La soledad del candidato del PRI
La propuesta de Carlos Salinas de Gortari para reformar México encuentra fuerte resistencia en su propio partido
No es fácil la vida de un candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI), atrapado entre el engranaje de una de las maquinarias políticas más poderosas del mundo, pero lo es menos si ese candidato nada contra corriente en un mar que se resiste a los cambios siempre que éstos sean algo más que un simple maquillaje para seguir disfrutando arbitrariamente del poder. Carlos Salinas de Gortari, el actual aspirante del PRI a la presidencia, ha dado en los últimos nueve meses varias veces la vuelta a México, ha pronunciado 1.200 discursos y ha gastado millones de dólares para predicar un mensaje reformista y aperturista que es contemplado con recelo por su propio partido.
La campaña electoral, que finalizará el 2 de julio, cuatro días antes de los comicios, ha demostrado hasta qué punto el candidato es prisionero de los métodos absolutistas del PRI y ha puesto en evidencia las dificultades que va a encontrar Salinas de Gortari, de 40 años, para cumplir su programa democratizador.El candidato oficialista asegura que "cualquiera se extrañaría de hasta qué punto este mensaje ha calado en las viejas estructuras del partido", pero, en privado, sus asesores no pueden negar que existe un gran optimismo en esa afirmación.
Poco después de pronunciar esas palabras, el futuro presidente de México -si un terremoto político no lo impide- se reunió en Ciudad Madero con Joaquín Hernández Galicia, por todos conocido como La Quina, el líder espiritual del sindicato petrolero, y la recepción fue fría, breve y de pura cortesía.
El escaso entendimiento entre Salinas y el todopoderoso La Quina es conocido desde poco después de que el ex secretario de Programación y Presupuestos fuese designado heredero presidencia¡, y la relación no parece haber mejorado después. La Quina ha prometido, sí, el voto de los petroleros para el candidato del PRI, pero ha mantenido, al mismo tiempo, la distancia suficiente como para que se pueda presumir lo que se presume: dificultades entre ambos en el próximo sexenio. Se afirma, incluso que La Quina ha mantenido discretos contactos con el candidato de la izquierda Cuauhtémoc Cárdenas. El propio líder de la Corriente Democrática elogiaba en una conversación con EL PAÍS "la postura manifestada por algunos altos dirigentes del sindicato petrolero".
Problemas de confianza
El conflicto con el líder petrolero sólo es, tal vez, el reflejo de los problemas que el candidato encuentra para ganarse la confianza de otros sindicatos -el caso de los maestros es un ejemplo más- y, en general, de los dirigentes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), que se opusieron inicialmente a que el dedazo cayese sobre Salinas.
La política de modernización que él abandera significa en el campo económico mayor espacio para la empresa privada y para el capital extranjero. En los oídos de los tradicionales líderes sindicales esto suena a pérdida del control estatal de la economía. Para los asesores económicos de Salinas supone, simplemente, menos burocratismo, más competitividad y más eficacia. Para muchos observadores, lo que está en juego, en el fondo, es el poder que los sindicatos tienen sobre la economía nacional. Sea como fuere, lo cierto es que cuando Salinas habló el martes pasado en un acto público en la ciudad de Mexicali, en la frontera con EE UU, la mitad del local ocupada por las pancartas de la CTM se mostró poco identificada con su candidato. La razón, oficialmente, era "una disidencia interna", pero no hay que especular mucho para saber que muchos cuadros sindicales le identifican, en su anterior puesto en el Gabinete, con la política liberal que ha colocado el nivel adquisitivo de los trabajadores en su punto más bajo.
La etapa de Mexicali, en Baja California Norte, fue una de la última gira que Salinas hizo por los Estados del norte, tradicionalmente los más hostiles al PRI y los de mayor implantación del Partido de Acción Nacional (PAN). La gira pareció demostrar que el partido del Gobierno ha recuperado posiciones en esta parte de México, tal como revelóuna encuesta elaborada por la empresa Gallup que le concede al PRI el 60%. de los votos en el norte, mientras que sólo llega al 56%. en el total del país, un 33%. más que el Frente Democrático Nacional de Cárdenas y un 37% más que el PAN. Pero la gira demostró también que Salinas ha repetido muchos de los vicios tradicionales del sistema.
Los mítines se llenan, pero hay que recurrir para ellos a flotas de autobuses que transportan gratuitamente gente desde las ciudades próximas (el conocido fenómeno de los acarreados). No se renuncia tampoco al uso de medios del Estado. Dos Boeing 737 y media docena de aviones pequeños se mueven junto al candidato. Buena parte del transporte público se pone, además, al servicio del candidato en cada ciudad, donde los gobernadores y otras autoridades preparan desde, días antes una gran campaña publicitaria para demostrar su poder de convocatoria.
A su inicio, a finales de octubre del año pasado, el equipo de Salinas pretendía que esta campaña fuese distinta a las que mecánicamente se han venido repitiendo en el último medio siglo, más cercana al pueblo, más modesta, más auténtica. Pero el peso de la estructura ha vencido. El peso de los gobernadores, que no sólo se juegan el poder del partido sino su poder personal, se ha impuesto.
En la ciudad de Hermosillo, en el Estado de Sonora, en el mismo lugar en el que hace 10 meses Salinas convulsionó el mundo político mexicano al reconocer que el PRI ganaba "raspado" en los Estados del norte, el candidato se limitó ahora a seguir la corriente de un espectáculo organizado que le pide carro completo (en el lenguaje político mexicano, ganar siempre y por cualquier medio).
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