El centro que viene
Desde el mismo momento de la apertura de las elecciones al Parlamento catalán ha podido constatarse que éstas no iban a tener solamente consecuencias en aquella porción de nuestra geografía. Ese hecho no puede ser más significativo, pues denuncia la permanente invertebración del espacio político de centro y derecha en España, como tantas otras elecciones regionales también las catalanas dan la sensación de ser unas primarias; para bien de todos lo mejor sería que fueran las definitivas. Pero todavía subsisten las dudas acerca de si realmente va a ser así.El partido de la derecha
Algo, sin embargo, parece claro y así ha ido apareciendo con el transcurso del tiempo: cualquier evolución que se produzca irá en el sentido de atribuir una menor importancia relativa, en este sector del espectro político, a Alianza Popular, el partido que representa fundamentalmente a la derecha en nuestro país. La mejor descripción de lo que le está sucediendo a este grupo debiera conjugar los términos consolidación y descenso. A estas alturas es obvio que AP no se va a volatilizar, a no ser que sus dirigentes enloquezcan; no lo es menos que esa consolidación se va a producir con unas expectativas de voto y de acceso al poder muy inferiores a las que este partido ha tenido en los últimos años.
Probablemente era inevitable que así sucediera y es bueno que AP ocupe un puesto más acorde con lo que es el papel de la derecha en la vida española. Subsiste el peligro de la inestabilidad y la permanente tentación del regreso de Fraga, que se mezcla con la pregunta acerca de si verdaderamente se ha ido en alguna ocasión: dijo que se iba definitivamente y se convirtió en diputado europeo, de ahí pasó a Galicia y en cualquier momento puede aparecer como salvador.
Pero eso sería un error craso que retrotraería la situación de AP a septiembre del año 1986. Para bien de todos habría que desear estabilidad en la dirección de AP y una cierta consolidación en la moderación. La primera habría de lograrse sin inventarse operaciones alambicadas, de dudoso resultado; es cierto que los dirigentes del partido conservador no parecen gran cosa, pero, en buena medida, ésa es también culpa de sus mayores, que les lanzaron a puestos para los que eran (en el caso de Verstrynge) y es en la actualidad dudosa su preparación.
La moderación habría de consistir en recordar una de las elecciones de las presidenciales francesas. Si el centro y la derecha han perdido, la razón estriba, en parte, en que no han sido capaces de combatir con firmeza la amenaza de la extrema derecha. Es cierto que Hernández Mancha supone, en parte, un giro en este sentido (y ése parece su único mérito), pero todavía hay demasiada derecha que recuerda al pasado en AP y, además, una parte de ella parece experimentar una especie de inversión pinochetista.
A estas alturas parece indudable que cualquier cambio importante que se vaya a producir en España a medio plazo pasa por el centro del espectro político, con lo que se confirma lo que algunos hemos pensado siempre: si UCD no se hubiera volatilizado, habría ya una verdadera alternativa y probablemente ni siquiera el PSOE tendría mayoría parlamentaria.
El centro se identifica ahora con Adolfo Suárez, y es tan reconfortante su emerger en las encuestas que explica el odio africano que ahora parece despertar en el PSOE. Hay una especie de justicia histórica en esta recuperación, porque Suárez ha sido, probablemente, el mejor presidente español del siglo XX y porque sigue demostrando un sentido del tiempo y una capacidad crítica óptima respecto de los que están en el poder.
Adolfo Suárez, sí, pero... La adversativa viene a cuento de que incluso ahora, en que reaparece el mejor Suárez, uno tiene sus dudas, que además son las de siempre: el exceso de silencios, cierta indiferencia con los princípios y una posible incapacidad para formar un partido que merezca tal nombre hacen recordar al Suárez de junio de 1977, cuando había hecho una excelente reforma política, pero descendió desde el Gobierno a la campaña de una manera que impidió que alcanzara la mayoría absoluta. Es posible que no haya otro centro viable, pero el que ahora representa Suárez no es, en términos electorales, el que obtuvo anteriores victorias electorales en 1977 y 1979; podrá ser más fiel a su líder, pero aun esto queda por demostrar y es dudoso que fuera la causa más decisiva de la crisis de UCD.
Claro está que hay otros centros. La proliferación de partidos regionales puede considerarse como un fenómeno de mayor o menor trascendencia y de causas relativamente complejas; de lo que no cabe la menor duda es de que merece ser tenido en cuenta porque representa muchos votos. Sin duda el despertar de un sentimiento regional juega un papel muy importante en este éxito electoral, como también el hecho de que cada vez más, en un Estado con autonomías, el ciudadano depende de la Administración más inmediata. Lo que los regionalistas no debieran olvidar es, sin embargo, que por lo menos una parte de sus votos proceden de la sensación de indigencia sentida por un elector que sabe que ni AP ni el CDS tienen actualmente muchas posibilidades de acceder a la Moncloa y que, sobre todo, están hartos de que las crisis en la estructura nacional de los partidos tenga resultados detestables en sus organizaciones regionales. Lo malo de los partidos regionalistas es que resulta difícil juzgar que estén estabilizados como fórmula electoral por el simple procedimiento de un tipo de reivindicación basada en intereses de este tipo. El voto conseguido por los partidos regionales puede volatilizarse en una consulta europea o nacional incluso; lo lógico, por tanto, sería que esa fórmula concluyera en algún tipo de identificación ideológica.
Errores
Ahí podría desempeñar un papel la Democracia Cristiana, que si ha cometido graves errores en el pasado (todos los que se dicen y alguno más que podría añadir el autor de estas líneas), no parece que deba desaparecer en el contexto cada vez más europeo de nuestra política.
Además, en el momento presente, hay cada vez una mayor tendencia, inevitable a medio plazo en una democracia, a que el factor religioso juegue un importante papel en la orientación del elector; lo puede hacer desde muy diferentes perspectivas, pero quizá la de la Democracia Cristiana sea la óptima para el sistema democrático en su conjunto. Regionalistas y democristianos tienen, además, puntos de coincidencia en la concepción del Estado.
En un momento en que el PSOE demuestra a ojos vista la endeblez de su ejecutoria gubernamental, parece urgente que el espacio político de la derecha y el centro deje de ser el escenario de la competición e intente ser el de la colaboración. Sólo logrando ésta en términos más o menos explícitos será posible una alternativa de cuya necesidad es consciente incluso el presidente del Gobierno.
De no existir ésta habrá que recordar que en cierta manera puede llegar a beneficiarse de esa situación un nuevo centro, que no es otro que el PSOE. A muchos (por supuesto, el que suscribe) nos resultaba intelectualmente insufrible el radicalismo del partido socialista hasta 1979; después hemos visto con ironía esa mística del cambio, no sólo insustancial, sino también tan poco prometedora, como luego se ha venido demostrando. Ahora, sin embargo, si el PSOE cambiara radicalmente su talante prepotente y si el espectro de centro-derecha siguiera siendo un galimatías, no pocos van a hacer algo parecido a lo que hizo Ives Montand en las pasadas elecciones presidenciales francesas: dijo que votaría al candidato de derecha republicana mejor situado..., que, naturalmente, era Mitterrand.
Está, por tanto, perfectamente claro que viene el centro y que a, él le habrá de corresponder un fundamental protagonismo en los meses venideros. El problema consiste en que no sabemos exactamente de qué centro se trata.
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