El deseo contra el amor
Se piensa que un deseo sexual intenso manifiesta un amor profundo. Igualmente suele afirmarse que un amor serio y grave por una criatura conlleva el deseo sexual que está implícito en la necesidad de unión física. Nada más erróneo, ya que el deseo sexual es autónomo, independiente del amor, y éste, de aquél. Sería realmente maravilloso que se integrasen armoniosamente el sentimiento puro y el deseo sexual, pero casi siempre están netamente diferenciados. "La quería y, por otra parte, me gustaba mucho", nos comentaba Rafael Sánchez Ventura, el sutil crítico de arte, doliéndose de la muerte de su mujer, quizá sin darse cuenta de la inmensa profundidad de sus palabras, que expresaban la problemática conjunción de amor y deseo.Como se ha demostrado en un reciente congreso de sexología celebrado en Santiago de Compostela, el amor es por naturaleza idealista, espiritual, y busca, al decir de Hegel, la afirmación del yo por la entrega de sí mismo, "monstruosa contradicción que sólo la unidad ética del matrimonio puede resolver". Para Marx, el amor hace posible la reciprocidad de conciencias sintientes -"el que ama verdaderamente, siempre es amado"-, y esta correspondencia de sentimientos responde a la armonía ideal del amor, pero, según Jean Lacroix, es una utopía inalcanzable entre seres dominados por egoísmos elementales y feroces. Sin embargo, como el amor tiende a una idealización proyectiva, es cierto que se puede llegar a una comprensión donde persiste la separación, a una armonía en que subsiste la distancia, para conseguir la identificación de los espíritus.
El deseo sexual corre por otros cauces diferentes: es pulsión oscura, inconsciente, del cuerpo, y busca un objeto sexual que desconoce para satisfacerse. En este sentido, Francisco Martínez, en su obra Ontología y diferencia (Editorial Orígenes), dice muy acertadamente: "El deseo es molecular y no molar", disparándose en múltiples direcciones. Por ello es un error aproximar el concepto de la libido de Freud a la pasión de Marx, pues mientras el deseo es inconsciente, no sabe lo que quiere, la pasión es plenamente consciente de su apetencia. El deseo busca sin orientarse hacia nada concreto; es por introyección de una imagen soñada en la infancia (Freud) que se dibuja el objeto de la pulsión sexual. Basta con rememorar el intenso placer sentido por un cuerpo deseado durante la adolescencia para satisfacerla. Pero esa imagen del objeto sexual se disuelve en el tiempo. Entonces resurge el deseo sin orientación, como perdido, y se lanza a la búsqueda de un nuevo objeto. Francisco Martínez explica agudamente: "El deseo es la energía, la materia prima y el producto del gigantesco conjunto maquínico de la producción social". En esta concepción intensivo-materialista del deseo no hay reminiscencia platónica, ni el objeto sexual se retrotrae a la infancia. Es necesario descubrir, por múltiples experiencias sexuales, el objeto que satisfaga totalmente, lo que no implica una perfecta adecuación corporal, ni la expresión francesa "tengo esa mujer en la piel". La satisfacción sexual no es anatómico-fisiológica, sino psicocorpórea. Se puede llegar a la mayor compenetración entre dos seres, y hasta a un amor absoluto, sin encontrar el objeto del deseo. También es posible descubrir el cuerpo perfecto para satisfacer el deseo sin sentir amor alguno por esa criatura. La tragedia de Don Juan consiste en que, perdido en el vacío o la nada infernal del deseo sexual, no encontró nunca el objeto perfilado en sus sueños eróticos.
¿Cabe conciliar la diferencia ontológica entre el amor y el deseo? Quizá renunciando a esa idealización propia del amor y sólo desearlo; es decir, entregarse a la pasión que busca incesantemente identificarse con la realidad objetiva de la persona amada. A la vez, no dejarse arrastrar por la intensidad pulsiva del deseo, racionalizarlo para materializar la pulsión sexual sin imágenes preconcebidas. Tal vez, sin buscarlo ni esperarlo, al abrazar el objeto sexual se descubra la sensación de plenitud y esplendoroso hallazgo del amor. También puede ocurrir que, en las necesarias experiencias para satisfacer el deseo, sólo se vean cuerpos, con prescindencia de la singularidad de cada uno, o encontrar el objeto deseado al sentir el cuerpo ajeno integrado al propio, y aun no atrayendo por su belleza física, es necesario poseerlo para vivir.
En consecuencia, el deseo es demasiado oscuro y no puede encontrar por sí mismo el cuerpo que necesita. Exige la experiencia de una pasión unitiva que olvide el cuerpo para descubrir el secreto oculto del ser deseado. Así se logra el amor y el placer íntegro del deseo sexual. Podemos esperar que si el amor se materializa, al desear al otro como presencia objetiva, y el deseo se idealiza, racionalizándose por la pasión consciente de sí misma, se podrá llegar a una conciliación armoniosa del amor y del deseo que, como enemigos, desgarran dramáticamente la vida de los amantes.
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