'Dame veneno, que quiero morir'
La puerta de entrada al edificio situado en el número 7 de la madrileña calle de la Ballesta no existe. El inmueble no presenta signos de vida doméstica. Tiene varios sótanos y cuatro plantas, en cada una de las cuales hay cinco apartamentos. En las escaleras hay basura, restos de sangre, jeringuillas, excrementos y bolsas repletas de servilletas de papel utilizadas como medida higiénica entre cliente y cliente.En las ventanas del edificio no queda ni un cristal, y las paredes parecen haber sido arañadas por un gato salvaje que se sirvió de la cal para cortar la heroína y adulterar las papelinas. Algunos inquilinos de los apartamentos, según informes municipales que son corroborados por los vecinos, se dedican al tráfico de drogas, y en ciertos casos los pisos se utilizan para ejercer la prostitución.
La policía define los edificios como éste de la Ballesta como "nidos". El inmueble en cuestión, sobre el que pesa una orden de clausura del Ayuntamiento, fue escenario de un ajuste de cuentas entre delincuentes el pasado 15 de marzo. El incidente se saldó con la muerte a tiros del colombiano Guillermo Luis Cantero a manos de Carlos Sanjosé Pedroviejo. El homicida murió poco después por un disparo de un policía municipal.
Fuera, en la Ballesta, hay una mujer apoyada en un coche. Luce un potente escote viste una superminifalda y lleva el pelo teñido a lo Barbie. Entre pitillo y pitillo tararea una canción de los Chunguitos: "Dame veneno, que quiero morir", dice, mientras sigue el ritmo golpeando el suelo con sus enormes tacones. La música se acaba cuando pasa frente a ella un posible cliente. El trato es rápido. Las tarifas están por los suelos. Entre 1.000 y 2.000 pesetas por polvo más 500 por la cama. Ella dice que tiene que ser con preservativo, y el hombre se va.
El movimiento de prostitutas que entran y salen con clientes de los portales es continuo. También es continuo el paso de coches de la policía y los trapicheos de drogas.
'Chicas al punto'
Ellas dicen que no tienen chulo. Ahora se llaman novios, maridos o simplemente camellos (pequeños traficantes). Ellos siempre están buscando trabajo. Consienten que ellas se comporten como profesionales con los clientes, pero no perdonan unos cuernos. Visten de forma deportiva y aparecen cada poco por la zona donde tienen a las chicas al punto. Se colocan a cierta distancia, las miran y ellas se acercan presurosas. Apenas se hablan. Simplemente meten la mano en el bolso y les entregan lo recaudado con orgullo.
Puede ocurrir que el macarra no tenga nada mejor que hacer en ese momento y se meta en uno de los bares de la zona. Se pide una copa y cambia los billetes en monedas. Las monedas caen en la ranura de una tragaperras. Un par de horas después vuelven a la esquina a buscar más dinero.
A menos de 500 metros del lugar donde se desarrollan los posibles intercambios sexuales está la Gran Vía. Es el centro de Madrid.
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