Socialismo en la periferia profunda
En lo político, la noción de periferia no parece haber dejado de tener cierto valor como instrumento hermenéutico. Al menos nos ayuda, bien que mal, a situarnos. Ciertamente, respecto de la comunidad geopolítica de la que forma parte, España se sitúa en la periferia, lo que no le impide, claro está, tener su propia periferia. Y así, los que en ésta vivimos pertenecemos a una periferia. situada como tal en función de un centro que es, a su vez, una periferia.Periferia, por consiguiente, de la periferia, cosa que, en efecto, ya se ha dicho. Seríamos, pues, quienes en esa subperiferia tenemos lugar de origen o de asentamiento, ciudadanos subperiféricos o, por mejor decirlo, periféricos profundos.
Cabría pensar que la noción de periferia metaforiza otra metáfora, la de la tensión Norte-Sur. De todos modos, hablar en términos periferia tendría una ventaja, pues nos permitiría proponer como estructura -utópica, ciertamente, pero nosotros amamos la utopía- de la comunidad política la misma que de la divinidad se predicó hace ya luengos siglos: un círculo que tiene su centro en todas partes y la periferia en ninguna.
En la situación que habríamos de considerar como específicamente nuestra parecería pasar precisamente lo contrario: todo es periferia. Desde una periferia principal se generan sucesivas periferias, cada vez más alejadas de aquélla, hasta llegar a lo que aquí hemos llamado periferia profunda. Una de las características de ésta es la de padecer, aparentemente sin remedio, el deseo insaciable e impositivo que las otras periferias tienen de llegar a ser centro. De ahí que la periferia profunda sea, por lo general, vívida con un intenso y doble sentimiento de amor y de desesperanza. Y es precisamente la particular intensidad de ese sentimiento lo que nos ata a ella.
Son estos territorios extremos plataformas privilegiadas para la observación de ciertos fenómenos en la perspectiva de la micropolítica. Cuanto más pasan los no piadosos años sobre nosotros, más nos apasiona la observación de los políticos, con una pasión acaso comparable a la del entomólogo, aun cuando sea el de éste, por supuesto, un campo de observación mucho más variado. Pasión de la distancia, la observación; pasión que supone también la no implicación y, más aún, la no identificación con lo observado.
En efecto, el que observa es de alguna manera de otra especie. Se cuenta en el mando chino del Tao que cuando el político, el emperador en este caso, abrumado por las observaciones críticas del sabio taoísta, hacía saber a éste que se disponía a abandonar el Poder para entregárselo, el sabio, por toda respuesta, se suicidaba arrojándose a un río. He ahí, con toda la verdad de que sólo la ironía -otra toma esencial de distancias- puede ser portadora, una descripción perfecta de las imposibles bodas entre la inteligencia y el poder como principio o como práctica.
La observación de esa práctica en la perspectiva que ofrece la periferia profunda nos hace preguntar si lo que en ésta acontece responde a determinantes que le son propios o es simple o automático reflejo de los aconteceres y de las mecánicas del plano macropolítico.
Escribe el presente autor desde la ciudad de Almería, a la que ama con todo el profundo amor que por el lugar de su ciudadanía puede sentir un periférico profundo, inveteradamente interesado en este caso por vivir o ver la realidad española en o desde sus estribaciones más que en o desde sus exhibidas o espectaculares cimas. Y no puede por menos de preguntarse, desde ese su ángulo extremo de visión, por qué motivo la crisis que en toda la ancha y noble periferia andaluza sacude desde hace meses al partido en el poder ha sido objeto de tanta noticia y de tan poco o de ningún análisis.
Asombra que quienes cabría suponer más directamente interesados en ese análisis -es decir, el partido mismo o los que en él habrían de velar por su vitalidad auténtica- no sólo no lo hayan efectuado, sino que hayan dado la impresión de escamotearlo, recubriendo fracturas y quebrantos con soluciones de negociación o con dudosos consensos a veces abortados.
Sin embargo, tiene el observador la inocente certidumbre de que la crisis en cuestión ha supuesto para el partido socialista en tierras andaluzas un grave desgarramiento interno, con ciertos aires de liquidación o purga, o de hemorragia que acaso no sea fácilmente restañable.
Lo curioso es que, carente de análisis y prácticamente reducido a la descripción en superficie propia de la noticia, ese desgarramiento adquiere cierta dimensión de irracionalidad, pues no aparece sustentado por un debate político de fondo que se haya hecho suficientemente explícito. El conflicto resulta así, en forma paradójica, grave e insustancial al mismo tiempo.
En efecto, el lector, el simple lector de la descripción que de la crisis socialista andaluza se ha hecho, tanto en la Prensa nacional como en la local, bien puede haber tenido el sentimiento de que se le estaban transmitiendo los resultados de un partido de fútbol. Tal ha sido la ausencia de contenidos propiamente políticos, al menos en los planos visibles de la crisis. Todo se ha expresado fundamentalmente en función de alineaciones -borbollistas y guerristas, oficialistas y críticos- o de goles, de tanteos y de porcentajes. Nada realmente en función de las posibles signíficaciones políticas de esta competición curiosa.
¿Simples residuos tribales en el socialismo establecido? Es posible, pero tal vez haya más que eso. Si en el privilegiado observatorio almeriense de lo micropolítico analizásemos los resultados del conflicto en la configuración de la nueva ejecutiva provincial, fácil sería poner de manifiesto un fenómeno tan acusado como inquietante.
La mayoría de los puestos de dirección del partido almeriense ha sido ocupada por socialistas que ya pertenecen al aparato institucional: presidente de la Diputación y diputados provinciales, alcaldes -entre ellos el de la capital- y concejales de la capital y de los municipios de la provincia. La comisión de gobierno de la Diputación se instala, con la sola excepción de tres de sus miembros, en la dirección del partido. Hombres con cargos públicos en el aparato de gobierno local controlarán la vicesecretaría general y las secretarías de organización, de formación, de política institucional y de movimiento social. ¿Captura o copo del partido desde las instituciones?
Excluida, por poco sostenible, la hipótesis de un modelo autónomo de socialismo almeriense, el observador se interroga acerca de la posible extrapolación de ese cuadro en el plano macropolítico. ¿Evoluciona el socialismo español hacia su conversión en un mero dispositivo de gobierno basado en un partido de militantes funcionarizados? El funcionario tiene, por supuesto, las formidables ventajas de la obediencia y la conformidad, determinadas por dos características no menos formidables: la capacidad de adherencia al puesto y la voracidad ante las posibilidades de promoción. Carece, en cambio, de todas las formas de pasión, intelectual o política, crítica o creadora, necesarias para que un partido pueda generar en el interior de sí mismo su propio futuro.
¿Estaría inspirado el socialismo pragmático por la necesidad de destruir en el ámbito propio la pluralidad crítica de interlocutores? ¿Asistiríamos así a un proceso de autofágia que supondría la extinción del partido en cuanto tal?
Alguien, un socialista francés, ha declarado al término triunfal de las recientes elecciones en el país vecino: "En el primer septenio se ha gozado mucho del poder; pero ahora hay que crear algo, la política, por ejemplo". He ahí una propuesta consoladora que apunta a la existencia, aquí negada, de lo imaginario político. ¿Por qué el político, contra la esclerosis de la funcionarización, no crea en definitiva la política?
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