Dos cómicos se confiesan
La casualidad -o el buen tino de los programadores, que nunca se sabe- hace coincidir hoy en nuestras pequeñas pantallas a dos cómicos geniales, a dos excelentes creadores de comedias, uno eterno, contemporáneo el otro: Charles Chaplin y Woody Allen. Coinciden, además, y ahí está la gracia, no con dos películas cogidas al azar del vasto panorama de sus filmografías, sino con dos que son, cada una a su manera, lúcidas reflexiones sobre el oficio de comediante. Dos reflexiones serias, sinceras, pero también tristes, elaboradas con un poco de agonía.Chaplín, en Candilejas, barnizando su discurso con las pinturas propias del folletín, nos habla del cómico en su etapa de decadencia, del payaso que en sus días de gloria desternillaba a carcajada limpia a grandes masas de espectadores en teatruchos de aquí y de allí y que, ahora, injustamente, es despreciado por el mismo público que antes le encumbrara. El cómico, claro está, el cómico de verdad, se rige por una escala de valores según la cual oficio y vida son sinónimos; al desaparecer uno, la otra no tiene sentido, aunque siempre sur girá un momento inesperado de dicha -y ese momento, en la película, está compartido por otro gran actor de la risa, Buster Keaton, en la única escena en que coincidieron, escena a todas luces memorable-, una dicha que quiere Chaplin que sea trágica. Una gran obra, en fin, y muy propensa a humedecer pañuelos.
Candilejas se emite por TVE-2 a las 18
00. Recuerdos se emite por TVE-1.
Monólogo
Por su parte, Woody Allen ejecuta un monólogo -o un diálogo abierto al espectador- en Recuerdos -cuyo título original es Stardust memories- y se cuestiona su posición como intelectual entregado en su deber al público, un público sólo ávido de gags fáciles y burdos tortazos y poco dispuesto a recoaer las semillas de un género que habla del hombre al hombre, de sus angustias y, más que de sus grandezas, de sus bajezas.
Recuerdos, según esa misma regla, debía molestar soberanamente al respetable, y así fue. ¿ Por qué nos cuenta su vida éste hombre?, decíamos. Lo hace, sencillamente, para prevenirnos de su presente giro, que había puesto de manifiesto, sin embargo, en sus precedentes Annie Hall y Manhattan.
A partir de ahí ya poco nos habríamos de reír del judío gafudo, bajito y feúcho Allen; a partir de ahí nos reiremos con él y tomándolo como espejo de nosotros mismos y de nuestras neuras cotidianas, que son las mismas en París, Barcelona o Arristerdarri que en Nueva York. Con constantes referencias a sus maestros, Fellini y Bergman, y hasta a tertulias metaflisicas con extraterrestres, Recuerdos es una comedia-rompecabezas muy a tener en cuenta en la trayectoria de Allen.
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