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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Nuevos predicadores

"YO NO ahueco mi voz para asustaros", decía un poema de León Felipe. Por la radio, los nuevos predicadores ahuecan la voz exactamente para asustarnos. El oficio de periodista con que se suelen presentar no corresponde propiamente a esta profesión, y su uso la tiñe de acentos apocalípticos, de catastrofismos, del ulular del fantasma en el viejo corredor. Sólo en Madrid hay más de 60 emisoras transmitiendo diariamente. Entre algunas de las más afortunadas hay abierta como una subasta para fichar a esos personajes que han ido emergiendo. Otras hacen que los de su plantilla imiten el estilo. Hay también emisoras de radio, públicas y privadas, que buscan la dignidad en todos sus horarios.La radio tuvo en España un resurgir brillante aquel 23 de febrero de 1981; adoptó los tonos defensivos cívicos necesarios, y se le quedó desde entonces una ilusión de trascendencia que ahora va aplicando a temas menores, que se pervierten cuando el micrófono lo usa un histrión y les da un énfasis parecido. Así se ha creado una secta de predicadores, tan parecida a la que en Estados Unidos acumula millones de dólares y hasta opta a la Casa Blanca. Aquí se les escucha lanzar venablos contra sus enemigos; lloriquear sobre una falsa caridad que apenas modifica su voz para utilizarla en una publicidad adyacente; formar tertulias de charlatanes, en las que meten algún inquieto de la izquierda para justificarse y potenciar los ataques al sistema democrático, del que se aprovechan tanto como lo fustigan. Lejos de la información y de la reflexión sobre ella, lanzan su estentóreo grito, matizado a veces de humildades fingidas, y buscan confirmación a sus fobias en testigos elegidos.

Las emisoras de radio españolas no son eso: en su contexto, mantienen una seriedad y una dignidad, aunque la voz de cultura parezca muchas veces ahuyentarlas. Pero la presencia ostensible en algunas cadenas de tantos sermoneadores y denostadores sistemáticos y arbitrarios de todo lo que su ignorancia no alcanza analizar ha concluido en una pérdida de credibilidad de la crítica. El incauto consumidor de noticias y comentarios se ve perdido a la hora de distinguir el fuego del humo en esa romería de futilidades.

Quienes de esa guisa iluminan a los españoles están en su derecho a hacerlo, mientras no vulneren la Constitución -y muchas veces la rozan- y no perturben el orden publicitario. Pero ese derecho puede estar creando un ambiente confuso y falso, con informaciones a medias, rumores increíbles que nunca se confirman -se llegó a decir que el accidente de aviación del monte Oiz era obra de los terroristas de ETA- y énfasis en lo desestabilizador. Es cuestión de que los oyentes sepan reaccionar y busquen en el dial a quienes les ofrecen una variedad seria -lo que no excluye el humor, la crítica, el ingenio-, informativa, musical, actual. Hay suficiente oferta como para ejercer esa defensa contra la intoxicación de la realidad.

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