Celebrar en la plaza de la República y no en la Bastilla
Aún no había estallado la victoria de Tonton/François Mitterrand, y en la sede del presidente/candidato/presidente reelegido ya resonaban los bombazos de los corchos de las botellas de champaña. El presentimiento fue la locura de la alegría.A las ocho de la tarde hubo hasta lágrimas; Jack Lang, que es de los pocos que tutean, salió zumbando: "Perdona, voy corriendo a la tele; nos veremos mañana"; miraba a todos, y a cada uno en particular, pero no veía a nadie.
Hervé Bazin, el novelista de Los diablos, que tiene todos los años del mundo y siempre una cahavala guapa a su lado: "Es lo que hacía falta; Mitterrand es culto, es ponderado, es hábil y sobre todo sabe lo que no hay que hacer".
Costa Gavras, el cineasta: "Ha ganado, pero carga con una enorme responsablidad; hace falta que cambie el país".
Mujeres guapas, besos, abrazos, ligues facilísimos y efímeros, ríos de champaña, de jugo de naranja para descansar, y de pomelo.
El rumor/verdad más apabullante de la noche: Michel Rocard será primer ministro. En efecto, parece que pudiera ser así; no han pasado unos minutos y Michel Rocard alcanza la calle y se le aplaude incluso desde las ventanas de los edificios colindantes.
Llega Bernard-Henri Levy, el filósofo de La ideología francesa, y nos dice: "Esta elección era para muchos, como yo, la seguridad de que en los próximos siete años no habrá ministros del partido de Le Pen".
Los gritos rompen el techo cuando habla François Mitterrand: "¡Bravo, bravo; viva, viva Mitterrand!". Daniel Gelin, el padre de María Schneider, la protagonista perversa de El último tango en París, bebe champaña con una moza del brazo.
Francia no es Francia; en este templo mitterrandista, anoche se descalabró el racionalismo. Laurent Fabius, el ex primer ministro, ¿el próximo primer secretario del Partido Socialista y el próximo candidato a la presidencia dentro de siete años?, nos dice: "Lo que hay que resaltar es que hace falta unión y justicia social".
Ya es medianoche. Se acabó todo aquí. Hay que ir al follón de la plaza de la República (símbolo del republicanismo), y no a la plaza de la Bastilla (símbolo de la revolución), donde se celebró en 1981 cuando Mitterrand venció por primera vez para romper con el capitalismo.
Georges Mustaki canta en uno de los tres escenarios aquí plantados; miles, miles, cientos de miles quizá, gritan el nombre del hombre de las 'mil caras', el don Juan número uno del país, el sabio, el veterano.
En un bar de al lado el dueño dice: "Es lo que nos hacía falta, porque es culto, sereno, experimentado, vicioso". La noche se escurre y el centro de París es música orquestada, como en todas partes, en momentos semejantes, por los bocinazos de los coches.
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