Emoción
Hasta anteayer, la Redacción era el lugar más emocionante que conocía, sobre todo por los teletipos. Ahora sé que puede ser más excitante quedarse en casa esperando a que te asalten. Tú estás tan ricamente envuelta en tu bata de boatiné, con los rulos y las ligas por debajo de las rodillas, preguntándote si mañana convendrá añadir pimientos al guisacho, y, de improviso, los hombres geo entran en tu vida y hasta puede que acaben con tus vacilaciones. Por no hablar de las varices.El asalto a domicilio perpetrado ilusionadamente por enviados del Ministerio del Interior es al asalto callejero lo que hacer el amor es a la masturbación: conoces gente. Frente al vulgar ratero que se te lleva el bolso de un tirón sin decirte ni siquiera ahí te pudras, la irrupción en el descansillo de la II Guerra Mundial de la señorita Pepis Barrionuevo ofrece el beneficio de que, cuando se van, puedes despedirles como a los yanquies en Sicilia, utilizando el brazo no contuso y una venda sobrante que debe hacerse ondear por encima de la ropa tendida, mientras los niños tocan chim-pón con las tapas de las cazuelas. El marido, caso de ser aficionado a la técnica, puede grabar el evento en vídeo. Y si hay que ir al hospital, queda el consuelo de que, casi seguro, mandarán postales.
Otra ventaja: puede que te maten, pero no te violan. Aunque quisieran, no podrían, porque tienen que emplearse a fondo para sujetar el arma con las dos manos, en plan Corrupción en Miami. Salvo que tengan contestador automático en salva sea la parte, si hacen las cosas como es debido, físicamente no pueden extralimitarse.
Y, hagan lo que hagan, te quedas con aquella tranquilidad que da el saber que es por tu bien y gracias a tus impuestos. Más quo un asalto es un incesto: son como de la familia, aunque en más interesante.
No sé ustedes, pero yo me pienso quedar en casa, sentadita en la mecedora, esperándoles con vino dulce y unos cuantos polvorones a modo de defensa antiaérea.
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