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FERIA DE SEVILLA

Triunfo clamoroso de Paco Ojeda

JOAQUIN VIDAL ENVIADO ESPECIAL La plaza entera estaba de pie, enardecida, cuando Paco Ojeda se pasaba por delante al quinto toro de la tarde, clavadas las zapatillas en la arena. Y cuando ya el alarde parecía haber llegado a su posibilidad infinita, y Ojeda se descaraba a un palmo de los pitones, firme e impasible el ademán, la muleta en ristre hecha un cartucho, volvía, de súbito, a citar el pase natural, a empalmarlo con el cambiado, y así una vez y doce, o las que fueran. La gente se llevaba las manos a la cabeza y creía estar soñando. Una vez y doce -las que fueran- el toro pasaba por delante del torero estatuario, en seguimiento continuo de la muleta que se movía a vaivenes de precisión. El triunfo era clamoroso y el torero lo solemnizaba con una prestancia épica; que sabe irse del toro con la arrogancia caballeresca de un Florisel de Niquea tras abatir el trasgo.

Domecq/ Romero, Ojeda, Espartaco

Toros de Juan Pedro Domecq (6º, sobrero), flojos, encastados. Curro Romero: dos pinchazos bajos y estocada corta baja (silencio); pinchazo y media delantera (protestas). Paco Ojeda: estocada caída (vuelta); estocada saliendo volteado (dos orejas y clamorosa vuelta al ruedo). Espartaco: estocada (petición y vuelta); estocada (oreja). Plaza de la Maestranza, 15 de abril. Segunda corrida de feria.

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El toreo de Ojeda

Después del estoconazo, que le costó una voltereta, Paco Ojeda dio una clamorosa vuelta al ruedo con las bien ganadas dos orejas en las manos, aferrándolas igual que si fueran un tesoro. Seguramente lo son. Un triunfo así en la Maestranza vale lo que una fortuna y le supondrá rentabilidades máximas cara a la temporada que sigue y a futuras ediciones de la feria.

Y el caso es que un aficionado cabal no pudo quedar satisfecho después de esta emotiva actuación, porque el toreo es otro. Cuando sale el toro encastado, como fueron ese quinto de la tarde y varios otros juampedros lidiados ayer, el toreo puro es el gran bien que forzosamente reclama el arte. A fin de cuentas, el toro -el bravo-y el toreo -el güeno- han estado convocando a la afición durante siglos. El quinto de la tarde era pastueño total y cuando Ojeda le encadenó redondos y circulares, no ponía en su factura la calidad que reclamaba la boyantía del toro. El segundo, fue un juampedro de los de casta inequívoca, con el que no pudo Paco Ojeda, porque citaba con la tela atrás, al correr la mano se sentía a disgusto y la codicia del animal le impidió empalmar la suerte natural con la contraria, en el número del parón que tanto éxito le habría de dar después.

El toreo y el toro que nos convocan a la liturgia de la fiesta se produjeron en los turnos de Espartaco, que no es precisamente un exquisito -tampoco ayer-, y manipula la técnica de parar-templar-mandar aliviándose con el pico de la muleta y descargando la suerte. Pero, a fin de cuentas, al toro encastado le daba su sitio y su distancia, para traérselo toreado, templar el viaje, ligar los pases, y si luego venían desplantes temerosos, esos eran un festoneo de adorno que se daba por añadidura. Así planteadas las faenas, la bravura del toro era un espectáculo vivo que armonizaba con el mando del torero, convertido en arte; un movimiento suave, casi caricia, de la tela escarlata, para conducir al toro bravo allá donde quiere la estética del canon.

Curro Romero, en estas cuestiones de mando suave, caricia, canon, arte, es único, de ello hay deslumbrantes testimonios, que le han dado fama y título de faraón. Si ayer no los prodigó fue debido a que los toros se le apoltronaban, y uno movió con tan desacompasado son el esqueleto, que una banderilla de las que colgaban de su lomo le dió duro al faraón en una oreja. Aquello fue un sacrilegio y el faraón, visiblemente contrariado, abrevió la ceremonia y se retiró a orar.

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