Debate sobre la droga
Quisiera no equivocarme al pensar que el editorial titulado La legalización de la droga (véase EL PAÍS, 22 de mayo) iba cargado de buenas intenciones dirigidas a la búsqueda de soluciones eficaces que resuelvan, si no del todo, que sería mucho pedir, sí en parte el grave problema que en la actualidad supone esa perniciosa lacra social de la droga y cuyo potencial destructor de países y sociedades es mayor que el del terrorismo, utilizando subrayadas palabras del citado editorial.He efectuado un detenido, exhaustivo y profundo análisis de la tesis mantenida en él y de sus razonamientos, y si bien con la primera no estoy conforme, sí coincido en la mayoría de los últimos, pareciéndome, no obstante, que todo lo que sea entablar debate sobre la droga siempre ha de ser positivo, en particular si, como en esta ocasión, se hace de un modo responsable desde un medio de comunicación, cosa que no suele ser frecuente.
La tesis de la legalización de la droga, por mucha equiparación con el ejemplo del alcohol que se le eche, retrocediendo a los nefastos efectos de la ley seca, no tiene a mi modesto entender la más mínima base donde sostenerse. En primer lugar, es absurdo e incongruente pensar que la dura penalización del tráfico de drogas suponga un aliciente, ni mucho menos, para su consumo, ni tampoco que por ello aumente; creo que es precisamente todo lo contrario. Cuanto mayor es la penalización, el castigo, la represión de ese maldito tráfico, mayor es el impedimento a consumir lo traficado. El que esté autorizado el tabaco y el alcohol, que son muy nocivos para la salud -cosa, por otra parte, muy cierta- no quiere decir que se tengan que autorizar otras drogas; sería ir de mal en peor.
También se trasluce en el editorial el que yo llamo síndrome Pedrol Ríus, es decir, legalícese la droga, incluso facilítese, para que de esta manera los drogadictos, los heroinómanos, los yonquis, dejen de atracar, de asaltar, en fin, de delinquir; nada importa que se sigan muriendo, que se sigan matando, como ahora mismo, pero que al menos no molesten. Lo que sí queda nítidamente claro es que actualmente en España el mercado de la droga está al alcance de todo el mundo, así como que las operaciones se efectúan con mínima reserva y que todo son facilidades para poder adquirir las dosis precisas. Tristemente cierto es también que los beneficios de quienes están al frente de la Mafia vienen a suponer unos 100.000 millones de dólares al año, haciendo un cálculo aproximado. "Con ese dinero se puede comprar todo: es superior al de los presupuestos nacionales de muchos países", se dice textualmente, y se dice bien. Hace ya unos años me pude documentar con la lectura del libro La droga, potencia mundial, de Hans-Georg Behr, notable periodista y terapeuta austriaco, que descubrió un entramado asombroso formado por el tráfico de armas, las grandes multinacionales, ciertos políticos y servicios secretos.
En cuanto al plan de legalización controlada, por último, me recuerda un poco aquella petición que en los albores de esta democracia hacía la Joven Guardia Roja de legalización de la droga. "Pedimos que su control quede en manos del Gobierno", decían. "Podría venderse en los estancos o en las farmacias y utilizar los beneficios para hospitales de rehabilitación de drogadictos". Precioso planteamiento. Que el Gobierno negocie con la droga y envenene a media España. Nada, no importa. Como los beneficios que se obtengan con este negocio redondo van a ser cuantiosos, ya puede el Gobierno montar hospitales con dedicación exclusiva a desenvenenar a los envenenados que queden vivos, claro. Así de sencillo.-
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