Umbral y los embajadores
¡Jo, tío! Creo que esta vez se ha pasao levemente.Estaba yo apurando melifluamente/voluptuosamente mi penúltima/última siesta tropical y me despierta el aguijón, dulce aguijón, de su última Elipse dominical (20 de marzo).
Yo, un tío de pueblo, de la dura estepa extremeña, sin el más remoto/cercano antecedente familiar diplomático, decidí un buen día engrosar las filas de la que consideré una honrosa/digna profesión, transida de lo que un cursi/ dandi llamaría "interés permanente del Estado". No soy ni casi listo, ni casi guapo, ni casi político, ni casi nada de nada, como la inmensa mayoría de mis compañeros funcionarios. Somos simplemente/llanamente, amor, señor Umbral, simples funcionarios del Estado, que sólo pensamos en funcionar/de función, humildemente, casi de puntillas, en pro de esa cosa/ente que se llama España.
Pero, de repente, al despertar del letargo siesteril, hete aquí que usted, señor Umbral/amor, nos convierte a todos en veraneantes perpetuos/exóticos, expertos/inexpertos en folclor/gastronomía, todos uniditos por una especie de sandunga fucsia/marchita que se llama burocrático escalafón-Foxá colectivo.
¡Qué desilusión, queridísimo señor Umbral.
¿Qué pensaría de usted un pobre tío mío, agricultor/ganadero, que al comentarle yo mis ingenuos/juveniles deseos de engrosar las filas corporativo/perezoso-culturales, me contestaba, con esa mezcla de socarronería/ campechano-puebleril, repleta de ingenua admiración/respeto por la profesión tan inteligentemente denostada por usted: "El que tú intentes ser diplomático es como si un tío de Cuenca quisiera ser marino".
¡Qué lección de limpia visión/ interpretación, en esta respuesta, mi querido señor Umbral.
Pero resulta que aquella ensoñación/soñación de mi tío se vio quebrada por la dura realidad que usted magistralmente/genialmente describe:
- El servicio permanente al Estado se transmutólmudó en servicio al señorito, a sus guisos y menús (pero hombre, señor Umbrallamor, ¡si yo no he pasado del gazpacho y del huevo frito!).
- El servicio a la nación, y a sus componentes, nuestros compatriotas en el extranjero, se transmutó/mudó/aguó en un vals de las olas/velas, rebosantes de whisky y canapés, al son de un minué rococó/dieciochesco. (Pero hombre, amor/señor Umbral, ¡si a mí sólo me gusta el castizo/españolísimo pasodoble, lo más agarrao posible!)
Después de tanta desilusión/ ilusión, sólo me resta/nos resta a los miembros de este ajedrez sangrante/raudo, aristocráticoendogámíco-ocioso, un único y sentido ruego: que el próximo Elipse/aguijón no nos llegue a la hora de la siesta. Se lo agradeceremos con el pijama puesto y las persianas bajadas.- Ministro plenipotenciario. Embajada de España en Lisboa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.