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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El relevo de un obispo

EL EPISCOPADO español ha debido afrontar en su sesión plenaria iniciada ayer una cuestión que no estaba prevista en el orden del día: la renuncia de su secretario general, promovido en fecha reciente al puesto de arzobispo coadjutor de Granada. Apenas seis meses después de ser reelegido, Fernando Sebastián, que ha ocupado la secretaría general de la conferencia durante los últimos seis años, ha sido colocado en la tesitura de abandonar el puesto. En un gesto nada claro -las interpretaciones han sido del más diverso signo-, el Vaticano le ha catapultado al casi honorífico cargo de arzobispo coadjutor de Granada. No es extraño que este gesto se haya prestado a todo tipo de comentarios. Que se sepa, el actual arzobispo titular de Granada, Méndez Asensio, goza de la plenitud de sus facultades para el ejercicio del cargo, y además le restan todavía ocho años para llegar a la edad de la jubilación. Si la designación del obispo Sebastián no responde en nada a las circunstancias que en el pasado han aconsejado, excepcionalmente, la presencia de un obispo coadjutor junto al titular de la sede, ¿a qué razones se debe entonces su nombraimiento?Los obispos españoles, por clara mayoría de 58 votos, renovaron el pasado mes de noviembre su confianza en Fernando Sebastián paria que continuase cuatro años más al frente de la secretaría general de la Conferencia Episcopal. La decisión de enviarlo a Granada, con el más que probable propósito de obligarle a la renuncia de sus actuales funciones, supone en la práctica invalidar la reciente votación episcopal. Es de suponer que los obispos españoles habrán sido cumplidamente infórmados de las razones de una decisión nue ha venido a interferir tan directamente en el funcionamiento de la Conferencia Episcopal.

Desde que Fernando Sebastián fue designado por primera vez en 1982 secretario general de la Conferencia Episcopal, se han producido importantes cambios en el seno de la Iglesia católica española. El momento coincidió con el fin del período taranconiano, la acentuación de la ortodoxia doctrinalén el pontificado de Wcjtyla y el acceso de los socialistas al poder. En ese tiempo, los obispos españoles han pasado del liderazgo moderado y dialogante de Díaz Merchán, arzobispo de Oviedo, al mandato de un hombre que, como Suquía, no ha ocultado su fuerte conservadurismo y su simpatía por los grupos más ortodoxos, compactos y poderosos de la Iglesia actual. El cerco a los teólogos progresistas se ha acentuado, se ha hecho lo posible por ahogar los movimientos cristianos de base y se ha producido un hecho tan injustificable como la destitución del anterior equipo director del semanario religioso Vida Nueva.

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La continuación de Sebastián al frente de la secretaría general del episcopado era más que problemática, a pesar de los esfuerzos que hiciera -y los hizo, efectivamente- por adaptarse a los nuevos aires involucionistas. Los castigados sectores progresistas de la Iglesia española le han echado en cara su marcha atrás; a la vez, sus orígenes taranconianos y su intelectualismo han imposibilitado su aceptación por los nuevos hombres clave de la Iglesia española. Su relevo, en todo caso, tendrá a corto plazo más efectos en el interior de la Iglesia española -en el doble sentido de acentuar el replegamiento sobre sí misma y de marginar el papel de la Conferencia Episcopal frente al poder de Roma- que en las relaciones con el Estado. Los gobernantes socialistas se sienten cómodos con un voto católico no beligerante en exceso, y los actuales dirigentes de la Iglesia católica dificilmente podrían quejarse del provecho económico que obtienen del Estado: impuesto religioso, ayudas a la enseñanza privada, exenciones de impuestos. La experiencia de estos años ha demostrado que este tipo de relaciones, por más elementales que puedan parecer, constituye el marco ideal para el entendimiento entre unos y otros.

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