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Niños

Están al llegar. Unos cientos de niños. Ojos color de miel o de azabache, dientes blanquísimos. Distintos movimientos sociales y políticos, algunas instituciones, de cuando en cuando profundamente democráticas, los han invitado a un mes de vacaciones, lejos de sus guerras y sus desiertos. Son los hijos de los saharauis, que en uno de los rincones más terribles de la Tierra conservan su memoria y su voluntad de volver al país usurpado por el juego de manos entre el rey de Marruecos y los albaceas del franquismo. Conservan el español como cultivan cebollas en el desierto: difícilmente, con el empeño del que no quiere ver desaparecer una seña de identidad bajo la arena.A pesar de estos datos previos, que nadie se llame a engaño. No son niños desvalidos. Son hijos o hermanos de guerreros que mantienen en jaque al Ejército marroquí y a sus avaladores, esos traficantes de armas, influencias y estrategias que están a distancia y sin pegar un tiro. Hijos o hermanos de unas mujeres admirables que en retaguardia mantienen una administración de supervivencia y traen niños al mundo para que el pueblo saharaui no desaparezca. Son hijos de uno de los pueblos más pobres de la Tierra, pero que nadie piense que van por el mundo pidiendo beneficencia. Estos niños son los mejores, los más hermosos embajadores de una justicia aplazada y emplazada, y tienen una antigua y honda cultura beduina de solidaridad y generosidad, que sólo les hace tender la mano para dar algo, aunque sea una caricia o un saludo.

Cuando los veamos pasar por nuestros pueblos y ciudades, algo parecido al respeto debe ser el filtro de nuestra mirada. Vienen a ver el mar y la nieve, los prados y los bosques y a imponer con su presencia la evidencia de un genocidio del que el Estado español es corresponsable. Volverán al desierto y a la lucha, y ante la obviedad de su inocencia recuperaremos el sentido de la verdad en estos tiempos de relativismo y ambigüedades. La elección entre el Todo y la Nada, en el desierto, es otra cosa.

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