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Un problema de nuestra época: formar a los trabajadores del mañana

Para decenas de millones de trabajadores, el decenio entrante será un período de crisis y de promesas. Muchos comprobarán que, en la nueva etapa del desarrollo social, las destrezas y conocimientos que han adquirido son inservibles. Otros sabrán aprovechar el huracán tecnológico, que elimina ocupaciones enteras al mismo tiempo que crea nuevas oportunidades de trabajo, para encontrar el empleo que les convenga. Para la generación joven, las perspectivas de empleo asalariado serán posiblemente aún más escasas de lo que son ahora. La fuerza de trabajo mundial tendrá que adaptarse a esta nueva realidad económica; los Gobiernos, los empleadores y los sindicatos, por su parte, deberán asumir con urgencia la tarea de enfrentar las convulsiones que experimenta el mercado laboral.El mundo de¡ trabajo, entrados los años de 1990, será muy distinto del que hoy conocemos. La revolución microelectrónica hará posible en el planeta entero que un segmento relativamente pequeño de la población en edad de trabajar tome a su cargo los medios de producción y generación de riqueza.

Los indicios del porvenir ya son bastante claros. Nada más que en la Comunidad Económica Europea, se calcula el número de desempleados en 16.700.000, entre ellos un número cada vez mayor de jóvenes. Según mis datos, en España, el 40% de la generación joven está en situación de paro. En el resto de Europa aumenta la proporción de jóvenes trabajadores y trabajadoras carentes de empleo. El desempleo ha aparecido incluso en algunos países socialistas de Europa oriental, que antes se pretendía inmune a los altibajos de las fuerzas del mercado.

En las naciones en desarrollo ya son visibles los signos de paro y subempleo crónicos. Estos países tienen un número inaceptable de desempleados y, a medida que la tecnología moderna vaya invadiéndolos, el problema seguramente asumirá proporciones ingentes. Con más de 600 millones de desempleados o subempleados que les quedan por absorber, las naciones del Tercer Mundo se dirigen hacia una crisis aún mayor provocada por un rápido aumento de su fuerza de trabajo, coinciden con una disminución de las oportunidades de empleo. Así las cosas, podría ser tentador un abandono de la tecnología moderna para volver a las técnicas familiares de la revolución industrial. Sería un error, empero, echar la culpa de todos los problemas sociales del mundo a la tecnología moderna o a la microelectrónica. El ingenio y la inventiva del hombre han empujado el mundo del trabajo al umbral de la era tecnológica. Pienso que con la misma inventiva y con el mismo ingenio puede encontrarse solución para los problemas planteados por el desplazamiento de mano de obra y por las conmociones sociales de un mundo cada vez más orientado hacia los servicios.

Nueva estrategia

Los planificadores y los responsables del mundo entero deben tener mucho cuidado y no quedarse parados frente a la amenaza. Cuando desarrollen su estrategia para los próximos años tendrán que imaginar métodos que no sean los utilizados hasta ahora.

Todavía conservan su validez las estrategias basadas en la tesis de que el empleo del sector formal puede fomentarse a través de la industrialización de las regiones con paro agudo. Pero es innegable que el empleo formal carece de la capacidad de absorber a una fuerza mundial de trabajo en aumento constante. En los años venideros, tres tareas reclamarán estrategias eficaces e innovadoras: una armonización entre programas de educación y de formación profesional que permita impartir aptitudes útiles a los jóvenes que se disponen a ingresar en el mercado de empleo; la readaptación de los trabajadores adultos que han perdido su empleo con el advenimiento de la nueva tecnología, para mejorar sus perspectivas de encontrar nuevo trabajo, y, por fin, la asignación de recursos considerables a una capacitación gerencial de los pequeños empresarios y a la formación apropiada de millones de personas obligadas a sobrevivir en la zona crepuscular del sector informal, que agrupa a los pequeños oficios y empleos de la pobreza en las grandes ciudades.

Una estrategia así, a tres bandas, debe seguirse al mismo tiempo que se libera el comercio para asegurar un mejor acceso de los productos del Tercer Mundo al mercado internacional. Las naciones en desarrollo no pueden adquirir los recursos que necesitan para importar del Norte maquinaria avanzada y conocimientos expertos mientras se ven en la imposibilidad de exportar sus productos. Y las naciones industriales no pueden defender el empleo de sus trabajadores mientras los clientes posibles se encuentren en la imposibilidad de pagar los productos que vienen del Norte. Este círculo vicioso sólo puede romperse mediante una libre circulación de bienes y servicios a través de las fronteras internacionales.

La comunidad internacional tiene que plantearse con urgencia el problema que representa el desempleo juvenil, que en los próximos años podría sacudir los cimientos de la sociedad. El paro de los jóvenes no amenaza sólo a los países del Tercer Mundo. Hoy día, en la CE, un buen porcentaje de los 16.700.000 desempleados pertenece a la joven generación. Es esencial dotarlos de la formación apropiada. Muchos expertos consideran que el autoempleo y la creación de pequeñas empresas representan un medio idóneo para resolver el grave flagelo del desempleo.

Una zona mal entendida es la del sector informal, que hoy día proporciona trabajo a millones de personas no sólo en el Tercer Mundo, sino en algunas regiones del Norte industrializado. Este sector, donde centenares de miles de personas se dedican a la producción y a los servicios en pequeña escala, posee un dinamismo propio. Pese a la marcada resistencia de los Gobiernos a reconocer el aporte positivo de este sector, tenemos que aceptar la realidad de que el sector informa¡ no desaparecerá de la noche a la mañana. Necesita ayuda para la adquisición de destrezas profesionales, una mejora de las condiciones de trabajo y un aporte de capitales.

Si bien es cierto que no todas las actividades informales exigen capacitación, muchos pequeños oficios podrían beneficiarse de una formación apropiada que condujera a un aumento de la productividad y mejoras cualitativas. La formación de instructores capaces. de desempeñarse a nivel popular en estas industrias de vecindario será tema de debates, no me cabe duda, en la reunión que celebra esta semana en Madrid el Cinterfor, principal centro latinoamericano consagrado a la formación profesional. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) ya ha desarrollado una labor considerable creando módulos apropiados de formación e identificando los oficios del sector informal susceptibles de una mejora de aptitudes a través de la capacitación.

Está claro que el mundo de 1990 no nos llevará de vuelta a la era dorada de casi pleno empleo que conocimos en los años de 1960. La nueva tecnología aumentará sin duda la producción y también las oportunidades de esparcimiento. Pero un segmento considerable de la fuerza de trabajo corre peligro de continuar desempleado. El número de parados puede mantenerse dentro de límites aceptables si se buscan de forma coordinada soluciones originales que conviertan el progreso técnico en instrumento de una vida social y económicamente satisfactoria. Hay que fortalecer a todo precio la cooperación internacional para facilitar la movilidad laboral, el comercio libre y la transferencia de tecnología. El aislacionismo, que sólo persigue beneficios de corto plazo, no haría sino agravar el problema.

Francis Blanchard es director general de Ia OIT.

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