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'Overbooking'

Advierten los libros de estilo que hay que desterrar cuanto antes esta palabreja tan generalizada en el mundillo turístico. Proponen como alternativa sobrerreserva. No es lo mismo. Suena a disculpa, y el overbooking es indisculpable. Una cosa es que no tengas dinero para comprar sitio en el avión o en el hotel o que haya huelga, y otra muy distinta que te den la vuelta porque vendieron más plazas de la cuenta. Cualquier tribunal aceptaría el overbooking como eximente en primer grado. Pero se te puede caer el pelo si le cuentas al juez que el delito que cometiste en el vestíbulo del aeropuerto o del hotel estuvo motivado por la sobrerreserva.Además, el overbooking va mucho más allá que el lenguaje turístico. Es la metáfora de un nuevo tipo de conflictos del Estado de bienestar, y seguramente equivale a la justificación del viejo estado de necesidad, como asaltar la panadería de la esquina o robar la bicicleta de Vittorio de Sica. Porque el gran problema social de estos tiempos ya no es la escasez de la demanda, sino la miseria de la oferta. Lo que sulfura y puede armar el cirio es que no tengas plaza cuando por fin tienes derecho, tienes dinero y tienes billete. El overbooking es una injusticia típica de la era de la abundancia, pero de una abundancia atropellada, caótica, hija de un crecimiento a la coreana.

Los países pobres todavía no tienen problemas de overbooking, y los siete magníficos de Toronto ya los han superado. Ésa es la nueva frontera, y nosotros estamos en el medio. Porque no encuentro otra expresión más precisa que overbooking para resumir lo que actualmente ocurre en la enseñanza, las comunicaciones, los transportes o la sanidad. O sea, que hay más demanda que oferta, que fomentan insensatamente las expectativas de reserva y luego no hay sitio. Hay más alumnos que aulas, más coches que carreteras, más teléfonos que líneas, más enfermos que camas, más licenciados que puestos. Sólo Borrell parece no tener problemas de overbooking: siempre le faltan pasajeros y le sobran camas.

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