Un olor a cerrado
"Que no estamos en una comisaría, señor Fernández Álvarez", dijo el presidente de la sala abriéndose paso a campanillazos. Pero sí estábamos. Ayer se produjo un hecho especial: el tribunal autorizó un careo entre Federico Venero y el comisario Fernández Álvarez, (y más tarde con Gutiérrez Lobo, que fue mucho más suave) sin que hubiera habido antes careos previsiblemente más enjundiosos, como, por ejemplo, entre Manzano y el comisario. Pero esa confrontación, claro está, no fue solicitada por la defensa. Salió, pues, Fernández Álvarez al centro de la sala; medio metro de aire incandescente le separaba de Venero. Y dio comienzo el espectáculo.Fernández Álvarez es un profesional, de eso no cabe duda. Desde el primer momento se le advirtieron los bríos policiales. Habría que verle actuar en su medio natural, teniendo en cuenta la prepotencia con que se mueve incluso ante los jueces. Su voz restalló por el micrófono, ahogando el murmullo monocorde de Venero. Réplicas, contrarréplicas, afirmaciones lapidarias, insistencias retadoras y vibrantes: Fernández Álvarez aplastaba con sus palabras al joyero, mientras la campanilla del presidente intentaba poner freno a tanta verborrea apabullante.
Pero el procesado apretaba las tuercas, fajador veterano, y se le veía bascular el peso de su cuerpo y empinar los talones de puro énfasis. Ahí estaba, revestido de toda su gloria comisarial, apretando el micrófono como quien estrangula a un enemigo y utilizando el tono perentorio del hombre acostumbrado a mandar mucho. Y al eco de sus voces la sala del tribunal se desdibujaba poco a poco; sus pomposas escayolas se diluían en los someros perfiles de una comisaría fantasma¡ y el ambiente parecía impregnarse de un olor a cerrado, a cuartucho interior en dependencias policiales. Hasta el punto de que de los bancos de la izquierda, que es donde se sientan los familiares y amigos de Corella, se levantó un murmullo de protesta, el sobrecogí miento de quien reconoce interrogatorios pasados.
Y Venero balbuceaba y enrojecía. Se desdecía, tartamudeaba, se le descascarillaban las defensas. No se trata ya de si miente o se confunde. Se trata, sobre todo, de una trayecto ría y una personalidad puesta en relieve. En el retroceso de Venero se adivina el filo de la ambigüedad en que ha vívido Es un hombre mediocre que ha necesitado aprender a nadar en aguas turbias. Anteayer Venero dijo que los policías no confiaban en él. Ayer Fernández Álvarez tronó que ellos jamás hubieran hablado ante un chivato. Venero es el soplón, un personaje marginal entre marginados, y en esa indignidad ha construido su resistencia. Es fácil imaginarle haciendo favores, doblando la cerviz, sonriendo siempre demasiado. Ganándose el mañana a fuerza de plegarse al viento. Fernández Álvarez ha caído sobre él con el tono y la virulencia del Poder, y al sinuoso Venero le han temblado pavlovianamente las entrañas; tal vez agradeciera in péctore que el comisario tuviera las manos ocupadas con el micrófono. Quizá el joyero sea un rapiñero de sobras, el eterno servidor de cualquier amo, disciplinado por falta de enjundia en la obediencia. Y quizá el desdecirse sea la clave de su supervivencia.
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