_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Infiernos

Rosa Montero

De mi infancia recuerdo el fascinante horror de algunas escenas de películas. Las truculentas minas de Ben-Hur, pongo por caso, en donde los penados sufrían en condiciones infrahumanas. Lodosas babeles del castigo reproducidas con todo primor en cartón piedra. Pero no era más que cine, y una podía estremecerse y disfrutar al mismo tiempo, abrigada por la certidumbre de que esa barbaridad ya no existía.En estos días me he acordado muchas veces de esos infiernos en tecnicolor. Los llevo en mi memoria desde que leí los informes sobre la salud en las cárceles. En Cataluña, por ejemplo, el 45% de los presos estudiados es portador del SIDA; el 55% de anticuerpos frente a la hepatitis, y hay un brote de tuberculosis activa, una enfermedad que se creía erradicada. La muestra de la cárcel aragonesa de Daroca, por su parte, ofrece unas cifras aún más tétricas: un 60% de portadores de SIDA y un 83% de posibles hepatíticos. Todos viven juntos y revueltos. El hacinamiento subhumano de nuestras prisiones no sólo transmite desesperación: transmite muerte.

Yo ya suponía que las cárceles españolas eran un lugar aterrador. A la dolorosa falta de libertad, que es la esencia del castigo, hay que añadir unos tormentos que no están contemplados en las sentencias. Presos que son asesinados o violados por sus compañeros, cárceles que se caen de viejas, una superpoblación inaguantable, el mal rancho, la precariedad de los servicios, la indignidad de vivir en condiciones animales, la droga y la violencia. Y ahora hay que añadir ese cocedero de enfermedades y contagios. El matadero. En esas prisiones se deshacen, por ejemplo, adolescentes con primeras condenas que, previsiblemente, jamás podrán remontar semejante experiencia carcelaria. Son agujeros en los que, más que malvivir, uno malmuere. No encuentro diferencia entre estos pozos de nuestra sociedad y los truculentos decorados de mis películas de época. Sólo que en las prisiones españolas no existe el tecnicolor, sino tan sólo un ocre de yeso sucio, un gris de piedra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_