormente, la arrojó por la ventana. La fiscal considera que el ingeniero no es un enfermo mental, es consciente de que es un sádico y le gusta tener placer sexual causando dolor a su pareja.
En su informe, la fiscal admite que Baxter pudo sufrir un trastorno mental en el momento del crimen, pero estima que se dió cuenta de cómo sufría su víctima cuando la mataba. Añadió que en buena medida era consciente puesto que trató de borrar las huellas de sangre, deshacerse de las ropas de Rufina y fabricarse una coartada, aunque con muchas contradícciones.
La fiscal concluyó que Baxter era responsable de sus actos aunque su imputabilidad estaba disminuida. Sugirió al tribunal la posibilidad de sustituir parte de la pena que se le imponga por un tratamiento médico adecuado.
Los acusadores, Juan José Blasco, en representación de la familia de la fallecida, y Fernando Salas, que ejerce la acción popular en nombre de la Asociación contra la Tortura, solicitaron penas de 30 años por asesinato y de seis meses por la profanación del cadáver.
Ambos se refirieron al ensañamiento con que Baxter prorrogó de forma cruel e innecesaria el sufrimiento de su víctima, cuando todavía estaba viva. Agregaron que su mente no estaba trastornada y que se excitó con los objetos sadomasoquistas que el propio ingeniero se había traído en una maleta desde Estados Unidos.
Salas caIificó a Baxter como simulador y afirmó que ha mentido en todo momento. Puso de manifiesto su peligrosidad y recordó el informe de los forenses, según el cual, Baxter puede repetir su crimen con mayor facilidad. Por último recordó que una persona de sus características, con un sueldo en España de 600.000 pesetas al mes, no puede ser insolvente, y pidió que se indemnice con 30 millones a la hija de la fallecida.
El defensor, Gonzalo Rodríguez Mourullo, reconoció los hechos, pero pidió la absolución por entender que el trastorno mental de Baxter le incapacitaba para ser responsable de sus actos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.