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Tribuna
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Dimisión

Lo malo de pedirle a un ministro que dimita es que si hace caso y dimite no puede considerarse una verdadera dimisión. Lo peculiar en una dimisión es que la voluntad del dimisionario se adelante a toda voluntad. El acto de dimisión debe tenerse como una decisión que asume el protagonista abrumado por la situación. Y más abrumado que cualquier paciente abrumado.La razón de este peso abrumador es que presumiblemente la autoridad a dimitir se encuentra mas que nadie interesada en que el problema se resuelva, y, ante las reiteradas dificultades que a él se le presentan, prefiere probar con otro. La dimisión es una continuación de la tarea de resolución, y, con ello, el público aplaude la dignidad del acto. Se concluye, pues, en tal supuesto un intercambio simbólico en el que el mandatario sacrifica su categoría formal y es resarcido con el aprecio a su categoría profunda. El problema recibe a menudo solución por ese camino y el juego final es de suma cero.

¿Pero qué pasa cuando el ministro no dimite y son los ciudadanos o la grey quienes deben asumir el fastidio de pedirle, de modos variados, que se vaya? Todos salen perjudicados. El juego se vuelve trágico y ambas partes son, por un tiempo, perdedoras. La sociedad se resiente en su frustración de ver aplazarse la remoción de un obstáculo que no debiera existir. La autoridad se estropea en su empecinamiento. Y en ese forcejeo irracional, ¿cómo sentirse a bien en la convivencia?

Cuando tres sijs acorralados ayer en el templo de Amritsur tomaron la decisión de sucidarse estaban- de antemano perdidos. Pero gracias a ello han enaltecido con sentido una situación que de otra parte habría sufrido el sin sentido de las masacres. En eso estamos. ¿No dimisión, más preacuerdo", más masacre del curso? Embrutecido, repetiré una verdad vulgar: seguramente el ministro y su familia pueden seguir en esta partida de la huelga como si fuera un juego de suma cero. Para tres alumnos de la escuela pública y para mí hace tiempo que es menos que cero.

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