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Tribuna
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A los padres

Los padres de los escolares víctimas, santos inocentes, de la huelga de enseñantes de escuelas públicas empiezan a ponerse nerviosos, y el Gobierno espera que ese nerviosismo sea un factor de presión para que los profesores pierdan el pulso. El general verano amenaza con crispar la situación porque los padres temen por sus hijos, con el curso perdido o devaluado y por la disminución de ciencia que hayan reportado los días de huelga.Tranquilos.

Y por si no bastara como ejemplo mi propio caso, huelguista frecuente durante mi etapa universitaria y, sin embargo, miembro de la crema de la intelectualidad, les brindo el ejemplo quizá algo más constructivo del propio señor Arango, secretario del Ministerio de Educación y negociador en este turbio asunto hasta que Felipe González nos separe.

Arango fue un huelguista contumaz en aquellos tiempos en que inocentemente, según su propia confesión, pensaba que los aparatos de Estado eran franquistas, sin caer en la cuenta de que los aparatos de Estado, con Franco o sin Franco, siempre son los aparatos de Estado.

Pues bien, a pesar de la pérdida de clases, miren dónde ha llegado el señor Arango. Ya sé que es imposible generalizar y que no puedo prometer que todos los escolares carentes de clases puedan llegar el día de mañana tan alto como el señor Arango. Pero que conste como punto de referencia de que a veces no ir a clase espabila más que ir a clase y la ciencia que no se recibe en la escuela puede succionarse a través de todos los poros de la piel en contacto directo con la realidad. Que no cunda, pues, el nerviosismo paterno, que puede convertir a los enseñantes en los malos de la película. Si yo fuera profesor aprobaría a todo el mundo y, confiado en el referente Arango, dejaría que el tiempo y ese gran mercado que es la vida hicieran su propia evaluación y selectividad. Más clases perdieron los estudiantes en los años sesenta y fíjense, fíjense qué carrerones: Arango, Maravall, Felipe González...

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