La interminable unidad de Europa
Hace unos días, se conmemoró en La Haya el encuentro que, con el lema de la unidad de Europa, se había celebrado allí mismo en 1948. Aquella reunión había sentado las bases filosóficas para la construcción de la Europa democrática. Un año más tarde, Churchill propuso la creación de un "Consejo de Europa" y en 1950 fue establecida la Comunidad del carbón y del acero. Había nacido la nueva Europa. ¿O era la misma de siempre?
Cuarenta años después, jefes de Estado, primeros ministros, parlamentarios, pensadores y los supervivientes del primer encuentro, se han reunido para rendir homenaje a la idea que hizo posible el conjunto de instituciones que ahora llamamos Comunidades Europeas (CE), la única Europa unida que conocemos. Los asistentes se congregaron en la capital de los Países Bajos, en la misma sala desde la que las siete provincias holandesas, declarándose independientes de España, habían dado el primer paso para la construcción de la Europa burguesa del Rin. Pero los asistentes de 1988 han comprobado que la realidad de hoy se parece poco al sueño de hace cuatro décadas. Y, sin embargo, aunque los padres de Europa hubieran querido otra cosa, la de ahora es la única realidad que resultaba posible a partir de las líneas maestras de nuestra historia común y de las condiciones impuestas por las secuelas de la guerra mundial, por la consiguiente división del continente en dos bloques separados, por las necesidades de reconstrucción económica.
La Europa que proponían los hombres de 1948 era una oferta dirigida a unos combatientes cansados. Probablemente pensaron que era posible construir un edificio que, superando por puro voluntarismo las rencillas históricas, configurara una nueva entidad política continental simplemente impuesta desde una especie de Congreso de Viena. O, para hablar en términos más identificables con el siglo XX, superando lo que Enoch Powell llamó recientemente "la redefinición wilsoniana de un mapa de Europa basado en un entramado preconcebido de nacionalidades". Inevitablemente, no es lo mismo esta Europa que vivimos hoy que la Europa histórica; las reglas del juego han cambiado. Las nuevas generaciones no aprenden la lección de la paz en los campos de batalla sino en las aulas del colegio y se identifican menos con el concepto de nacionalidad que con el de generación.
En el fondo, hoy, como en 1948, la pregunta sigue siendo la misma. ¿Es posible una Europa unida? La meta de 1992, de un mercado único en el que los hombres se moverán sin restricciones, es lo que más se acerca al ideal de unos Estados Unidos de Europa. No es ya posible crear en el mundo de hoy una entidad política como la que aglomeraron en su momento los estados confederales de EE UU. Europa como entidad política, social, económica y cultural, existe, se rediseña y se redimensiona desde el reinado de Carlomagno, teniendo como solo elemento perturbador a la romántica noción de los nacionalismo del siglo XIX Como decía recientemente Luciano Pellicani, no puede hablarse realmente de una Europa dividida, cuando la mayoría de los paises que la integran comparte sus marcos institucionales, como si hubieran sido diseñados por una sola mano parlamento, partidos, sindicatos, universidades, administración pública.
Diferencias y semejanzas
Esta Europa de 1988 que integran países con baremos de conducta reconocibles y mutuamente aceptados, es la Europa unida que queremos los europeos. Es falaz esperar más de esta aventura, entre otras cosas, porque no hemos de obtener más de ella. El concepto de Europa está en lo que nos separa, no en lo que nos une. Lo que nos une está asumido.
Por ejemplo, la mayoría de edad estratégica de Europa se está produciendo en la medida en que la relajación de las tensiones internacionales permite a cada socio de la OTAN redefinir la estructura de su participación, sin por ello descartar su solidaridad de base. Los diferentes modelos que se van sugiriendo, lo que se llama el "pilar europeo" (UEO, Brigada franco-alemana, la Brigada europea propuesta hace tres días por los parlamentarios de la Alianza, integración plena o no, nuclearidad plena o no) parten del reconocimiento de una individualidad que, nunca amenaza al conjunto.
Hacia fuera, también vamos adoptando una política exterior común, aún muy tímida, que tiene una virtud sustancial: por muy difícil que resulte adoptarla internamente, su mera existencia indica que el mundo libre tiene otra voz distinta de la única que ha sonado desde 1945. En todo caso, la cultura, la música, los monumentos son europeos desde hace siglos. Y el Acta Única Europea, que estará totalmente en vigor en 1992, nos llevará forzosamente a lo único que tiene que ser, por mor de las cosas de la economía, verdaderamente común: el mercado.
Por lo demás, pasaporte único o no, ¿a quién elegiríamos Presidente de los Estados Unidos de Europa?
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