Españoles
¿Un creciente nacionalismo español? No es fácil de precisar, pero cada vez es más difícil de refutar. Día a día se recolectan signos que anuncian el fin de la salmodia del "me duele España" y el principio de la salud.El país ha vivido durante demasiados lustros la lógica de lo peor. Sólo hace poco ha despertado a la expectativa de que es posible ser algo.
Desde la reivindicación de la música y el baile racial a la mejora de la imagen política y estética exterior, España no presenta ya el quebrado semblante con que salía al mundo en los demás años de este siglo. El orgullo nacional estaba presto en los pechos deportivos, pero ahora se encuentra también en la valoración del folclor y del paisaje, en los empresarios turísticos, en el récord europeo del menor coeficiente de mortalidad, en la cotización de la peseta.
Por si hiciera falta además, la mítica del 1992 puede contribuir, de modo poderoso, a incrementar este talante. Ni le falta potencial a la fecha olímpica para hacerse centro de la televisión y el lenguaje mundial ni faltan motivos para que, en la situación relativa de Hispanoamérica, se promueva un inmenso jubileo de lo hispano.
Al dudoso prestigio de ser reconocido como español en un café del Mercado Común hace apenas 10 años, ha sucedido un orgullo de la nacionalidad. A la pobre modestia con que se afrontaba tal condición le sigue ahora una seguridad desconocida.
El Estado de las autonomías fomentó el nacionalismo en las comunidades respectivas. La promoción de la cultura autóctona y la exhibición heráldica de la identidad han sido sus fenómenos más visibles. Pero frente a ello, o como su efecto, emerge ahora un nacionalismo estatal o españolista. No importa hasta dónde no ha llegado todavía, lo llamativo es que haya aparecido y cunda.
Pocos de los que han vivido las peripecias de las últimas décadas podrían haber pronosticado esta experiencia que ni siquiera puede imputarse ya a una emoción de derechas.
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