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Ultraliberalismo y fascismo

"Nadie piensa de Chirac que vaya a ser Von Papen", afirmaban dos analistas políticos franceses en 1987. Puede que no lo sea. Pero que, en Francia, aproximaciones crecientes entre la derecha y el fascismo se estaban produciendo, lo ponían de relieve no sólo las andanadas periódicas de Pasqua-Rambo, sino hasta las afirmaciones del primer ministro conservador, que ya en mayo de ese año espetaba que "no había que adoptar actitudes de exclusión en relación con el electorado del Frente Nacional (Le Monde, 20 de mayo de 1987). Al final pasó lo que algunos no podían imaginar: siendo el Frente Nacional claramente un partido fascista (enmarcado en una internacional en la que están el NPD alemán, Fuerza Nueva española y el Movimiento Social Italiano), la derecha francesa, al desistirse en su favor en algunos casos, le ha trasladado parte de la legitimidad democrática que esta última, a duras penas, había recuperado desde el término de la II Guerra Mundial. Lo que nadie se había atrevido a hacer desde que se supo de la realidad del fascismo algo más de lo que radiaba el Deutsche Nahricliten Buro o filmaba la UFA, lo ha hecho la derecha francesa. Claro, que ya dijo en su día Bernanos (La grande peur des bien-pensantes) que la derecha francesa era la más con del mundo. Con ser bastante cierta, esta afirmación no lo explica todo. Porque pocos se han tomado hasta ahora la molestia de ahondar en la evolución ideológica más reciente del fascismo y de la derecha de nuestros vecinos norteños.En 1945, el fascismo era una doctrina clínicamente muerta por razones de todos conocida, y a pesar de unos amagos de resurrección con ocasión del poujadismo, y después de las guerras de descolonización, eso siguió así hasta 1968...

Los acontecimientos de ese año pusieron de relieve no sólo que la derecha clásica como tal parecía incapaz de producir otra cosa que crecimiento económico, sino que, o se presentaba una alternativa programática atractiva y renovada, o la ideología de la gestión iba a ser finalmente derrotada por la de la liberación. Se inicia así desde la extrema derecha un intento de reelaboración doctrinal que pronto será orientado, bajo el nombre de revolución neoconservadora, hacia la reivindicación de las más puras esencias... liberales. La paradoja de ver a pensadores fascistas recuperar tan ilustre componente de la historia de las ideas políticas occidentales era sólo aparente, pues la recuperación del liberalismo por el neofascismo vino sobre todo por la vía del neodarwinismo, muy de moda gracias a los estudios sobre biología del comportamiento, etología y sociobiología (Ardrey, Lorenz, Eibl-Eibesfeldt, Morris, Tinbergen, Maclay, Knipe). Claro, que el liberalismo así reciclado tenía toda la pinta de un liberalismo salvaje cuya mera mención ponía, con razón, los vellos de punta al electorado mayoritario. Lo cierto es que empezó así la época en la que los cachorros del neofascismo variaron sus lecturas, hasta hallar sus Grundisses en Freund (la decadencia), Sulfert y Raspail (los desequilibrios demográficos Norte-Sur), Cau (la reivindicación del nacionalismo francés), mogollón de biólogos y, sobre todo, economistas neoliberales (del "liberalismo orgánico", como diría Philippe Malaud en La Révolution liberale).

Pero lo más grave de ese resurgimiento del fascismo francés fue la ruptura del aislamiento ideológico. La derecha clásica había seguido dedicándose exclusivamente, incluso después de 1968, a gobernar gerencialmente y a ganar dinero.

Los 'nuevos economistas'

Sin embargo, en la segunda mitad de la década de los setenta comenzaron a llegar los llamados nuevos economistas, casi todos anglosajones (con la excepción de Guy Sorman, Henri Lepage y Jean-Jacques Rosa), y el fascismo francés se encontró con que al otro lado del mar, y no ya por grupos fascistizantes marginales, sino por conservadores respetables, teorías parecidas a las que él había incorporado no sólo comenzaban a ser defendidas, sino incluso, con la llegada de Reagan y Thatcher al poder, aplicadas (inciándose así lo que Guy Sorman llamó la revolución conservadora). Como explicanT. B. Huyghe y P. Barbes (La Soft-ideológie, París, 1987), cuando antes la derecha era la contra (contra la descolonización, las grandes superficies, la píldora, la huelga, la permisividad, el arte de vanguardia y cualquier debilidad ante el comunismo...), ya a partir de 1981, confrontada con la necesidad, totalmente nueva, de tener ideas y un programa, no descubre más vía que la de la sobrepuja liberal: ley del mercado, autonomía individual, gestión técnica de la política, Estado mínimo". En ese momento, la derecha creía haber renovado su corpus doctrinal.

Pero se equivocó doblemente; primero, porque la renovación era escasa habida cuenta que todo eso se defendió, darwinismo incluido, en el siglo XIX; segundo, porque tanto la derecha conservadora como la extrema derecha habían realizado, las dos, una (para la primera) peligrosa aproximación a través de la elaboración de una teoría y programa fácticamente comunes a ambas, que Bernard Cathelat ha definido como el rigorismo o "restauración del rigor moral, económico y social, mezcla de ultraliberalismo económico y de ultraconservadurismo psicológico" (Les enjeux de la fin du siecle, 1986). Lo más grave fue que a partir de ese momento era perfectamente factible el trasvase de votos en ambas direcciones. Y si a esto se añaden otras causas como la crisis económica, una emigración africana excesiva y quizá la modificación de la ley electoral, es entonces más inteligible la irrupción del fascismo francés. Lo grave es que esto se hubiera podido evitar si en vez de un conservadurismo duro a lo Chirac se hubiera adoptado una actitud de rechazo pleno a la extrema derecha. Pero no fue así, así lo demuestran las manifestaciones de algunos ministros gaullistas de que el RPR y el FN tenían "muchos valores en común", y, cómo no, el paso siguiente, consistente en los desistimientos con que la derecha ha ofrecido al FN la posibilidad (afortunadamente fallida) de obtener la segunda representación de la segunda ciudad de Francia, Marsella (imagínense un escenario parecido para Hamburgo o Milán). Lo triste es que el arropamiento ideológico de esta odisea lo haya dado el liberalismo, reproduciendo el esquema austriaco (donde el Partido Liberal es hoy el heredero del NSDAP) y volviéndole a dar la razón a Seymour Martin Lipset (Political man, 1960), cuando afirmaba que, en el fondo, liberalismo ultra es fascismo. El Frente Nacional sólo ha sacado un escaño. Pero la intención de la derecha francesa ha sido, como en 1936, preferir a Hitler a Léon Blum. No tiene perdón.

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Jorge Verstrynge, ex secretario general de AP, es diputado del Grupo Mixto.

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