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Tribuna:LOS RESULTADOS ECONÓMICOS DE 1987
Tribuna
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Diferencias entre lo conseguido y lo previsto

Los profesionales de la planificación suelen considerar que una empresa o un país tiene un problema sólo cuando las cosas no ocurren como se habían previsto. Siempre resulta muy exagerado hablar de problemas en el caso de fuertes ganancias o fuerte crecimiento por el solo hecho de haber previsto lo contrario, pero hay mucho de verdad en esa concepción de problema, sobre todo si se hace referencia a las personas responsables de la gestión de la empresa o de la economía de que se trate.La economía española, según esta visión un poco rígida de los planificadores, se enfrentaría a un problema por lo que se refiere a los resultados espectaculares de 1987. Muchas cosas se pueden decir sobre estos resultados, pero hay tres bastante ciertas: a) que han sido en gran manera imprevistos; b) que hay muy poca relación de causalidad entre ellos y las políticas económicas adoptadas, y c) que en términos de desequilibrios básicos de tipo social se ha avanzado muy poco.

En el fondo deberíamos estar preocupados, pues todo esto significa no saber por dónde van las cosas y no estar preparados para posibles eventualidades. La economía de un país es una bomba que se ceba por distintos cauces, pero que se vacía también con gran facilidad por múltiples caminos. Cuando el circuito está cebado es muy fácil dar todo tipo de explicaciones sobre su funcionamiento, y los economistas son enormemente hábiles para hacerlo, aunque con mucha frecuencia se pueda dar una explicación y su contraria con la misma clarividente lógica. Pero no dominar los acontecimientos, no saber las leyes que rigen los procesos económicos y no tener ideas claras sobre las políticas que funcionan es, cuando menos, arriesgado, por la dificultad que entraña a la hora de tomar medidas correctoras.

Los hombres de empresa se están refiriendo a lo ocurrido en 1987 en los términos que se deducen de una situación que nadie entiende. Para empezar, diversos sectores, atropellados por la demanda, ya han declarado haber adoptado en 1987 medidas especiales no siempre favorables para sus empresas o para el país en su conjunto. El sector del automóvil, por ejemplo, se ha visto forzado a importar vehículos de las gamas producidas en nuestro país y a fabricarlos con un porcentaje de piezas importadas superior al utilizado normalmente.

Malas previsiones

También ciertos destacados empresarios han renunciado recientemente a hacer previsiones para 1988 por la simple razón de no comprender todavía lo que ha pasado en 1987. Y es que los empresarios tienen que aprovecharse de las oportunidades favorables, pero no hay nada peor para ellos, si de verdad les preocupa la estabilidad a largo plazo y la solidez de su negocio, que los vaivenes no explicados del mercado. Dirigir una empresa es llevarla hacia donde uno quiere y controlar siempre las previsiones y los resultados.

Lo mismo se puede decir de la economía de un país. Los responsables de la economía en nuestro caso concreto no deberían dejarse deslumbrar por unos resultados realmente destacados, pero de los que no han sido totalmente responsables. Es lícito, hasta cierto punto, vanagloriarse de lo conseguido, por más que. en ello haya habido mucho de estar en el lugar y en el momento precisos, y todos debemos congratularnos. Otra cosa muy distinta, sin embargo, es estar de acuerdo con lo que ocurre en términos intelectuales. Renunciar a la racionalidad de lo que hacemos es al final la mejor forma de equivocamos a largo plazo, y olvidarse de que la ciencia económica, a pesar de su anunciada bancarrota intelectual, es un ejercicio continuo de reflexión y aprendizaje sobre nuestro cambiante mundo es la mejor manera de acrecentar la confusión.

No sólo a nivel nacional, sino a nivel mundial, la verdadera crisis de estos años es una crisis de teoría económica y de políticas de actuación que de verdad funcionen. El keynesianismo era una teoría comprensiva, muy fácil de poner en práctica, que hacía muy simple la tarea de formular políticas desde los Gobiernos. Su no validez a partir de los primeros aumentos drásticos de los precios del petróleo en la década de los setenta dejó huérfanos de ideas especialmente a los Gobiernos de los países desarrollados. Sencillamente no se sabía qué hacer, y hoy, después de más de una década, padecemos todavía ese mal.

Si nuestros responsables de temas económicos fueran algo más humildes de lo que son admitirían el poco conocimiento que se tiene de las nuevas circunstancias y de sus leyes explicativas y, como consecuencia de ello, la precariedad de los resultados económicos del ejercicio pasado. Admitirían, además, que se ha conseguido un fuerte crecimiento económico y un gran optimismo con medidas y presupuestos de austeridad y de pesimismo.

Pero no son modales lo que se intenta enseñar con estas líneas, más bien se desea llamar la atención sobre lo peligroso que resulta echar las campanas al vuelo en estas circunstancias; aunque, a decir verdad, es probable que nadie las esté echando, y además puede que no sea yo quién para hacer estas advertencias. únicamente, que es preocupante la euforia económica actual del Gobierno, e incluso del partido gobernante, según se ha visto en su reciente congreso, por su posible utilización para justificar políticas económicas no excesivamente correctas y para la protección de responsables de los asuntos económicos más obcecados que acertados. También lo es por el peligro evidente de aprovechar la ocasión para atropellar a grupos sociales con demandas justas y marginar a instituciones que deben desempeñar un papel destacado en nuestra sociedad.

Adolfo Castilla es director del departamento de prospectiva de Fundesco.

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