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FERIA DE SEVILLA

Toreros sevillanos

JOAQUÍN VIDALENVIADO ESPECIAL Los tres espadas que alternaron ayer en la Maestranza son sevillanos, todos ellos nacidos en la provincia, más o menos cerca de la capitalidad. Manili, de Cantillana; Pepe Luis Vargas, de Écija, Tomás Campuzano, de Gerena. Los tres son sevillanos de pura cepa, se enorgullecen de ello y pueden decir, sin el menor esfuerzo, arcade, arcansía, arcanfó y mardita sea tu arma, si viene al caso. Distinto es, sin embargo, cuando se ponen a torear. Cuando se ponían a torear ayer sobre el rubio albero maestrante, el único sevillano era Pepe Luis Vargas, y a los otros dos más se les tendría por gallegos.

No es desdoro, ni se les regatean méritos. Galicia constituye gran patria, que también da toreros, uno de los cuales es Camilo José Cela, el más moderno e inspirado de cuantos nacieron allí. Un torero gallego puede, si se lo propone, aguantar tarascadas con valor y gallardía, a la manera de Manili en su primer bronco toro -un cuajado cinqueño de sentido-, y si le sale otro de relativa manejabilidad, tal cual resultó el cuarto, intentaría lo mismo que el sevillano de Cantillana hizo, que es ponerle la muleta, moverla a ritmo de gaita, estar atento por si la destemplanza ocasiona coladas. Así más o me nos acaeció, y es justo añadir que con mucho pundonor, a pesar del riesgo, por parte del torero.

Sánchez Manili, Vargas, T

Campuzano, A. I. VargasToros de Ramón Sánchez, bien presentados, flojos, mansos, descastados. Manilí: pinchazo hondo, dos pinchazos, estocada atravesada que asoma y tres descabellos (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Pepe Luis Vargas: estocada corta perpendicular (escasa petición y vuelta); pinchazo, media y descabello (ovación y saludos). Tomás Campuzano: estocada ladeada (palmas y saluda); estocada (silencio). Rejoneador Antonio Ignacio Vargas, con un toro desmochado de Fermín Bohórquez: rejonazo en el costillar (ovación y saludos). Plaza de la Maestranza, 23 de abril. 10ª corrida de feria.

Para el arte tampoco se advierten problemas, y lo mismo pueden inspirarlo la Giralda que la catedral de Santiago, la Maestranza que la plaza del Obradoiro. Naturalmente no se trata del mismo arte. Tomás Campuzano se sentía ayer sobre las mediavales, piedras del Obradoiro cuando ejecutaba derechazos y naturales al tercero de la tarde, y la tarea creativa resultante tenía canto de muñeira, bajo nubes negras, entre nieblas espesas y lamentos de espantadizas meigas lejanas.

A la la afición sevillana no le complacían estas vigorosas trazas y hay que comprenderlo. El cielo andaluz es otro, y su duende, y su copla. Por eso únicamente se le alegró el alma a la afición sevillana cuando Pepe Luis Vargas asentó las zapatillas en el ardiente albero y, tirando con decisión y delicadeza del marmolillo toro, se lo traía toreado de delante, como debe ser; lo embarcaba en el terciopelo de la muletilla, remataba detrás de la cadera. Dos tandas de redondos, una al natural menos lograda, otras dos con la derecha de frente, con sus pases de pecho y cambios de mano propios, regalaron el paladar goloso de la afición cabal.

En segundo tumo le salió a Pepe Luis Vargas un toraco manso declarado que huía de la incruenta infantería y de la cruenta acorazada de picar. Igual le daban al toraco manso percales escarlata que puyas lacerantes y en cuanto los veía, galopaba despavorido. En el transcurso de sus correteos se pudo comproba que los cuadrúpedos acorazados tampoco son de por estas tierras luminosas, ni de ninguna torera, salvo la galaica. Embrutecida, pisacorta y fiemática la haca galiciana, una vez que el mansiburro pasé cerca y el picador se inclinó tendiendo la vara, perdió el equilibrio con su mohíno caballero encima, cayó estrepitosamente, y las costillas contra la arena tundió. La gente se reía. No hay por qué reir. Las jacas también tienen su corazoncito.

Quedaba un toro y resultó ser otro violento mansón, con el que Campuzano probó docenas de pases al estilo del norte y al del sur, pero ninguno tenía acomodo con aquella embestida bronca. Eran las tantas para entonces, encendieron las luces y a los que fuman ya no les quedaba tabaco, pues de prólogo hubo rejoneo, de tan escasa brillantez como excesiva duración, a cargo de Antonio Ignacio Vargas. Entre reuniones a la grupa, con el caballo ya saliendo de la suerte, sólo hubo un quiebro y un par a dos manos, que merecieran destacarse. Fue una tarde de aúpa en sus diversas acepciones y la gente abandonó el histórico coso con mayor agotamiento que si hubiera estado en los toros y en el Real de la feria, todo de una vez.

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